domingo, 19 de abril de 2009

¿1-0?

Me acaban de dar una bofetada teológica en todos los morros. Al enviar a un grupo de amigos y conocidos mi felicitación pascual, con un enlace adjunto a la entrada anterior (“Resurrección e interpretación”), uno de ellos se ha revuelto, con algo de furia antropológica, y me ha soltado lo siguiente (mantengo el lenguaje SMS por fidelidad a la literalidad de su escrito):

“q l amor y la vida han triunfado sobre q??????????? venga, anda, ponte un ratito el telediario o simplemente observa un poquito atentamente a tu alrededor.... ya me contaras q tal.... q feliz eso de la libre interpretación!!!!!!!!!!! eso sí, con todo mi amor”.

Lo primero que he de decir es que agradezco infinitamente a E. que me haya contestado de esta manera. Muchos pensarán algo parecido o más duro y no sentirán la necesidad de decírmelo. Lo mejor de esta respuesta es que viene, como E. dice, con todo su amor. Quien ama de verdad considera que, porque me afecta quien eres o lo que piensas, he de decirte que lo que haces o piensas no me parece bien o, peor aún, ¡¡me parece insultante o una estupidez!!

La segunda cosa que he de decir es que esta crítica tiene una parte subjetiva y otra objetiva. La primera es clara: tú ves la vida así y yo la veo de otra forma. La objetiva es que es evidente que en el mundo pasan muchísimas cosas que son terribles y horrorosas (las peores, estoy convencido de que no salen ni saldrán nunca en el telediario), y también otras que son maravillosas. Es evidente que hay mal y dolor en nuestro mundo y cualquier actitud que no se solidarice con esa realidad por insensibilidad o por frivolidad no es humana. Acepto, pues, que hay personas que ven la vida de otra manera y que los creyentes debemos tener en cuenta que cualquier discurso teológico es un ejercicio de responsabilidad porque puede convertir en palabrería y en consolación mediocre e infantilista lo que debería ser una palabra de sentido y auténtica esperanza.

No obstante, otro aspecto a considerar es que mi respuesta también tiene una parte subjetiva y otra objetiva. La subjetiva me recuerda que conozco a E. desde hace años cuando se revolvió con su genio al pensar subjetivamente que su calificación debía ser más alta de lo que yo le concedí objetivamente. Sé que ambos tenemos nuestra forma de pensar: ¡¡por eso es feliz eso de la interpretación libre!! La objetiva es que no vale ir por la vida de puntillas diciendo todo lo que no me gusta o lo que no valoro, sin mojarse en el honesto ejercicio de proponer una alternativa mejor. El relativismo conduce a una pretenciosa superioridad moral por la sencilla razón de que aquellos que nunca proponen nada sienten que nunca se equivocan, olvidando que viven inmersos en un error absoluto: no implicarse con su realidad. (Nota.- Sugiero a los lectores que hagan un ejercicio o análisis práctico de esto en su realidad cotidiana)

Es decir, una cosa es denunciar que el ser humano, cristiano o no, se vea impotente ante la realidad del mal, el dolor o la muerte; pero otra cosa, muy necia, por cierto es considerar que con eso basta y que no nos queda otra que aguantarnos y emborracharnos con unos tragos de sinsentido. La no propuesta del relativismo ante el problema es, aparte de deprimente y patética, inaceptable por el simple hecho de que mientras la cristiana (u otras) son propuestas de acción que reafirman la condición de sujeto de la persona, la relativista responde al principio totalitario de claudicar ante una realidad que, ¡vaya por Dios!, no sólo no es como piensan los demás sino que es tal y como piensan los relativistas.

El caso es que mucha gente podría pensar que, tras el alegato de E., servidor iría perdiendo por 1-0. Sin estar de acuerdo, podría llegar a aceptarlo, pero hay un pequeño problema. Yo soy seguidor acérrimo del Atlético de Emaús, integrado por seguidores de Jesús de Nazaret con Cleofás a la cabeza (Lc 24, 13-35) que al descanso de un partido “trascendental” se retiraban cabizbajos abrumados por la decepción de una más que presumible derrota. Habían entrenado bien con la esperanza de poder ganar y ahora todo parecía abocado al fracaso. Sin embargo, de repente, al entrar al vestuario cayeron en la cuenta de que sin estar haciendo las cosas muy bien, tan sólo iba perdiendo por un gol de diferencia, así que con una nueva actitud la remontada sería más que viable. Hablaron con el entrenador y reconocieron en sus palabras y en sus gestos que, con un ligero cambio de táctica y permaneciendo unidos en la fe y en el amor, todo saldría perfecto. Y así saltaron al campo y en esas estamos, jugando el partido con toda nuestra ilusión y todas nuestras fuerzas.

Los creyentes sabemos que con la resurrección de Cristo todo está hecho pero no nos olvidamos de que también todo está por hacer. Por eso quienes toman conciencia de lo que supone el Espíritu Santo recibido tras su resurrección han de comprometerse de tal manera con el mundo que no tengan que escuchar eso de “qué hacéis ahí mirando al cielo” (Hch 1, 11). Para los no creyentes, sólo espero que antes las desgracias de nuestro mundo nunca tengan que decirles “qué hacéis ahí mirando el telediario”.

El mal, el dolor, la muerte y la injusticia son problemas humanos y no exclusivamente cristianos. Todos tenemos que afrontarlos con la mayor integridad posible. Los cristianos tenemos la suerte y la responsabilidad de hacerlo desde la confianza de saber que, estando junto a Dios, no tenemos nada que perder y sí todo por ganar (Flp 3, 7-16). Y por eso no nos tienen que doler tanto las críticas ajenas como la triste incoherencia de llegar algún día a experimentar que el ardor de nuestras acciones no está a la altura del ardor de nuestros corazones.

Así pues, y sin ánimo de parecer recalcitrante, ¡¡Aupa Atlético de Emaús y Feliz Pascua!!

domingo, 12 de abril de 2009

Resurrección e interpretación

¡Feliz Pascua de Resurrección a todos!

Al igual que en la fiestas de Navidad, en estos días de Semana Santa me siento afortunado por poder disfrutar de ellos desde su sentido más religioso. Habrá otras formas de vivirlos (puro ocio, días de playa, etc.), pero yo disfruto de la mía y doy gracias por ello. Y lo que es mejor, noto que la gente con la que coincido en esto también se muestran agradecidos.

Vivir la Semana Santa no tiene un patrón fijo pero de lo que sí estoy seguro es de que tiene una de sus opciones más cutres (hoy se diría “friki”) en el tedioso ejercicio de tragarse la retahíla de películas sobre la pasión y muerte de Jesús. Curiosamente, pocas de estas películas llegan hasta el final del asunto: la resurrección.

Esto me recuerda a uno de mis primeros profesores de Biblia, Gonzalo Flor, quien ironizaba sobre estas películas diciendo que no estaba seguro de que existiera el infierno, pero de lo que sí estaba seguro es de que si el infierno existe, los que seguro que estarán en él serán los directores y guionistas de las películas religiosas o “de Semana Santa”.

Es cierto. El daño que hacen este tipo de películas es doble. Por un lado está el plano artístico en el que el juicio estético no invita a ser muy magnánimo en la crítica cinematográfica. Pero, por otro lado, está el problema hermenéutico de la narración de los hechos y misterios que se celebran. Es decir, el problema no consiste sólo en que haya gente que pueda llegar a pensar que Moisés sea Charlton Heston o que Jesús de Nazaret fuera un tipo de mueca hierática como el Jesús que nos propone Zefirelli. La cuestión va más allá porque se puede llegar a dar mayor relevancia a una fuente terciaria que a una secundaria. Y así se puede llegar a encontrar gente que conoce los hechos por la interpretación de una película antes que por la de los evangelistas, sin olvidar que hay una interpretación más importante y decisiva: la propia interpretación que es personal e intransferible.

La resurrección que hoy celebramos lo es, entre otras muchas cosas, porque la experimentamos en nuestras propias vidas. Si no fuera así, sería como una película que, durante unos instantes, quizás días, tendría un efecto estimulante en nosotros pero que, con el tiempo, quedaría en algo para el recuerdo y la emoción pero no para animar nuestra existencia y vida cotidiana.

Algo parecido a esto vivieron los apóstoles. Ellos pudieron llegar a pensar que su experiencia con Jesús fue “una película” o incluso un mal sueño. Sin embargo, el recuerdo de lo vivido y su propia experiencia les hizo caer en la cuenta de la auténtica dimensión de lo que implica creer y vivir que “Jesús, el Señor, ha resucitado”. Ellos hicieron su propia interpretación de lo que Jesús les transmitió. Por eso su testimonio, el de los apóstoles, es mucho más fiable -canónico, diría la Iglesia- que el de las películas de Hollywood o los estudios Cinecittà de Roma. Sin embargo, más importante aún que el testimonio apostólico es la experiencia de constatar en primera persona que Jesús vive en mí y eso tiene consecuencias en mi vida, en los demás, en el mundo. Por eso todos tenemos que hacer nuestra propia interpretación de lo que supone la Pascua.

Para la Cuaresma propuse el lema “Atrévete a vivir”. Hoy, con mayor motivo, renuevo este lema para vivir y anunciar a los demás la verdad fundamental de nuestra fe: Jesús ha resucitado y el amor y la vida han triunfado para siempre sobre el miedo y la muerte. ¿Hay acaso una mejor Buena Noticia que ésta? ¡Feliz Pascua!

sábado, 4 de abril de 2009

Misericordia para Judas, misericordia para todos

No se puede vivir sin misericordia. Yo, al menos, no podría. Mucho de este sentimiento profundamente humano se lo debo a los dominicos y entre ellos a fray Javier Espinosa OP, buen hermano, profesor y amigo (por orden cronológico) hasta tal punto de ser uno de los “PredicaSeguidores de la Gracia” (lo cual supone un inmenso honor y gozo para mí). Con su aspecto bonachón, su gran corazón y su misericordia evangelizadora, él, en sintonía con sus hermanos de comunidad, tuvo el acierto de predicarnos a sus alumnos la importancia de la misericordia tanto en el plano práctico como en el teórico.

Lo de la práctica lo dejo para quien tenga la suerte de conocerle. Lo de la teoría nos lo explicó varias veces en sus clases de Religión. En una de ellas nos dijo, provocadoramente pero con mucha carga teológica, que Judas fue el mejor discípulo de Jesús. Ante nuestro escándalo adolescente por sus palabras, nos aclaró que lo que nos quería dar a entender es que Judas fue el discípulo que tuvo más conciencia de lo que Jesús había venido a hacer en este mundo.

Y esa fue la causa de su reacción. Los planes de Judas no coincidían con lo que él esperaba porque él ya había entendido muy bien qué era eso del Reino de Dios. Y su decepción se tradujo en traición. A veces los sentimientos de enfado o decepción nos empujan hacia decisiones o acciones estúpidas que buscando dar salida a nuestro despecho, lo que consigue es orientarlo con mayor fuerza en nuestra propia contra. Sin embargo, en última instancia, la vida y el amor hacen que en la traición, el traicionado salga reforzado y el traidor cuestionado.

Precisamente san Lucas, el evangelista de la misericordia, nos lo cuenta muy bien: “Entonces Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que era del número de los Doce” (Lc 22, 3). Satanás significa “quién como yo” y esa exacerbación del ego hasta la máxima potencia es lo que conocemos por infierno, esto es, vivir de tal manera que nuestras acciones nos alejan no sólo de nuestro auténtico yo sino también de todo lo que amamos, llegando incluso al extremo de no dejarnos amar.

Por su parte, Jesús simboliza todo lo contrario y lo manifiesta en la misma escena: la Última Cena. Ante el “quién como yo” de Satanás, Jesús opone el “quién como aquél que tiene tanto amor como para dar la vida por los demás”. Y no se trata de un gesto torero o heroico, sino de un gesto humilde de ponerse en manos de Dios porque muchas veces preferiríamos que aparte de nosotros este cáliz (Lc 22, 42). Eso es lo que denominamos “la voluntad de Dios”.

Creyentes y no creyentes solemos excusarnos en que no sabemos bien qué es eso de la voluntad de Dios. Pero el mandamiento del amor es la mejor clave para purificar falsas excusas y descifrar en qué consiste. Los cristianos creemos que el amor lo puede todo, incluso hacer de un acto tan triste como una traición, un símbolo de redención, de salvación y también de misericordia.

Llega la Semana Santa, un tiempo especialmente propicio para fortalecer y celebrar nuestra fe y nuestra esperanza. Pero sabemos por San Pablo que sin amor esas grandes virtudes no son nada. Y entre las mayores pruebas de amor está la misericordia, que es foco de bienaventuranza, porque el que sea misericordioso será bienaventurado, entre otras cosas porque recibirá misericordia (Mt 5, 7).