lunes, 11 de mayo de 2009

“Sin Ti no soy nada”

Una experiencia decisiva de la fe es comprobar que Dios es lo más importante de nuestra vida. No se trata de una experiencia exclusiva en nosotros sino que también la vemos reflejada en la historia de Abrahán (con el sacrificio de su hijo Isaac), en la de Moisés, en los signos y las denuncias de los profetas, en las expresiones desgarradas e interpelantes de San Pablo y, cómo no, en la vida, en las palabras, en la muerte y en la resurrección de Jesús de Nazaret

Predicar que sin Dios no somos nada puede resultar muy chocante en la sociedad actual. Estamos tan acostumbrados a nuestra autonomía y a la independencia que incluso sólo oír hablar de lo contrario nos produce recelo, desconfianza e incluso rechazo.

Pero Jesús nos predica este mensaje de forma muy gráfica y directa en el evangelio de este quinto domingo de Pascua: “Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he transmitido; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 1-8).

Y si la autonomía y la independencia nos resultan tan indispensables, entonces ¿por qué no abandonar a Jesús, el cristianismo y salir corriendo en dirección opuesta? Podríamos contestar que porque Dios nos lo dice y punto, pero eso lejos de ser una respuesta digna de la fe cristiana lo sería más bien de la fe del carbonero.

La auténtica razón para interiorizar y poner en práctica estas palabras de Jesús es porque son verdaderas. Sin Dios, sin los demás, no somos nada. Más aún, si nos ponemos a analizar con detenimiento nuestras biografía, nuestras relaciones, nuestras circunstancias, caeremos en la cuenta de en qué medida estamos en deuda con los demás, especialmente con Dios. Y no solo en lo espiritual, sino también en lo corporal. Por eso el mandato de Jesús es “amaos los unos a los otros como yo os he amado”, que bien podría ser: “necesitaos los unos a los otros como me necesitáis a mí”.

Somos seres destinados a amar y a ser amados. Por eso la liturgia de este domingo también nos propone el amor como criterio de conciencia existencial (no sólo moral) y de sentido vital. Quien ama, conoce la auténtica dimensión de la sana autonomía pero también de la dependencia que en el encuentro personal y comunitario se torna interdependencia. “Ama y haz lo que quieras”, decía San Agustín. Y es que cuando Dios está en nosotros podemos estar seguros de que el prójimo y la verdad se imponen sobre nuestro egoísmo transformándolo en libertad que se ve animada por la fe y la esperanza.

He dicho que nuestros valores actuales no encajan bien con la interdependencia o la necesidad de los demás. Sin embargo, esta dimensión humana está más presente en nuestras entrañas de lo que estamos dispuestos a admitir. La dependencia lejos de aprisionarnos nos enraíza y nos ancla en lo realmente profundo e importante de nuestra vida. Esa raíz tiene nombre propio, Jesús de Nazaret, y la dependencia también. Por eso me gusta decir que las grandes razones de mi vida tienen nombres propios, los de las personas que me quieren y a las que quiero.

Si tuviera que elegir un éxito musical del momento presente para expresar de otra forma estas convicciones, sin duda, escogería una canción que suena insistentemente en radios y locales de copas y baile. La canción se titula “Colgado en tus manos”, interpretada a dúo por la española Marta Sánchez y el venezolano Carlos Baute. Allá donde la he escuchado, he podido detectar reacciones positivas hacia esta canción. Se trata de reacciones que entiendo que proceden de las entrañas de gente enamorada y amante de la vida que sabe por experiencia propia que, sin determinadas personas, su vida no sería la misma. Viven colgados en las manos de quien aman y de quien les ama.

Y como no me olvido de que hay gente que lo pasa mal, propongo otra canción famosa, “Sin ti no soy nada” de Amaral, que es interpretada en función de alguien que ha perdido la presencia del ser amado. Adjunto el vídeo de esa canción y mientras rezo por la gente que piensa haber perdido la pista del sentido de sus vidas, les recuerdo a ellos -y a mí mismo- que Dios siempre sale a nuestro encuentro y mantiene vigente su Alianza, su oferta, esperando nuestro asentimiento para decidirnos a ser felices del todo. ¡Cosas de la gracia!