Tal y como escuchaba en el sermón
dominical de este domingo, las lecturas del evangelio nos hablan de
la toma de conciencia mesiánica, profética y vocacional de Jesús
respecto al Padre. Esa toma de conciencia requiere de la implicación,
de la interpretación espiritual y de la voluntad decidida de Jesús.
De modo análogo, el creyente realiza
esa toma de conciencia y la vive y la asume con la máxima honestidad
posible sin incurrir en posiciones interesadas o ideológicas.
Esta dimensión fundamental de la fe me
recuerda hoy, días después de la jornada de vida monástica, una
curiosa anécdota que ocurrió hace unos pocos años en un monasterio
de monjas contemplativas durante la visita de su superior. Ante la
crisis espiritual y vocacional del monasterio, una de las religiosas
del monasterio se autojustificó ante su visitante esgrimiendo un
argumento infantilón. “Estamos tranquilas porque sabemos que Dios
no va a dejar que este monasterio desaparezca”. A lo que el
superior, con cierta sorna, le replicó: “No esté tan segura.
Recuerde que permitió que crucificaran a su propio hijo”.
Y es que a la hora de escrutar los
auténticos designios de Dios, junto a la opción sincera y teologal,
siempre coexiste la tentación de hacer decir o hacer a Dios lo que
uno quiere que haga. Y eso, aparte de absurdo e ingenuo, es
sencillamente imposible.
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