miércoles, 15 de junio de 2011

Donde está el Espíritu, está la libertad

La fiesta de Pentecostés nos vuelve a refrescar la presencia viva y vivificante del Espíritu Santo en nuestras vidas. Es una presencia actual y actualizadora ejercida en forma personal y en colegialidad con las otras dos personas de la Trinidad: el Padre y el Hijo.

En la segunda carta a los Corintios (2 Co 3, 17), San Pablo afirma con contundencia que “allí donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad”. No en vano, el Espíritu se asemeja mucho a la libertad pues es la persona de la Trinidad menos manipulable desde un punto de vista metafísico y racionalista o absolutamente idealista.

El Espíritu Santo, en su procedencia del Padre y del Hijo es nuestra máxima garantía de que la divinidad cristiana es relacional y no se reduce a un mero concepto o un ejercicio deísta de mera creencia por la razón. El Espíritu es presencia omnipresente (permítaseme la redundancia) de Dios en nuestras vidas. Como le ocurre al ser humano con la libertad, del mismo modo le ocurre al cristiano con el Espíritu: igual que no es posible sin ser libres, el cristiano no puede abstraerse a la presencia amorosa del Espíritu y mejor hará en tenerla en cuenta que en ignorarle.

Ignoro a qué tipo de libertad se refería San Pablo en su epístola corintia, pero la acción del Espíritu en la vida y en la historia de la humanidad me recuerda en cierta manera al concepto de libertad kantiana que se resume en la posibilidad de introducir una nueva causalidad en nuestras acciones y decisiones. Nada está determinado y por ello nada está perdido ni ganado, sino que todo está por hacer porque todo se puede hacer.

Y esta profunda convicción humana y también cristiana, en definitiva, evangélica es un rasgo definitorio de la experiencia fundante que los discípulos de Jesús tuvieron el día de Pentecostés y les llevó a entregarse en cuerpo y alma a poner en práctica las enseñanzas de su maestro. Igualmente, para todos hoy la presencia del Espíritu es una muestra incontrolable de libertad y una invitación a vivir la libertad que Jesús nos enseñó: la libertad de la verdad y del amor compasivo por el prójimo.

miércoles, 8 de junio de 2011

Solución a la cuestión de la entrada anterior

Pues sí, muchos siglos después la fórmula de Platón para esquivar los fraudes de la información sigue estando vigente. Para evitar la manipulación, hay que obtener la mejor formación posible, conocer bien y saber más que los posibles agentes de manipulación y conocer el contexto de la misma.

En el caso del ejemplo elegido en la entrada anterior, se pueden observar las siguientes situaciones:

a) Entre la desinformación y la información, la formación. Tan importante como manejar datos relevantes es tener la capacidad de entenderlos e interpretarlos correctamente. Las sombras de la caverna del mito platónico nos advierte no sólo que las apariencias no coinciden con la realidad, sino que además resulta determinante el interés y el afán por conocer verdaderamente cuál es la fuente de tales sombras. En el caso del artículo propuesto, el ejemplo es muy claro: no es lo mismo la asignatura de Educación para la ciudadanía (que se cursa en Primaria y ESO) que la de Filosofía y ciudadanía (que se estudia en Bachillerato). ¿Lo sabía el periodista? Eso no es tan relevante. Lo realmente importante es si lo sabía el lector del periódico.

b) Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces. Ya lo dije al final de la entrada anterior: “quien sabe mucho, escucha; quien sabe mucho pregunta”. El manipulador no deja de ser un listillo que se considera a sí mismo capaz de jugar con la inteligencia de sus interlocutores. Es decir, se cree superior a sus lectores y/u oyentes. En el ejemplo del artículo, la presentación de una teoría como explicación definitiva y absoluta de una cuestión expresa bien a las claras no sólo el desconocimiento de lo que es y supone una teoría científica sino también que las teorías permanecen vigentes en función de sus argumentos racionales y no de los ataques ad hominem y de los prejuicios facilones en contra de sus detractores. La teoría de Darwin no es más fiable porque sus críticos sean más o menos patéticos, sino por si resiste la crítica científica propuesta a partir de otras teorías o correcciones científicas.

c) La confusión entre el fin y los medios. Quien deambula sin sentido entre los fines y los medios puede llegar a comulgar con el tentador pero peligroso principio del “todo vale”. He aquí una profunda sima que se abre entre los dominios de la política, la ideología y los intereses económicos respecto a los de la filosofía y la verdad. Las primeras generan cierta corrupción y no poca dependencia, las segundas sólo pueden conducirse por el camino de la honestidad. Hoy, en el mundo periodístico lo monetario es más influyente que lo ideológico y las noticias contienen un halo de interés oculto que trata de camuflarse con la ayuda del abrazo de una aparente postura política.

Siglos después, Platón vuelve a rescatarnos de las sombras de la caverna que no pretenden mostrarnos la realidad tal y como es, sino la realidad tal y como nos gustaría que fuera. El filósofo sabe que la verdad es mucho más que el afán por querer tener la razón. En ese mismo dilema se mueve la prensa y sus lectores como los encadenados de aquella caverna, deberán optar entre permanecer anclados en sus seguridades o aventurarse a conocer la verdad cueste lo que cueste.

miércoles, 1 de junio de 2011

Platón y la prensa

A través de los diálogos platónicos hemos podido aprender que para algunos filósofos griegos, mucho peor que ser ignorante en una materia es desconocer incluso que realmente se ignora lo que uno cree que sabe o domina.

Un caso paradigmático lo constituye hoy la prensa. En una profesión como ésta la existencia de profesionales que sepan hacer bien su trabajo es una cuestión de honor y de mucho esfuerzo. Digo esto último porque ser periodista, como ser actor o filósofo (incluso teólogo) es una cuestión de mucha responsabilidad porque exige alcanzar ciertos niveles de conocimiento que no son fáciles de adquirir. El actor ha de manejar los registros personales y contextuales del tema que quiere interpretar en la película. Por su parte, el filósofo ha de conocer tan bien o mejor que la filosofía toda información científica que le permita esquivar el ridículo y atinar el disparo de su arco epistemológico hacia la diana de la verdad. ¿Qué ocurre con el periodista? Pues que los hay muy buenos, buenos, regulares y malos. El periodista también coquetea con la verdad de los hechos y si no está bien engalanado para ella, corre el riesgo de ser rechazado y de convertirse en un llanto y crujir de dientes para sí mismo y para la sociedad que tanto espera de este sector mediático tan influyente en las sociedades democráticas.

El periodismo en la sociedad democrática está llamado a jugar un papel relevante casi decisivo. Sin embargo, también vivimos en la sociedad del conocimiento y en ella, si abundan casos como el que voy a citar, también se puede incurrir en el esperpento.

Propongo a los lectores que, sin mayor intención que analizar lo que sugiero sin entrar en terrenos personales, eche un vistazo a este articulito aparecido en El País hace unos días. Dejando pues a su autora y su “gloria” a un lado, el reto es encontrar tres errores de manual (en el contenido del artículo) y controlar la risa o el llanto. Mientras los encuentran, dejo aquí una célebre sentencia que viene al caso:

Quien sabe mucho, escucha;
Quien sabe poco, habla;
Quien sabe mucho, pregunta;
Quien sabe poco, sentencia.