martes, 24 de febrero de 2009

Cuaresma – Pascua: Atrévete a vivir

A veces es difícil entender las cosas cuando se las saca de su contexto o simplemente llegan a nosotros fragmentadas. Algo de esto ocurre con la Cuaresma y con la Pascua. Tomarlas o vivirlas aisladamente no tiene ningún sentido, si bien la segunda destaca porque da sentido y cumplimiento a la primera.

Me gustaría significar la unidad de ambos tiempos a través de dos actitudes que se expresan en un lema: “atrévete a vivir”. Atrevimiento y coraje para aprovechar la cuaresma y llegar a la Pascua sin miedo a vivir. Para mucha gente ver que el lema de una cuaresma sea “atrévete a vivir” puede resultarle chocante o incluso desacertado. Pero, ¿por qué proponer un lema vitalista a un tiempo que confusamente se asocia a una concepción rancia de la ascética y del sacrificio?

La Cuaresma ha de entenderse en función de la Pascua, el triunfo definitivo de la vida sobre la muerte. Por eso como leitmotif de este tiempo de Cuaresma, preparatorio –insisto- para la Pascua, propongo una canción vitalista: “Vive ya” (traducida como “Vivere” en italiano y “Dare to live” -Atrévete a vivir- en inglés), interpretada por Laura Pausini y Andrea Bocelli. Su mensaje puede ayudarnos a percibir el trasfondo de la cuaresma que, como sabemos, nos propone tres medios básicos para llevar a buen término esa preparación: oración, ayuno y limosna.

Orar es hablar con Dios de los demás para poder luego hablar a y con los demás de Dios. Pero sabemos que orar no es fácil. Se trata de una experiencia que puede resultar muy gratificante pero también muy exigente, pues requiere capacidad de escucha, sinceridad, honestidad, empatía, y muchas más cosas. Hablar con Dios es peligroso porque puede contestarnos. Eso sí, después de ejercitarnos espiritualmente en la Cuaresma, deberíamos ser capaces de comprender algo que nos dice la canción: después de Dios está sólo Dios.

En una ocasión una amiga me dijo que había tomado conciencia de que tener a Dios como lo más importante de la vida tiene sus consecuencias. ¡Es cierto! Poner a Dios en el centro de la vida es la clave para evitar caer en la tentación de perderse en lo superfluo y en lo banal (representado en el evangelio por lo material, el poder y la falsa gloria). Ante ello, Jesús nos muestra el camino: retirarse al desierto para sumergirnos en la profundidad de nuestro corazón (primer domingo de Cuaresma) y también subir a la montaña –al monte Tabor- para experimentar que al transfigurarse Dios en lo humano, se nos expresa que lo humano está llamado a trascenderse hasta Dios (segundo domingo).

El ayuno es, sin duda, la más controvertida e incomprendida de las propuestas cuaresmales. Ayuno de qué y para qué, se pregunta el hombre contemporáneo, cada vez más ajeno a la palabra ‘sacrificio’ (= entrega, donación). Pues ayuno de aquello que colma engañosamente el hambre de felicidad y la sed espiritual. Ayuno de lo falso como los templos de la religión de las piedras que no expresan la que sí es la verdadera religiosidad, la de las personas (“Destruid este templo y en tres días lo restauraré”, nos dirá Jesús en el tercer domingo). Y, sobre todo, ayuno de todo lo que nos hace mal y nos sume en la tiniebla sin dejarnos ver la verdadera luz (cuarto domingo). Dice la canción que no se puede vivir sin un pasado. Todos sabemos que no podemos vivir ni entendernos sin nuestro pasado, pero ese pasado no puede ser un lastre que hipoteque nuestro presente ni nuestro futuro. La luz de la misericordia infinita de Dios habrá de brillar en nuestro ser para poder mirar hacia delante, al final de la Cuaresma, en la Pascua, en el paso de la tiniebla a la luz, de la muerte a la vida: ¡atrevámonos a vivir!

Pero de nada sirven la oración y el ayuno si se quedan en meros ejercicios de culto a nuestro ‘yo’ y a nuestra vanidad. Por eso la Cuaresma nos propone la práctica de la limosna, la práctica de la más pura acción evangelizadora: el mandamiento del amor. Dialogar con Dios y desprendernos de lo que nos sobra deben ser caminos rectos que nos pongan en camino al encuentro de nuestros hermanos, al encuentro de los demás. Y no hay recetas mágicas, sólo sabemos lo que Jesús nos dice: “si el grano de trigo no muere en la tierra es imposible que nazca fruto, pero si muere da mucho fruto” (quinto domingo). El que ama una vez, ama siempre y por eso el amor no admite medias tintas, sino entrega y donación total.

Y eso nos lleva, tras asumir nuestra llamada a subir a Jerusalén (domingo de Ramos), a la tarde de Jueves Santo, pero eso ya lo trataremos en su momento. Os invito a escuchar la canción y a meditar con ella. Ojalá que esta Cuaresma nos lleve más allá de las falsas apariencias a la búsqueda del amor verdadero y nos estimule a poner en juego lo que verdaderamente poseemos: nuestra persona y nuestra vida.

¡Vivamos ya! ¡Atrevámonos a vivir!


sábado, 21 de febrero de 2009

“A este problema le faltan datos”


Ayer, a las tres de la tarde, falleció en Madrid el padre Fernando Burriel, dominico. Fue mi profesor de física y química en Bachillerato, al igual que de otros miles de jóvenes en el colegio Virgen de Atocha y en el CEU-Claudio Coello de Madrid. En mi biografía académica el padre Burriel supone el único caso en el que tuve que examinarme de una asignatura en septiembre antes de llegar a la universidad (donde otros muchos profesores se unieron masivamente al club). Bueno, tuve que examinarme yo y casi tres de las cuatro aulas que componían la línea de aquel 2º de BUP del curso 1988-89.

Al “galgo” del padre Burriel la casta le venía de su homónimo progenitor, F. Burriel, ilustre profesor de Química en la universidad Complutense y coautor (junto con Lucena) de un mítico libro de Química Analítica, y cuya leyenda universitaria cuenta que sólo pronunciar su nombre era suficiente para provocar temblores y suspiros en quienes sufrieron su terrible nivel de exigencia. ¡De exigencia sí, pero también de excelencia y enseñanza! Exigencia, excelencia y enseñanza eran palabras también importantes para el padre Burriel (¡quien fue suspendido por su propio padre en la carrera!). El paso del tiempo le dio la razón, pues más de un compañero me ha reconocido que sus apuntes de 2º de BUP le sirvieron para estudiar cosas de la carrera.

En nuestras clases de física y química nos entraba la risilla floja por asistir a una especie de espectáculo (no olvidemos que por problemas con su voz el padre Burriel daba clase con un micrófono peculiar) en el cual el protagonista se esforzaba por explicar aquella asignatura y los “otros” protagonistas, sus alumnos, nos esforzábamos por no perder los papeles y seguir el hilo de lo que se nos trataba de explicar. ¡Qué fácil decía ser todo para él y qué difícil se nos hacía todo a nosotros! Y, sin embargo, hoy desde la atalaya de alguien que se dedica a la enseñanza pienso: qué difícil para él complicarse la vida por defender esos valores y qué fácil para nosotros encontrar miles de excusas ad hoc.

Ayer por la tarde cuando le transmití la noticia a mi amigo José Ramón, fiel a su inagotable memoria, me recordó una frase mítica: “A este problema le falta datos”. José Ramón y yo pasamos un intenso verano (en todos los sentidos) estudiando física y química con la ayuda extra de una profesora de una academia. Clases en la academia y estudio por las mañanas y esparcimiento por las tardes (Perico Delgado en el Tour de Francia y pachangas de fútbol en el Retiro con un balón de playa) todo ello al ritmo de la canción del verano –“Aquí no hay playa” de Los Refrescos- y creando tendencias en la moda estival con nuestros incombustibles bermudas y chandals. Veranos como aquel forjan la intensidad de las cosas que siempre formarán parte de nuestra amistad y de nuestras vidas.

Cuando aquella profesora de la academia nos pedía ejercicios para resolver en clase, José Ramón y yo llevábamos los de nuestros exámenes del colegio y en más de una ocasión tras retorcerse incómodamente mientras leía el enunciado, se acababa rindiendo y nos decía: “A este problema le faltan datos”. Nosotros ya sabíamos que eso podía pasar, pero teníamos muy claro que ese ejercicio no sólo se podía hacer sino que se tenía que hacer para poder aprobar en septiembre. Codo con codo, entre los dos y después incluyendo en nuestra búsqueda a la profesora, desentrañamos los misterios de aquellos ejercicios de física y química, descubriendo que no faltaban datos sino que nosotros no sabíamos leerlos o interpretarlos y, por supuesto, acabamos reconociendo que el problema tenía solución.

A pocos minutos de salir para el funeral y el entierro del padre Burriel, vuelvo a pensar en los misterios de la vida. Nuestra existencia es un misterio, la propia vida es un misterio y así otras muchas cosas. Son “problemas” de los que podríamos pensar que le faltan datos, y por tanto podríamos rendirnos ante ellos, dejarlos para septiembre o bien afrontarlos con una actitud de convencimiento y conscientes del esfuerzo que va a suponer. Esta última opción es la de quien considera que no es que falten datos, sino que es muy posible que no sepamos leerlos o interpretarlos correctamente.

Ante el misterio de la muerte y de la resurrección aparentemente nos faltan muchos datos, pero yo hoy, gracias a lo que he aprendido de muchas personas, entre ellas el padre Burriel, sé que al final de los problemas siempre hay una respuesta y una solución. Como Marta, al contestar a Jesús ante el sepulcro de su hermano Lázaro, contesto: “ya sé que resucitará en la resurrección, el último día” (Jn 11,24).

Descanse en paz y brille la luz perpetua para fray Fernando Burriel OP y que Dios bendiga a todas las personas que viven la vida como búsqueda de la verdad, como búsqueda de las respuestas a un problema al que aparentemente le faltan datos, pero que con el paso del tiempo y la experiencia de la vida, descubrimos que sí tiene solución.

viernes, 13 de febrero de 2009

Dawkins “superstar”

La primera vez que escuché hablar del etólogo británico Richard Dawkins fue en un típico curso de inglés para extranjeros en Cambridge. Es curioso, pero este tipo de cursos se convierten sin pretenderlo en una especie de sesión de terapia de grupo o entrevista de grupo en la que una serie de personas aprovechan su presunto anonimato para contar su vida y milagros a partir de un tema aparentemente azaroso con la única limitación de su insuficiente nivel de una lengua extranjera, razón por la que se supone están allí. En aquel curso, una de las profesoras, relativamente joven (unos “taitantos” años) propuso un texto de este científico y enseguida empezó a llamar mi atención la vehemencia y el apasionamiento con que le describía a él y a su obra científica. Parecía que había encontrado en aquel hombre a su mesías, pues no en vano muchos de los seguidores de Dawkins afirman, supongo que con las pertinentes reservas, que “Dawkins es dios” (lo pongo en minúsculas por razones obvias y por deferencia con Dawkins, que no sé cómo reaccionaría al ser comparado con su bestia negra: el Dios judeo-cristiano).

En cualquier caso, no me hizo falta saber mucho inglés para cerciorarme de que las ilusiones que aquella buena mujer tenía en su gurú personal respondían al más rancio y decadente neopositivismo. Análogamente, a poco que uno se ponga a hurgar en la vida y obra de Dawkins comprobará que es muchísimo más el ruido que las nueces.

Pero el caso es que fui a Cambridge a aprender inglés (objetivo que conseguí muy parcialmente) y, sin embargo, a quien sí conocí fue a “Dawkins superstar”. A veces no has oído hablar de algo o alguien y de repente esa persona empieza a hacerse presente por todas partes. Entras en una librería y te topas con un libro de este señor, vas a subir a un autobús y en su carrocería hay un anuncio ateísta con un lema inspirado por él, te conectas a internet y se habla de sus últimas declaraciones, te tomas un café con un amigo y de repente sale su nombre a la palestra…

¿Qué tiene Dawkins para convencer de esa manera tan facilona a algunas personas? Es difícil decirlo, así que lo mejor será decir qué no tiene Dawkins ni para aspirar a ser una “superstar” ni para lograr el asentimiento de gente que, quizás, inocentemente, no puede, no sabe o no quiere tomarse la molestia de hacer una crítica a lo que propone y dice. Fundamentalmente se me ocurren cuatro razones a tener cuenta:

1) Si la ciencia no lo es todo, el cientificismo menos. Se puede ser un maestro en biología a la vez que un redomado ignorante. Es indudable que la carrera científica de Dawkins avala que es mucho lo que él sabe de biología. Pero no es menos cierto que saber mucho de biología no lo es todo. Cualquier persona que tenga un poco de respeto y pasión por el conocimiento en general, sabe que la humildad es básica pues, entre otras cosas, cuanto más avanzamos en nuestro conocimiento mayor es el vértigo al tomar conciencia de la gigantesca aventura en la que se ve envuelto el investigador.

2) La ceguera neopositivista. El neopositivismo retoma la convicción positivista de que la ciencia logrará algún día darnos todas las respuestas a nuestras preguntas. Por tanto, para esta corriente, ni arte, ni religión ni filosofía podrán ofrecer esas respuestas con las mismas garantías que la ciencia. Sin embargo, la ceguera neopositivista consiste en no ver o no querer ver que la propia ciencia no sólo nos va aportando información (que no reflexiones) sobre la realidad sino también sobre sus propios límites para poder dar respuestas a la misma.

3) Las consecuencias de su forma de pensar. En algunas formas del pensamiento de Dawkins encontramos huellas de sentimiento de superioridad moral, escepticismo y cierta falta de respeto por la especificidad del ser humano (seguramente una cuestión más afectada por la teoría darwinista que la del origen del mundo). Para contestar a esto recurriremos a un pensador que experimentó su madurez filosófica tras curarse de su positivismo: Ortega y Gasset.

Sobre lo primero, sobra decir que el afán de superioridad moral suele ser una proyección de su opuesto: el complejo de inferioridad. Dawkins se equivoca gravemente al tomar por inferiores o juzgar maliciosamente a quienes piensan distinto que él, a la par que nos hace preguntarnos por qué alguien con una teoría tan “poderosa” ha de recurrir a estos medios. De hecho, uno de los grandes puntos débiles del darwinismo está en las terribles consecuencias que puede adoptar en los ámbitos de lo social y lo político: el darwinismo social. Ortega afirma con ironía que pudo percibir por primera vez con claridad los límites de la ciencia y los excesos del positivismo cuando mientras escuchaba a un científico afirmar que la ciencia era capaz de explicar el comportamiento moral (o inmoral) de los seres humanos.

Sobre lo segundo, bastará con parafrasear a Ortega cuando afirma que “todo principiante es un escéptico y todo escéptico es un principiante”. Da la sensación de que la fuerza de Dawkins no está en su ciencia sino en su sofisticado entorno mediático. En efecto, cuando alguien, incluso de modo tierno, le aprieta las clavijas intelectuales, enseguida pone en marcha el ventilador de ocurrencias a la defensiva (ver vídeo más abajo).

Finalmente, sobre las presentaciones reduccionistas del ser humano como “algo” estrictamente biológico habría que preguntar si la ciencia (y con ella el evolucionismo) hubiese sido posible sin la especificidad del ser humano, entre otras cosas como sujeto. Precisamente Ortega contrasta a Darwin con Kant, el filósofo que nos hizo entender que todo conocimiento tiene algo de subjetivo, en cuanto que sólo es posible por ser cognoscible por un sujeto. Mientras que Kant ha situado a tal altura la dignidad del hombre que lo ha hecho legislador sobre las cosas que hay en el universo; por su parte, Darwin ha rebajado esa dignidad del hombre a su punto más bajo, haciendo del hombre un eslabón más de la escala zoológica (un asunto, por cierto, mucho más espinoso que el de la creación del mundo). Pero Darwin no podía haber hecho lo que hizo si no hubiese visto los datos que recopiló desde una teoría que, en cierto modo, era una legislación sobre las cosas, con lo que Kant tenía razón.

4) La falta de honestidad. Muchos críticos de Dawkins consideran que en los últimos años se ha dejado llevar por soluciones simplonas y por el recurso a la provocación y la polémica artificial. Especialmente llama la atención su escandaloso desconocimiento de cuestiones teológicas, menor que el de un niño preparándose para su primera comunión, y filosóficas. Dawkins no sabe ni quiere saber de teología o filosofía. La fe le parece algo indigno del hombre, quizás olvidando que el positivismo siempre conduce a convertir la ciencia en la nueva religión de la fe científica (ya se sabe: “¡quítate tú, que ya me pongo yo!”). Por tanto, sus precipitadas conclusiones y sus furibundos y obsesivos ataques no sólo nos privan de conocer el verdadero alcance de sus tesis, muy discutibles y discutidas por otros biólogos, sino que revelan cierta incapacidad para el diálogo y probablemente la búsqueda del éxito y del aplauso fácil (como el del vídeo).

Moraleja: Acabo de hablar con una amiga licenciada en biología que me dice no saber nada de Dawkins. Sin embargo, su nombre sale en todas partes y sus libros ocupan algunos de los mejores puestos en los escaparates. Pienso en mi profesora de inglés en Cambridge o en la gente que inocentemente navega por internet o zapea en sus televisores, y me pregunto hasta qué punto tragamos con cosas que camuflan su falsedad en envoltorios mediáticos o en presuntos honores sociales o científicos, pero que difícilmente superarían la criba de seguridad y calidad que nos ofrecen una buena formación, los libros interesantes o nuestra propia capacidad crítica e intelectual a veces adormecida por nuestras inercias y nuestra pasividad.

domingo, 8 de febrero de 2009

Hambre de justicia

Un año más, y ya vamos por la 50º edición, el mes de febrero se abre con la ‘Campaña contra el Hambre’ convocada por la ONG católica ‘Manos Unidas’ bajo el lema “Cincuenta años después, seguimos en guerra contra el hambre”. Como evoca este lema, hay cosas que parecen no cambiar. ¿Realmente es así? ¿O hay motivos para la esperanza?

Sobre la problemática del hambre en el mundo hay muchas teorías y muchos enfoques algunos novedosos y otros demasiado manidos como “el de dar los peces o dar la caña y enseñar a pescar”. En cristiano, sólo hay un camino y éste no es otro que el de la conexión entre la vertiente contemplativa y la vertiente activa de nuestra fe. En otras palabras, una sana espiritualidad conduce necesariamente al compromiso apostólico y viceversa, el contacto con el mundo y la gente, alimenta y estimula la salud de nuestra espiritualidad.

A partir de aquí, entran en juego los acentos o los enfoques desde los que se vive la fe. Uno de ellos procede de la tradición dominicana y en los últimos años ha sido muy bien expresada por el teólogo sudafricano Albert Nolan OP, un hombre que ha demostrado con su testimonio de vida que el poder no lo es todo pues sólo adquiere el respaldo de la autoridad si se ejerce en beneficio de un fin noble y justo. Las ideas de Nolan tienen ya, en este caso, 25 años, pero al igual que las causas del problema del hambre siguen vigentes, seguramente las posibles soluciones también. En su discurso pronunciado en el Instituto Católico de Relaciones Internacionales de Londres, A. Nolan expuso su tesis según una experiencia espiritual que pasa por cuatro etapas: compasión, cambios estructurales, humildad y solidaridad.

En la etapa de la compasión (que significa “padecer o sentir con”) nos damos cuenta de que hay dos cosas que nos ayudan a desarrollarla: la exposición, es decir, la cercanía al problema y a las personas que lo sufren; y la revelación o la información que nos ayuda a ser conscientes de la realidad y de lo que supone el problema en cuestión.

En la etapa de los cambios estructurales percibimos que detrás de algunos problemas, como el del hambre, hay estructuras políticas y económicas que lo generan o incluso lo potencian y perpetúan. En este momento nuestra visión del problema se complica porque dudamos entre echarnos a un lado y rendirnos o comprometernos más y luchar, y aún así dudamos: ¿es más operativo el trabajo curativo o el preventivo?

La humildad, tercera etapa, nos ayuda a resolver el dilema anterior con una simple aclaración: “el pobre puede y debe salvarse a sí mismo”. Y no sólo eso, el pobre no sólo no necesita lecciones sino que es él quien puede enseñarnos. ¡Debemos aprender de la sabiduría del pobre! Como dice A. Nolan, los pobres son oportunidades e instrumentos de Dios para actualizar su salvación en nuestras vidas.

El proceso espiritual acaba su recorrido en la estación de la solidaridad. Tras acercarnos a la humanidad de los pobres y comprobar cómo ella nos ha ayudado a tomar conciencia de la nuestra, ya podemos comprender que “ellos” y “nosotros” somos un único “nosotros”, que estamos en el mismo lado: en el lado de Dios que nos hace hermanos.

En conclusión, cuando los discípulos fueron a decirle a Jesús que la muchedumbre tenía hambre, él les replicó que les dieran ellos mismos de comer. De cinco panes y dos peces hubo comida para muchos e incluso sobró. Su palabra fue el impulso para obrar el gran milagro de la solidaridad (en cristiano, fraternidad): cuando nos amamos unos a otros como hermanos, hay cantidad suficiente para todos y sobra para repartir a muchos más.

El problema del hambre no es sólo un asunto de comida. Es, fundamentalmente, una cuestión de justicia y por tanto hay que tomar partido en ella. Los primeros que lo comprendieron fueron quienes se sentaron a comer con Jesús en su última cena, en un bello gesto humanizador antes de ser crucificado injustamente por ser el Justo entre los justos. Hoy, nos corresponde a nosotros invertir el proceso, saliendo al encuentro de los injustamente castigados por la plaga del hambre e invitarlos a comer en la mesa de Jesús.

Que la gracia de Dios inspire nuestros compromisos con la justicia, que bendiga a instituciones como Manos Unidas y sus campañas, y siga alentando a personas que, como Albert Notan, nos remueven la conciencia y nos recuerdan que hemos de dar gratis (desde la gracia) lo que hemos recibido gratis (por la gracia).

lunes, 2 de febrero de 2009

Turrón de chocolate

Las dominicas contemplativas del monasterio de Santa Catalina de Valladolid (popularmente conocidas en la ciudad como las “catalinas”) me han endulzado el mes de enero, por intercesión de un entrañable benefactor, con uno de los más selectos manjares fabricados en su obrador: el turrón de chocolate. Mi gratitud por este detalle se queda pequeña en comparación con la que experimento por tener la suerte de contar con su afecto y con su oración (¡que no sólo de turrón de chocolate vive el hombre!).

El 2 de febrero se celebra el día de la Vida Consagrada, expresión tan ambigua como traicionera, y me gustaría que mi reflexión sobre la misma –especialmente orientada a la vida contemplativa o vulgarmente llamada “de clausura”- estuviera basada en la imagen de una tableta de turrón de chocolate que transmite buen sabor, que se asocia a momentos compartidos y de paz e interioridad, y que merece ser dada a conocer a los demás.

En primer lugar el turrón de chocolate presenta muchas variantes. Lo hay más o menos comercial (o de marca), lo hay con predominancia del chocolate y lo hay más centrado en las ambrosías o en las almendras, etc. Sí, hay muchas recetas de turrón de chocolate pero a mí me gusta la de las dominicas de Valladolid. No es ni mejor ni peor, es la que a mí me gusta. Igualmente ocurre con la vida consagrada, que es eso, una posibilidad o una opción de vida, ni mejor ni peor, es la mejor para quien crea que es la que le gusta y le puede hacer feliz.

En segundo lugar, el éxito del turrón de chocolate de estas monjas de Valladolid radica, entre otras cosas, en que ellas se dedican a hacer lo que mejor saben hacer y eso supone mucho conocimiento de causa y, sobre todo, mucho tiempo, mucho amor y mucha dedicación. En ocasiones la vida religiosa se ha obsesionado con la idea de “ser” en detrimento de la idea de “hacer”. Evidentemente ambos verbos han de conjugarse juntos pero el orden de los factores en este caso sí altera el producto. Porque las dominicas hacen turrón de chocolate del mundo, gente como yo hemos podido llegar a la conclusión de que son las “hacedoras” del mejor turrón de chocolate del mundo. Si, por el contrario, se hubieran obsesionado con “ser”, su confusión no les hubiera permitido hacer. En otras palabras, construyendo-haciendo el Reino de Dios somos ya partícipes del Reino de Dios; la otra posibilidad –la conmutativa- ya no está tan clara, salvo que el estatus religioso o social o su reconocimiento sea lo que se pretende con tan ideológico juego verbal.

Y, finalmente, la vida consagrada parece atravesar, por más que líricos ejercicios retóricos traten de maquillar la situación, una severa crisis. Si es un poeta quien nos habla de los famosos “tiempos recios”, entonces nos interpela y nos toca el alma, animándonos a apretar los dientes para salir adelante; si es un estúpido el que nos habla de los “tiempos recios” entonces es el primer paso para la investidura como superior o superiora con riesgo de perpetuación, porque la estupidez es hereditaria, no en el sentido de congénita sino en el de monárquica. Esta Navidad, las “catalinas” han fabricado algunos dulces y tabletas de turrón de chocolate para familiares y amigos pese a tener el obrador temporalmente cerrado por un problema en el edificio del monasterio. ¡Ni el mayor de los problemas puede ser una excusa para dejar de tener en cuenta a quien espera algo (quizás más de lo que pensamos) de nosotros! Un profesor de Historia de la Iglesia me enseñó que en tiempos de crisis la Iglesia siempre supo encontrar parte de la solución a la misma en el sabio principio de dejar a un lado esa preocupación para centrarse en otras que no sólo demandaban algo de ella, sino que también le permitirían relativizar y despejar en parte tan nublado horizonte. Quizás la vida consagrada pueda encontrar algo de luz a su crisis si deja de emplear tanto tiempo y esfuerzo en hablar y pensar sobre sí misma, empleándolo en potenciar otras tareas que ya realiza bien pero que agradecerían mucho la inyección de algo de ese tiempo y esfuerzo.

¡Qué prescindible pero, al mismo tiempo, que importante es el turrón de chocolate! Quienes viven o conocen la vida religiosa contemplativa han de lidiar con la retahíla de tópicos que caen sobre ella. Uno de los más pobretones y habituales es preguntar con desdén y no poca torpeza humana y espiritual para qué sirve la vida religiosa, especialmente la contemplativa. En mi primer curso de la carrera de filosofía, sumido junto con mis compañeros en la ignorancia y en la frustración por no entender nada de la asignatura de Lógica, nos revolvíamos impetuosamente contra el profesor reclamando que no sabíamos para qué servía su asignatura. El profesor, sin perder en modo alguno la compostura, nos replicó que estábamos muy equivocados sin pensábamos que su asignatura no servía para nada. Y añadió que para lo que servía su asignatura era, como mínimo, para que él y su familia pudieran comer. Por eso a los que cegados por su ignorancia y estrechez de miras preguntan con cierta presuntuosidad que para qué sirve la vida religiosa contemplativa, yo les contestaría, sin perder en modo alguno la compostura, que sirve, como mínimo, para hacer turrón de chocolate. ¡Qué aproveche!