lunes, 5 de abril de 2010

¡Ay, Haití!: Feliz Pascua

Como sabemos que ni la ciencia ni el paso del tiempo van a solucionar por ellos mismos las preguntas existenciales que nos hacemos los seres humanos en ciertos momentos de nuestras vidas, llegados a este momento de celebración de la Pascua, celebración de la victoria de la vida sobre la muerte, de nuevo el equilibrio teológico exige expresar esta verdad o convicción cristiana pero sin caer en florituras desencarnadas y alejadas de una realidad que, al ser tan cruda y dura, en ocasiones nos tienta para que desesperemos de todo.

Quizás es buen momento para preguntarse en qué o en quién radica nuestra esperanza. Y, no menos importante, cómo ha de ser nuestra esperanza para que sea capaz de ofrecer sentido a la vida.

Teniendo en cuenta que este año 2010 nos recibió con una terrible tragedia como la del terremoto de Haití me parece que no es posible hablar de resurrección sin pisar esta tierra humana revuelta y sacudida por una fuerza natural que nos interroga tocando nuestras entrañas. Y todo ello como símbolo de todas las demás calamidades humanas que, más parecidas a la de Haití -como es el caso del terremoto de Chile- o de carácter más doméstico -los problemas y angustias de personas anónimas- que pueden cuestionarnos a la hora de entender qué es eso de la resurrección.

La Pascua es el paso de la esclavitud a la libertad para los judíos y que los cristianos hemos traducido en el paso de la muerte a la vida, en virtud de los acontecimientos que Jesús de Nazaret protagonizó en su última Pascua que celebró en Jerusalén antes de ser juzgado, condenado y crucificado. Jesús no enseña en la Pascua que el sentido de la vida es una cuestión de vida o muerte. Y es que el sentido de la vida provoca una intensificación de las ganas de vivir, mientras que el sinsentido hace crujir las estructuras de nuestra existencia de tal modo que o se encuentra una vía para reconducirse hacia el sentido o sólo queda la inercia que nos conduce hacia la nada o la desesperación. Esta disyuntiva es tan profundamente antropológica que está presente en lo más hondo de la humanidad.

Un ejemplo de esto pude comprobarlo en estas vacaciones mediante la promoción de una canción solidaria (¡Ay, Haití) interpretada por un grupo de artistas (Alejandro Sanz, Shakira, M. Bosé, Bebe, Marta Sánchez y otros) con Carlos Jean a la cabeza con la intención de mantener activa la ayuda y el apoyo humanitario a Haití. Tras escuchar la canción un par de veces me han llamado la atención dos cosas. La primera es que la gente ha reaccionado de forma muy polarizada ante la iniciativa: unos consideran que es una canción optimista y que transmite unos valores y una esperanza muy necesaria; y otros prefieren ser pesimistas y malpensados, considerando que se trata de una estratagema para autopromocionarse y ganar dinero. Curiosamente, algo parecido ocurre con la Pascua: ¿es un ritual necesario y antropológico o es un proceso engañoso e interesado?

La otra cosa digna de consideración es que el vocabulario y los conceptos empleados en la canción contienen una clarísima procedencia cristiana. Escuchando atentamente encontraremos expresiones como: un milagro que nos convierta en ti / hay amor, hay en ti, en mi voz / hay tiempo de renacer, hay tiempo de dar amor / deja que este llanto desentierre nuestra fe en la misma tierra que la vio nacer / escucha mi plegaria: quiero resucitar para ver volver a nacer a Haití /. Ante esto, se me ocurre preguntarme de qué tradiciones brotan los elementos y conceptos que nos ayudan a dar sentido a la vida.

En esta Pascua 2010, volvemos a plantearnos la pregunta última por el sentido de la vida. No se trata de una pregunta fácil ni ajena y por tanto no admite respuestas fáciles ni ajenas. Sólo desde la propia experiencia, implicada y complicada con las experiencias de las demás personas, podremos despejar nuestra incógnita existencial: ¿estamos llamados a la resurrección y a la vida o es nuestro destino caer en la fosa y dormir para siempre en los brazos de la muerte?

Por si aún hace falta que os diga lo que os deseo a todos y cada uno de vosotros, vaya por delante mi felicitación: ¡Feliz Pascua!