jueves, 13 de febrero de 2014

La chica del baloncesto

Paseando por la calle Játiva en Valencia, me sorprendió la figura de una mujer que hablaba por teléfono intentando contactar con un centro deportivo donde presuntamente daba algún tipo de clinic o campamento para niños y jóvenes. Sin embargo, más aún me sorprendió su manera de presentarse o identificarse: “Soy Amaya, la chica del baloncesto”. En ese momento reconocí su voz y supe que se trataba de la mejor jugadora española de baloncesto de todos los tiempos (ganadora en varias ocasiones de la WNBA) que con la misma sencillez con la que paseaba entre la multitud por la calle, se presentaba ante un desconocido por teléfono, como mostrando a quien quiera, pueda o sepa verlo, que la sencillez es antesala de la gloria, cosa que no está garantizado que ocurra al revés.

El final del año 2013 nos ha dejado la noticia de que Amaya Valdemoro se retira del baloncesto. Parece ser que a la triste noticia para este juego se contrapone la alegre noticia de que seguirá vinculada al baloncesto a través de los medios de comunicación. Si hoy traigo aquí su historia no es por su palmarés deportivo sino por esta humilde enseñanza que sirve para abrirse a la gracia: la sencillez es la puerta a la salvación. ¡Ahí va esa pelota! Y quien no la coja a la primera, que procuré estar muy atento al rebote.

lunes, 3 de febrero de 2014

La última lección de Luis Aragonés

Una de las características que, en mi opinión, mejor refleja el salto entre generaciones radica en la ingenua manía de muchos jóvenes de tomarse muchas cosas a broma, no sólo demasiadas, sino también algunas absolutamente improcedentes. En ello hay otros dos factores que tampoco me despiertan mucho entusiasmo: uno me dice que a través de un humor simple y rancio se venden mensajes e ideas absurdas o incluso nocivas que se aceptan de modo aséptico; la otra me dice que no necesariamente la generación más adulta goza de un peor sentido del humor, lo cual es, como mínimo, digno de reflexión.

A pocas horas de la muerte de Luis Aragonés, persona y personaje con el que he simpatizado por razones diversas desde muy joven, y tratando de superar la hipocresía y la exageración con la que se ha informado durante estos días de su vida y milagros, me ha venido a la memoria un suceso de ejemplarizante recuerdo sobre aquellas cosas que se pierden entre risas enlatadas de un espectáculo televisivo y la frágil memoria de quien ni quiere ni puede acordarse. Pues bien, sirva esta breve ilustración para recordar y recordarme que lo importante ni es motivo de broma ni es digno de ser olvidado.

Veamos el escenario de la realidad y la apariencia o de la seriedad y la broma: cuando el asunto consistía en afrontar con seriedad y profesionalidad un proyecto que, el tiempo mostró que era muy importante para la sociedad, el presunto humorista procede a la facilona tentación de hacer sangre de una situación ventajosa e incidiendo en la falacia ad populum de hacer parecer gracioso lo que no es sino falso, inmoral y dañino (anteponer la vanidosa y mediática voluntad de un futbolista caprichoso frente al proyecto colectivo de un grupo humano liderado por alguien que sabía y decía saber lo que había que hacer para conseguirlo). Y, mira por donde, el tiempo y el logro del objetivo valioso demostró que la bromita pasa y lo importante permanece, si bien podría haber ocurrido en sentido inverso y ni siquiera hoy acordarnos de ello. Para ilustrarlo, aquí adjunto vídeos del suceso (Vídeo 1) (Vídeo 2).

Alguien pensará que me he puesto muy criticón, pero esta última lección de Luis Aragonés no la voy a dejar pasar en balde. Lo importante se defiende ante y contra todo, con veracidad, yendo de frente, aguantando mecha pero sin desfallecer en el aliento de recordarse a uno mismo que se puede y que es tu deber luchar por sacar adelante aquello que crees importante. Y hoy, recordando la semblanza de Luis Aragonés me satisface pensarlo y escribirlo, pero sobre todo recordármelo a mí mismo para que, por si acaso, se me iba a olvidar, ya no se me olvide nunca jamás. ¡Gracias, Luis!