Un amable lector me hace un comentario que, pese a su concisión, me recuerda que el Evangelio se puede leer bien en clave eclesiástica o bien en clave eclesial. Dicho en castizo, se puede leer como si estuviera escrito para los curas o como si estuviera escrito para las curas, esto es, para sanar. Sobra aclarar que, sin descartar totalmente la primera opción, uno está mucho más cercano a la segunda. Eso sin olvidarnos de que Jesús, único y sumo sacerdote, no fue cura pero sí sanador.
Esta sencilla reflexión, que deriva de un principio religioso fundamental que reza que la religión es incompatible con la falta de libertad y con la ausencia de sentido, me vuelve a recordar a la pasada JMJ. Si la interpretamos como un acontecimiento de curas, no deja de tener su relevancia, pero si la contemplamos como un acontecimiento de curación su brillo es mucho más intenso. Y prueba de ello es que somos muchos los que hemos encontrado en ellas una cura de humildad. Seamos curas o no, como cristianos hemos sido invitados a renovar nuestro compromiso de vivir el Evangelio y de transmitírselo a los demás. Vamos, que en clave evangélica, los curas -siendo muy importantes- son secundarios respecto a las curas y no al revés.