miércoles, 23 de junio de 2010

Ahuyentando el morbo

Durante el quijotesco episodio de la última entrada del blog y mientras se dirimía y se aclaraba si lo expuesto eran molinos de viento o gigantes en movimiento, se dispararon las visitas a esta página. Alguien podría preguntarse si tanto interés se debía al morbo o a la búsqueda de fundamentos. Sin embargo, esta dualidad no es tan inmediata pues en ella inciden diversos elementos comunicativos: la intencionalidad del emisor, las reacciones de los receptores, la accesibilidad y gran alcance del cauce comunicativo, la interpretación del mensaje emitido, y la peculiaridad del código utilizado.

Morbo y fundamento coexisten, pero difícilmente conviven porque uno demanda la desaparición del otro para imponerse definitivamente. Sin embargo, desde ciertos planteamientos aceptables por todos, podemos convenir que el único que está llamado a imponerse definitivamente, aunque a veces le lleve mucho tiempo para conseguirlo, es el fundamento.

Sí, mientras que el fundamento es el sustento de una realidad que se está dando a conocer y por ello no tiene tanta prisa como afán, auxiliado por la transparencia, por exponer su razón de ser; el morbo se corresponde con el autoengaño y como tal posee una gran potencia convincente a corto plazo pero una fecha de caducidad ineludible en el medio y largo plazo. Pero, dada la complejidad del asunto, me remitiré simplemente en este caso a la actitud del receptor de una información. ¿Cómo ahuyentar el morbo y lo que conlleva?

En primer lugar, podemos considerar la fuente de información. Hay gente que en su trayectoria se caracteriza por, como se dice popularmente, no dar puntada sin hilo, mientras que en otros casos lo característico de la fuente informativa es pinchar por pinchar con su aguja más allá de que tenga o no hilo enhebrado. Sin embargo, dada la fragilidad de la deontología comunicativa, se trata de un buen criterio discriminador pero obviamente insuficiente para lograr un acercamiento adecuado al tema en cuestión.

Otro elemento es la reacción ponderada y en conciencia del receptor de la información. Sólo él sabe en última instancia qué es lo que andaba buscando cuando se encontró o persiguió la información. Una profunda actitud crítica resulta fundamental en este caso para no dejarse arrastrar por las apariencias ni tampoco atar por las evidencias. El morbo puede contribuir a la manipulación del informado, pero para ello ha de contar con el consentimiento del mismo. Dicho de otra forma, tarde o temprano, se hará presente de forma nítida la diferencia entre lo que ofrece el morbo y lo que ofrece el fundamento, dejando el paso libre a la voluntad y a la libertad de quien realmente quiere conocer la verdad de las cosas o quien prefiere darse la vuelta para no ver lo que tiene delante.

Finalmente, nos queda la relación que existe entre el morbo y el fundamento. En cierta manera, y siguiendo una inspiración agustiniana, el morbo no existe como tal sino que es más bien la ausencia de fundamento. El morbo puede, de esta manera, constituirse como precursor y cómplice del fundamento, siempre y cuando el receptor del mismo se asegure de forma honrada de revisar y verificar los datos que éste le ofrece, ya sea para aceptarlos, ya sea para desecharlos.

La literatura nos brinda un ejemplo de esto, genialmente expresado por Delibes en su novela El camino. Hablando sobre el cura del pueblo, don José, que por lo visto era un gran santo, describe cómo sus detractores asistían a sus sermones para jugarse el dinero a pares o nones sobre las veces que el cura decía su más típica coletilla: “en realidad”. Una de las vecinas consideraba que “don José decía “en realidad” adrede y que ya sabía que los hombres tenían por costumbre jugarse el dinero durante los sermones a pares o nones, pero que lo prefería así, pues siquiera de esta manera le escuchaban y entre “en realidad” y “en realidad” algo de fundamento les quedaría”.

lunes, 14 de junio de 2010

Mi cole y yo no necesitamos rodillo

En la tarde de ayer publiqué una entrada que ha resultado ser en sus formas más impertinente que la situación que cuestionaba, que si tiene que ocurrir se pondrá de manifiesto, D.m, cuando proceda.

Algunos lectores amigos me han apoyado con su cariño incondicional, otros me han pedido más información sobre el tema y otros me han llamado a la reflexión. A todos ellos les agradezco su eco y sobre todo su misericordia. Sé que han sabido leer lo que había que leer, siendo capaces de saltar por encima de algunas afirmaciones excesivamente afiladas y desafortunadas.

Mi error, afortunada o desgraciadamente, no es totalmente enmendable. De hecho dejo esta entrada con el título anterior como huella de su existencia y como penitencia de quien no elude su responsabilidad.

En el colegio Virgen de Atocha me enseñaron a asumir mis propias responsabilidades, a saber aceptarlas más allá de que se dieran en una situación justa o injusta o de que tuviera razón o no, y pedir disculpas por si mis actos hubieran podido dañar a alguien.

Esto es lo que precisamente hago con esta entrada sin perjuicio de que con todas las personas importantes para mí en relación con el Virgen de Atocha, los encuentros ocasionales de la vida me permitan hablar de modo más personal con ellos.

Gracias a todos y que siga predicablog con más gracia que en este caso. Saludos a todos.

Miguel

martes, 8 de junio de 2010

No sin la Iglesia

Cada uno tiene sus manías, sus tics, sus virtudes y sus defectos. Todos ellos pueden llegar a ser relativamente asumibles mientras no atormenten ni dificulten la existencia del prójimo, que bastante tiene con lo suyo. En menor medida estas actitudes están justificadas si se vuelven contra uno mismo pues proceden de esta manera a la autodestrucción y degradación progresiva de la propia identidad. Emerge así la figura del “anti” por excelencia.

Se trata de un tipo de personaje que se vuelca de tal modo en sus expresiones “anti-algo” que logra poner de manifiesto la relevancia de ese “algo” alzándolo por encima de su propia forma de ver la vida. De esta forma, el “anti” es incapaz de concebir su existencia de modo ajeno a aquello a lo que aborrece: ¡no puede vivir sin ello!

Un caso práctico y ejemplar de esta situación es la de los periodistas, humoristas y tertulianos que son incapaces de desarrollar sus artículos, discursos, bromas u opiniones sin dejar caer algún tipo de comentario más o menos directo o colateral en forma de crítica destructiva y lesiva –normalmente sin conseguir lo principal de su objetivo- contra la Iglesia.

Sin ánimo de entrar a analizar o valorar este tipo de prácticas que, en mi opinión, reflejan muy bien cuál es el modus operandi de estos críticos de la Iglesia y cuáles son los flancos fáciles por los que atacarla -silenciando sus auténticas y múltiples bondades-, me parece que de nuevo en este transfondo de oscuridad puede rastrearse un sugerente destello de la luz de la gracia.

Haciendo votos por cumplir con el dificilísimo mandato de Jesús –“rezad por vuestros enemigos y amad a los que os odian”- percibo que rezando por estas personas y acogiendo de forma compasiva sus arremetidas, podemos extraer una bella moraleja. Si los “anti-Iglesia” nos muestran que son incapaces de vivir sin la Iglesia para poder llevar a cabo su misión, los cristianos podemos recordar que estamos en este mundo para llevar a cabo la misión que Jesús nos encomendó pero que ésta no podrá ser lograda en plenitud si no lo hacemos en, como y desde la Iglesia.

De esta forma, siguiendo la Plegaria Eucarística III, la Iglesia a través de Jesucristo vuelve a ofrecerse como víctima de reconciliación, formando un solo Cuerpo y un solo espíritu, y trayendo la paz y la salvación al mundo entero. Para el creyente cristiano, esto sólo es posible merced a la gracia de Dios y a la mediación de la Iglesia que en su peregrinación salvífica en la tierra tiene mucho que ofrecer y que recibir de todos los hijos de Dios dispersos por el mundo. Esto podría ser de múltiples formas, pero los cristianos, y parece que también algunos “anti-Iglesia”, parece que coincidimos en que si esto ocurre será no sin la Iglesia.

martes, 1 de junio de 2010

El precio de la verdad

Se ha cumplido el día 1 de junio el aniversario del misterioso accidente del vuelo AF-447 de Air France entre Río de Janeiro y París, en el que perdieron la vida 228 personas. En este tiempo el misterio ha envuelto las circunstancias del accidente de modo que un año después la asociación de víctimas constituida para el caso sigue luchando por saber la verdad última del accidente, reactivando su presencia mediática ante la sociedad.

Parece ser que a día de hoy se han invertido más de 20 millones de euros en las diversas investigaciones y operaciones que se están llevando a cabo para resolver el enigma principal del accidente: ¿cuál o cuáles fueron las causas que provocaron la caída del Airbus 330 a algún punto indeterminado del océano Atlántico?

Sentimientos, dinero, intereses varios, y una larga lista de motivaciones pueden estar detrás de las investigaciones del accidente, pero entre todas ellas hay una que prevalece, en mi opinión, alzándose con claridad por encima del resto: la voluntad de verdad.

Y es que si hay algo que une de modo estrecho a quienes mienten y a quienes luchan por desvelar la verdad es que el transcurso del tiempo ofrece siempre innumerables oportunidades para dejar en evidencia a la mentira y para devolver a la verdad al lugar que merece.

Fue Aristóteles quien puso de relieve la relación de la mentira con lo indeterminado y, por tanto, la dificultad para mantenerla y gestionarla. La verdad por su parte se orienta hacia lo determinado y promete un horizonte de comprensión que puede traducirse en esencia, orden o, quizás de modo más actual, al sentido (pues la crítica a la comprensión de la verdad aristotélica ha cuestionado duramente a las esencia y al orden pero no ha logrado eclipsar que las personas buscamos apasionadamente el sentido de las cosas).

En este caso de los familiares de las víctimas del accidente, más allá de los esfuerzos personales y económicos invertidos y de la relación de la verdad con lo determinado, lo que realmente conmueve y emociona es que nada podrá detener a su determinación por saber la verdad última de lo que les ocurrió a sus seres queridos.

Y esa determinación por la verdad, en este caso o en otros, tal y como están las cosas hoy en día, no tiene precio, lo que tiene –no seamos necios- es mucho valor.