domingo, 25 de octubre de 2009

Móvil y @, príncipes de Asturias

Se acaban de entregar los premios Príncipe de Asturias los cuales, como todo premio que se precie, tienen un tufillo subjetivo e interesado que acaba por desvalorizar la esencia de lo que un premio puede suponer para un ser humano: reconocimiento.

En los tiempos que corren, si Obama puede ganar el Nobel de la Paz, ¿quién podrá osar a cuestionar que el teléfono móvil y la @ de internet merezcan este galardón astur? Al fin y al cabo, según dicen quienes saben de esto –o sea, el jurado- el móvil y la “arroba” “se encuentran entre las más grandes innovaciones tecnológicas de nuestro tiempo” y “han contribuido de manera decisiva al avance del conocimiento”. Pero permítaseme ser un poco crítico con esto, pues éste del móvil como todo artilugio o negocio humano tiene una cara bienventurada y otra maldita. Para ello me ayudaré de tres perlas filosóficas extraídas de una columna que escribió en ABC un señor tan subjetivo como los del jurado, un tal Guillermo Ansaldo (¿de segundo apellido “Disponible”?), presidente de Telefónica España.


La primera perla decía: “El móvil destapó una demanda latente que todos teníamos: poder estar comunicados en cualquier momento y en cualquier lugar. Desde este punto de vista, no cabe ninguna duda: el teléfono móvil es el invento de la segunda mitad del siglo XX”. Pero, ¡cuidado!, donde Ansaldo dice que podemos estar comunicados en cualquier momento y en cualquier lugar, yo digo que el argumento de tan importante señor tiene un problema de cobertura. No sólo porque este superteléfono no llega a todas partes, sino porque el, en teoría, mejor invento de la segunda mitad del siglo XX, no sería lo que es sin la inestimable colaboración de otros inventos no menos importantes como el satélite o el ordenador. Y es que, como dijo Umberto Eco –y esto les toca mucho el pie a los fanáticos del móvil- se trata de un invento que tiene muy poco que ver con los grandes temas de la vida y de la muerte.

La segunda perla es la más simplona, digna de tertulia televisiva: “La telefonía móvil ha eliminado las barreras geográficas y temporales, ha salvado vidas, ha democratizado la comunicación de una forma nunca vista, se ha convertido en imprescindible. Ha logrado que nos cueste trabajo recordar cómo era la vida cuando no existía”. ¡Esta opinión es tan cutre que me invita a explayarme! Sobre las barreras geográficas y temporales, sólo puedo decir que tecnologías como la del teléfono móvil han contribuido a aumentar el gigantesco agujero entre los países ricos y los pobres. Sobre la temporalidad, citando el caso de los trabajadores exprés (esos que pierden sus momentos de descanso y de estar con sus familias y amigos porque les localiza su jefe) podemos extraer alguna idea de cómo el móvil puede llegar a atentar contra la intimidad de las personas.

Y es cierto que el móvil ha salvado vidas, pero puede que quizás no tantas como haya eliminado (accidentes de tráfico, atentados terroristas, etc.), y aunque no entiendo bien qué es eso de democratizar las comunicaciones de forma nunca vista, sí sé, por influencia de algunos filósofos clásicos, que la democracia puede degenerar en demagogia. ¿Será esto lo que explica que el 95% por cierto de las llamadas de móvil son para conversaciones inequívocamente insustanciales? ¡Bendita democracia, ahora ya puedo entender, y sin poder mirar mi factura, por qué es imprescindible el móvil!

Llegamos así a la tercera genialidad, la más ideológica: “Esa es una de las grandezas de la tecnología: que nunca discurre por donde pensamos”. Sobre esto, me gustaría decirle al señor Ansaldo que el móvil es una tecnología muy útil y actual, pero como toda tecnología responde a unos intereses encubiertos que pueden ser muy nobles o totalmente innobles. La cuenta de resultados de su empresa es una prueba de ello. Y digo que responde a intereses porque detrás del móvil, de sus llamadas, de sus tarifas, de sus malos y de sus buenos usos, siempre hay un factor común: las personas. Así que deduzco que el móvil será adecuado si me lleva a ser mejor persona y a acercarme más auténticamente a otras personas. Lo demás es ideología y marketing (ya se sabe, “lo importante es poder hablar” o “connecting people”, sic).

En conclusión, la gracia del móvil está en que la llamada (también la telefónica) es la voz que quiere decir algo importante a alguien importante, que espera con ilusión el mensaje de la misma. ¡Y no todas las cosas importantes se dicen ni de palabra ni por teléfono! En la puerta de las iglesias, suele haber carteles que rezan que “Dios no necesita móvil para comunicarse contigo”. Del mismo modo, las personas no necesitamos móviles para comunicarnos entre nosotros, aunque por supuesto que puede ser un buen medio para comunicarnos mejor. Dar la vuelta a este argumento anteponiendo el medio (el móvil) al fin (el entendimiento entre seres humanos) es otra falacia cientificista y, por desgracia, este tipo de paranoias ya sabemos a dónde suelen llevarnos.

domingo, 18 de octubre de 2009

A un metro de ti

Voy a hacer un ejercicio de autocomplacencia madrileña, aprovechando el 90º aniversario del Metro de Madrid. Porque al fin y al cabo el metro es reflejo de la profundidad de nuestra existencia. Es por eso que me molesta –y mucho- la crítica facilona del metro como un lugar triste y deshumanizador que no es sino reflejo de la ciudad que lo sepulta junto a sus miserias. ¿No nos permitirá el metro ver nuestra realidad con otros ojos? ¿Viajará la gracia en metro? Yo creo que sí.



90 años de historia son suficientes como para incluir en ellos muchas historias concretas. En este sentido el metro es un lugar de coexistencia de contrarios. Es causa de enfados y alegrías, escenario esporádico de muertes y de nacimientos, pasillo hacia encuentros y desencuentros, signo de cercanía y de distancia hasta el hogar, el trabajo o los lugares cotidianos, etc. De todas esas situaciones generales, quiero quedarme con unas dimensiones muy concretas: el Metro como lugar de acogida y encuentro, como ámbito armonizador de lo tradicional con el progreso, y como espacio de recogimiento.


¿Qué tiene el Metro de Madrid –o cualquier metro- de acogedor? Dejando a un lado discusiones sobre la calidad o los niveles de acogida, quienes han vivido y vivimos en Madrid sabemos que el Metro ha sido tradicionalmente refugio de los desfavorecidos y techo de algunos sin techo. Salvando las distancias, me pregunto que al igual que Kant dijo que “no es un buen pueblo quien hace una buena constitución, sino que es una buena constitución quien hace un buen pueblo”, si no podría decirse lo mismo del Metro. Dar refugio a la población en la guerra o cobijo a los indigentes en las frías noches del invierno madrileño debería hablar no sólo de cómo es el Metro sino también de cómo es el pueblo de Madrid.


Está bien que Madrid y su Metro tengan fama de acogedores, pero ¿es esto suficiente? Es indudable que el Metro es punto de encuentro entre muchas y muy diversas personas, pero no vale conformarse o, peor aún, resignarse a la coexistencia, renunciando a la auténtica convivencia. El metro está repleto de personas y personajes que encuentran entre los pasajeros a un montón de buenos samaritanos, pero también de comodones y escurridizos levitas y sacerdotes. Sin ánimo de caer en demagogias, creo que el propio Metro nos ofrece una buena pauta de reflexión que a mí me viene inspirada por los músicos que a veces encontramos por sus pasillos o en los vagones. Dando se recibe y siendo un buen receptor se es más proclive a poder dar más de uno mismo. La escena de los músicos en el vagón es una buena imagen de una auténtica interacción dar-recibir por todas las partes. ¿Nos sentimos acogidos en el metro? ¿Procuramos que los demás se sientan acogidos? ¿Metro suena más a gueto o a enclave socializador?


En segundo lugar, el metro es ámbito de armonía entre lo tradicional y el progreso. Aunque una empresa como el Metro está y debe estar siempre abierta a la innovación, también sabe que buena parte de su fuerza está en su tradición. Sus simbologías, sus normas o su ingeniería son ejemplos de esa tradición que ha permanecido siendo capaz de posibilitar nuevos avances en la gestión, en las instalaciones y en las maquinarias. Queda mucho por hacer, pero saber que uno tiene una tradición que lo sostiene ayuda a afrontar las dificultades del futuro. ¿Es el metro un transporte tradicionalista o progresista?


Por último, como ya he dicho en alguna ocasión, el metro es lugar de recogimiento, casi una capilla con raíles. Quienes vivimos en grandes ciudades, hemos tenido que aprender a dar otra dimensión a las grandes distancias y a los tiempos que conlleva superarlas. En ese tiempo, las actividades de la contemplación, la lectura y la oración o introspección personal reivindican su protagonismo. ¿Es el metro una excusa para no realizar esas actividades en sus sitios más habituales o, por el contrario, es una oportunidad para que la razón de que no dediquemos suficiente tiempo a esas actividades no siga siendo una excusa?

90 años son una cantidad importante de vida. Para mí, el metro ha sido y sigue siendo un lugar teológico. Discernir las chispas espirituales y humanas que me encuentro en él me ayudan a recordar que Dios, muchas personas y mi propia realidad están ahí, a un metro de mí. Dar el paso para estar más cercano y comprometido con ellas depende de cada uno. Afortunadamente, el lunes volveré a viajar en Metro.



lunes, 12 de octubre de 2009

Canonízale tú, que yo no puedo


El acontecimiento católico oficial de la semana ha sido la canonización celebrada este pasado domingo en Roma. El papa Benedicto XVI incluyó en la lista, tras superar el consiguiente proceso, a dos españoles: el hermano Rafael, monje trapense; y el padre Coll, fraile dominico. Pues alabado sea el Señor y cantemos eso de “santos y humildes de corazón, bendecid al Señor”.

Sin embargo, quisiera aprovechar la coyuntura de este acontecimiento para cerciorarme de que sabemos lo que nos traemos entre manos. Es decir, ¿a quién se está canonizando realmente? O dicho de otra forma, ¿qué lecturas teológicas y, sobre todo, teologales se están sacando de este tipo de actos y sus circunstancias?

Si no estoy equivocado, la palabra “canonización” procede de “canon”, que significa “norma, regla”. Así, consideramos canónico aquello que es válido y tiene autoridad para orientar y dinamizar nuestra vida. Esto vale para algo tan espiritual y de inspiración divina como la lista de los libros que componen la Sagrada Escritura como para algo tan jurídico y de inspiración humanoide como el código de Derecho Canónico. Lo canónico es lo que vale, ya sea porque se hace valer (tiene autoridad) o bien porque alguien lo hace valer (normalmente una potestad).

Entonces, ¿debemos considerar que estos nuevos santos –como todos los santos y santas de Dios- son un ejemplo y una norma de vida para todos los católicos? A preguntas con trampa, respuestas audaces. Claro que los santos son ejemplo y norma de vida, pero sólo lo son en cuanto que están referidos al único absoluto que puede ser norma de vida para un católico: Dios.

Si hasta el propio Jesús de Nazaret, el Dios hecho hombre, se aplicó esto a sí mismo, tal y como hemos heredado del judaísmo (sólo Dios es santo, tres veces santo), ¿cómo no vamos a hacerlo con los santos antiguos, con los nuevos e incluso con los que, sin ni siquiera sospecharlo, están viviendo ahora entre nosotros?

Sin conocer en detalle la vida de estos nuevos santos, creo que no me equivocaría mucho si –como en el ejemplo de todos o de la mayoría de los santos- deduzco que su testimonio de vida ha sido más fecundo y evangelizador cuando expusieron su vida en referencia a la única norma que la sostenía y animaba: la presencia vivificante y trinitaria del Dios cristiano.

Por el contrario, haberse canonizado a sí mismos hubiese sido un anti-testimonio y un error en el que, ¡paradojas de la vida!, podrían estar incurriendo quienes les han promovido con su devoción y sus bienes hasta los altares. Más aún, si siendo el nuevo santo un ejemplo en cierto aspecto de la evangelización, los devotos herederos de sus órdenes, congregaciones o diócesis no hicieran una lectura actualizada de lo que Dios, norma absoluta, les está pidiendo a través del santo o santa X, norma circunstancial, estarían tomando la parte por el todo y en honor a la verdad tendríamos que decirles: “canonízale tú, que yo no puedo”.

Llegados a este punto, alguien podría acusarme de “protestante”. Mas lejos de defenderme de nada, me adelanto enfatizando la intencionalidad profundamente católica de mi lectura teológica. Y esa lectura no es otra que abogar por la comunión de los santos como forma de interpretación que evite que la canonización de ayer degenere en mera idolatría.

Si al testimonio de íntimidad espiritual con Dios de Rafael Arnaiz, le añadimos la evangelización en la intemperie y en la frontera de Francisco Coll, el compromiso con los más pobres de Damián de Molokai -el apóstol de los leprosos- y de María de la Cruz Jugan -fundadora de las Hermanitas de los pobres- y la vivencia de la jerarquía en clave de servicio y caridad de monseñor Felinski, arzobispo de Cracovia, seguro que todos recibiremos una onda más clara de lo que esta canonización nos puede transmitir desde la clave de Dios como norma de vida. Amén.

lunes, 5 de octubre de 2009

Camboya, tierra de esperanza

Los planes improvisados suelen traer consigo la suerte de regalarte un premio que saboreas el doble: por premio y por inesperado. Visitando en la mejor compañía las exposiciones del CaixaForum nos topamos con una inquietante exposición fotográfica sobre la realidad camboyana y titulada “Camboya, tierra de esperanza”.

En un breve recorrido por la sala, un puñado de fotografías de gran calidad realizadas por el reciente premio de periodismo Rey de España, Gervasio Sánchez –al parecer marginado por haber denunciado con coraje y mucha libertad algunas de las miserias de nuestro mundo- y un breve documental de Oriol Gispert hablan a las claras de un país, Camboya, que parece empeñado en superar las calamidades y atrocidades con que su historia reciente le ha golpeado.

En un país machacado por la guerra y la dictadura, los hombres y mujeres de paz han decidido combatir con las armas de las sonrisas y la esperanza. En un país en constante batalla contra el hambre, las mejores recetas de la tradición y la artesanía (en pesca, agricultura, etc.) ofrecen su fuerza constructiva a quienes no tienen ni tiempo para rendirse. En un país que demanda estabilidad y prosperidad en cantidades industriales, su juventud constituye su mejor y más prometedor activo (el 38% de la población es menor de 15 años). Y, barriendo un poco para casa, en un país donde la espiritualidad y su sabiduría rezuman por todas partes, la presencia comprometida y silenciosa (a veces tristemente silenciada) de la Iglesia católica –con obispos y misioneros al frente- hacen justicia a la palabra evangelio y me hacen sentir orgulloso de mis hermanos y consciente de que yo también he de hacer lo propio en mi realidad cotidiana.

De la exposición me quedo con tres cosas. Primero, con la expresividad de su título. Camboya es, por lo que se nos cuenta, un paradigma de esperanza y un aliciente para optimistas y filántropos. En segundo lugar, me quedo con el brillo de los cristianos camboyanos, con su prefecto apostólico al frente –el jesuita asturiano Kike Figaredo, conocido como el obispo de las sillas de ruedas- que elevan la luz evangélica por encima del celemín mediático de quienes no tienen reparo en poner el distintivo de católico a las malas noticias de la Iglesia, pero lo diluyen intencionadamente en lo que a las buenas se refiere. Y, finalmente, y esta es quizás la razón por la que escribo esto en el blog, me quedo con el testimonio de una misionera católica –inserto en el documental- que enfatizó el hecho de que la sed espiritual de los camboyanos está haciendo posible no sólo que se puedan afrontar los vacíos materialistas sino que se esté experimentando ya que la gracia vuelve a triunfar holgadamente sobre el pecado.

A quienes viven en Madrid o a quienes tengan intención de pasar por ella les sugiero de todo corazón que vayan a ver esta exposición. A quienes no puedan ir y a quienes ya hemos ido, me atrevo a pedirnos que no dejemos caer en mala tierra los buenos sentimientos y las semillas de esperanza que un testimonio así u otros similares hayan podido hacer germinar en nuestras entrañas.