jueves, 18 de agosto de 2011

Promotores y detractores de la JMJ 2011

Comenzaré admitiendo sin remilgos que me incluyo entre el grupo de católicos que se muestra escéptico acerca de la fecundidad de macroencuentros del tipo JMJ, si bien algunos detalles me han hecho ver que es cierto que el Espíritu sopla donde y cuando quiere.

Pero no escribo para hablar de si apoyo o no a la JMJ (que la apoyo y la critico desde mi condición de miembro de la Iglesia) sino de la paradoja que se produce en las formas de proceder de sus promotores y sus detractores, aconteciendo que en muchas de las acciones de los primeros se perjudica al objetivo primordial de la JMJ y más de lo mismo ocurre entre sus detractores ya que cuantas más fuerzas dedican a boicotearlas, más la promocionan.

En el caso de los promotores se suceden cosas como que la propia organización se contradiga a sí misma cuando afirma que se trata de un encuentro entre los jóvenes y se empeña en venderlo principalmente como un encuentro de los jóvenes con el papa. También se perciben detalles extraños a partir de actividades concretas, pues de nuevo brillan más las anécdotas como la recepción del pontífice por una embajada de jóvenes prestos al “peloteo”, por un grupo de encantadores pipiolos disfrazados de guardias suizos y un espectáculo de caballos jerezanos. Finalmente, la JMJ pone manifiesto que los planes diocesanos siguen siendo un empecinamiento episcopal de promover a los movimientos y dejar un tanto de lado a la vida religiosa. Prueba de ello es que sin la generosidad de las órdenes y las congregaciones religiosas, al menos en la infraestructura, la JMJ habría tenido serios problemas de acogida de jóvenes.

Sin embargo, el balance es mucho más generoso en cantidad de despropósitos en el bando de los detractores. Un caso muy evidente es el de la hipocresía mediática y empresarial. Ni los grandes almacenes ni las multinacionales de bebidas publicitan la JMJ porque sean, en primera instancia, entidades católicas por excelencia, sino porque el evento como tal es lo suficientemente importante como para ofrecer a Madrid y a esas empresas mucho más de lo que requiere de ellas. Eso sí, más delicado es el caso de grupos mediáticos que por un lado “dan palos” a la JMJ y por otro se sirven de ella para promocionar sus productos. Esto ocurre cuando alguien es propietario de un diario hostil a la Iglesia a la vez que de una editorial que vende miles de libres de texto a los colegios de ideario católico.

Otros casos curiosos son los del movimiento laicista y el de los grupos eclesiales de base. Ambos se erigen, sin quererlo pero con gran éxito, en los principales promotores de la Iglesia institucional y jerárquica al convertir sus criticas en un gran altavoz que retroalimenta lo que sólo puede diluirse si se le quita la importancia que no tiene (dice el refrán que “no hay peor desprecio que no hacer aprecio”). En el caso de los grupos eclesiales, denotan falta de tacto y reafirman a la institución en un sentido rancio, porque más vale mala estructura institucional que tener que convertirse en una “jaula de grillos”.

El último caso es quizás el más conmovedor y consiste en el grupo de personas que dicen, sin pudor, que este tipo de eventos les lleva a apostatar o a renunciar a su fe católica. De esta forma, y de nuevo sin querer, alimentan la fe y los argumentos teológicos que sostienen la auténtica fe en Jesucristo, los cuales no pueden depender en primera ni en única instancia de signos externos ni de meras personas.

He aquí algunas paradojas asociadas a la JMJ, pero la principal de ella es que la experiencia de Dios que pueda suscitarse mediada por ella no será en ningún caso concordante ni controlable con los patrones ni de sus promotores ni de sus detractores. ¡No es maravilloso? Feliz JMJ 2011.

lunes, 8 de agosto de 2011

El árbol de Santo Domingo

Quienes viven y conocen lo que es la Familia Dominicana (expresión amplia y menos legalista de la Orden de Predicadores) la suelen expresar como un árbol frondoso cuya raíz es Jesucristo, su tronco común es su fundador Santo Domingo de Guzmán y sus ramas son las diferentes formas de pertenencia a esta realidad expresiva de la variedad y riqueza del carisma dominicano: las monjas contemplativas, los frailes, los seglares, las hermanas de vida apostólica y, por último, las fraternidades sacerdotales; sin perder de vista otros brotes que a su manera dan frutos modestos pero valiosos.

En algunos lugares del mundo, el árbol dominicano tiene buena salud y sus ramas son más frondosas, obteniendo frutos más jugosos. Sin embargo, en otras partes, las ramas presentan un aspecto más enfermizo y sus frutos en general poco jugosos con ciertos síntomas de podredumbre.

Extrapolando ambas realidades y haciendo una lectura teológica, podemos deducir que se puede dar por hecho que la raíz y el tronco del árbol no son el problema pues su salud vigente está fuera de toda duda. ¿Quién duda de que el Evangelio y el carisma dominicano tienen mucho que ofrecer al mundo?

Por ello, es bastante probable que el problema esté en la conexión entre la raíz y el tronco con las ramas. La historia del carisma dominicano, más visible y patente desde el siglo XIII, nos enseña que en las instituciones y los individuos en los que brillaron y predominaron los más excelsos valores dominicanos los frutos fueron cuantiosos y de calidad. Entre otras muchos, predicación, estudio, comunidad, oración, mendicancia, itinerancia, compasión y, sobre todo, mucha misericordia son la savia revitalizadora que garantizan la presencia activa y significativa del carisma de Domingo, el carisma de la predicación en medio del mundo.

Hoy, en el siglo XXI, el trasfondo de la vigencia y la pertinencia del carisma dominicano no es tan distinto ni más complejo de lo que era en el siglo XIII o en otros muchos momentos de la historia. Y para no caer en derrotismos simplistas, quizás deberíamos recordar no sólo que el grano disperso da fruto y amontonado se pudre, sino también que el grano ha de morir para dar buen fruto. Seamos miembros sanos o podridos del árbol dominicano, nuestro último destino, en nombre de la misericordia de Dios y de nuestros hermanos, es común: ser examinados por el fruto aportado para la instauración del Reino de Dios.