lunes, 20 de septiembre de 2010

¡Es lo teándrico, idiota!

Lo digo con frecuencia, pero no me canso de repetirlo, porque me parece fundamental para entender las críticas a la Iglesia –ya sean injustas o no-. A la hora de juzgar a la Iglesia, mucha gente se olvida de su condición teándrica, es decir, su doble condición divina y humana. Si la Iglesia tiene algún sentido en la historia y en la sociedad es por esta misma doble condición divina y humana. Esta es la gran aportación del cristianismo (la vivencia y el anuncio del Dios que se hace hombre para nuestra salvación) y la Iglesia sólo tendrá sentido si es capaz de vivir, expresar y predicar esa dimensión religiosa peculiar del cristianismo. Tan importante es, que sólo desde ella puede encarnar fecundamente la presencia de Jesucristo -Dios y hombre al mismo tiempo- en medio de los seres humanos y en la historia.

Desde sus orígenes, incluso alentada por las propias palabras y los gestos de Jesús, especialmente con los apóstoles, la Iglesia ha sido consciente de la importancia de no incurrir en purismos morales. Las denominaciones teológicas aplicadas por los cristianos a la Iglesia ponen claramente de manifiesto esto. En el siglo I, la Iglesia ya es nombrada por los propios cristianos como “casta meretrix”: la santa prostituta. Es decir, se trata de una comunidad o una institución que, por una parte, atiende a la misión de anunciar la Buena Noticia de Jesús (garantizada por la presencia silenciosa de Dios Padre, animada por el Espíritu Santo) pero que en muchas ocasiones se deja llevar por intereses alejados o incluso opuestos al Evangelio.

Y esa Iglesia es así o responde a esa dimensión teándrica porque está constituida por hombres y mujeres que comparten esa dimensión. Al igual que en el cristiano existe y predomina la intención de vivir y anunciar los valores del Evangelio, en otras muchas ocasiones, se impone en su persona y en sus acciones el impulso egoísta de lograr su propio interés recurriendo a medios que no son dignos ni de su condición de persona ni de cristiano. Alejado de las demás personas, su situación se remite a un aislamiento moral que no sólo no le permite interactuar con los demás como sería deseable sino que le sumerge en una incomodidad existencial propia. Se puede decir que ese cristiano ha quedado “idiotizado”.

La etimología de la palabra “idiota” nos aclara que procede de “idiotés”, derivada de la raíz “idios” referida al ámbito de lo personal, lo privado, lo particular. En su acepción más originaria, el idiota es quien se preocupa sólo de sí mismo, de lo suyo, ausentándose de lo interpersonal, lo colectivo y lo común.

Mas no sólo el cristiano corre el riesgo de quedar idiotizado cuando no responde a lo que el ideal evangélico le demanda. También los críticos de la Iglesia, aunque a veces no estén faltos de razones, pueden incurrir en este error, pues su crítica, carente de espíritu constructivo, se preocupa sólo de autojustificar su posición ante la Iglesia, olvidándose de lo interpersonal, lo colectivo y lo común. Desde estas dimensiones el crítico de la Iglesia deberá tratar de entender qué razones de peso tienen quienes integran la comunidad eclesial para orientar sus vidas a partir de ella, y tampoco hará mal en valorar de manera ponderada lo que la Iglesia como colectivo y como agente en común con la sociedad hace bien (que no es poco, reconózcase).

No hay peor sordo que el que no quiere oír, ni peor entendedor que el necio o el que se niega a entender. Hace unos años, en un debate electoral para la presidencia de Estados Unidos, Bill Clinton hizo fortuna con una frase, que ha accedido al imaginario colectivo norteamericano y diría que al mundial, dirigiéndose a George Bush padre que no entendía sus argumentos económicos en los siguientes términos: ¡Es la economía, idiota! Para el cristiano, dejando a un lado el insulto fácil, es importante que hagamos ver a nuestros críticos que hay una parte de nuestra realidad que están omitiendo por interés o por ignorancia. No sólo por interés propio, sino también para evitar que su necedad se haga mucho mayor y quede idiotizado, en alguna ocasión habrá que espetarles: ¡Es lo teándrico, idiota!