domingo, 13 de febrero de 2011

Sobre la fundación de la nueva congregación Iesu Communio

El mundo eclesiástico español se muestra curioso y celoso por el fenómeno vocacional de lo que popularmente se denomina como “las Clarisas de Lerma”. Aunque quizás sería más preciso decir que se denominaban así porque desde hace unas semanas tomaron la decisión de mutar a una nueva forma jurídica y espiritual que adopta el nombre de Iesu Communio y que se presentó el sábado 12 de febrero en la catedral de Burgos.

Desde hace años se viene oyendo hablar de este fenómeno excepcional en los números y quizás no tanto en el fondo. Apasionados defensores y detractores se manifiestan a favor y en contra de los modos y maneras del monasterio y sus ramificaciones, pero siempre me ha quedado la sensación de un juicio superficial que no es capaz de ver (porque quizás tampoco se ha querido ver) lo que realmente puede significar para la vida eclesiástica y eclesial (que no siempre coinciden).

Mucho obispo, mucho dinero, mucha monja, mucho morbo y, sobre todo, mucho cotilleo, son demasiados ingredientes picantes como para que se pueda digerir un fenómeno así sin un poco de bicarbonato teológico. Desde esta convicción, aquí sugiero algunas intuiciones con la esperanza de que puedan aportar algo en este sentido:

1) Fundaciones y fundadores/as.- Un dato llamativo en todo este proceso es el hincapié que se ha puesto en la figura de la inspiradora y a la postre fundadora de esta nueva congregación. Sobre la hermana Verónica Berzosa se han dicho y escrito muchas cosas y siempre queda la sensación que de lo bueno y de lo malo que se oiga de una persona uno no debería creerse más que el 50%. En muchos de los episodios históricos en los que se originó un nuevo grupo religioso, la figura del líder carismático ha dado mucho que hablar. Algunos como san Francisco de Asís huyeron del personaje de fundador para no ser devorados por la institucionalización y ello le supuso la incomprensión de sus propios hermanos. Otros fundadores optaron por el camino contrario y se alinearon con la absolutización de la institución ahogando en cierta manera la novedad carismática que albergaba la nueva institución. Hay opciones intermedias que han combinado de manera más equilibrada lo institucional y lo carismático. En todos los casos está en juego que el nuevo grupo o la nueva institución se articule y despliegue de tal modo que pueda atender a la misión que el Espíritu (que procede del Padre y del Hijo) y único Superior legítimo puede encomendarle. Ya se sabe que es difícil llegar, pero mucho más difícil es mantenerse. Ahí radica la prueba de la fidelidad de un carisma a su misión, sin perjuicio de que algún día su misión pueda agotarse o ser asumida por otros grupos o carismas.

2.- Raíces y puntas.- Otro aspecto polémico en esta gestación ha sido la mutación desde el carisma franciscano –en su versión femenina contemplativa clarisa- al actual carisma de origen, en principio, radicalmente novedoso (de raíz nueva). De ello, lo primero que hay que decir es que tras años de convivencia en el monasterio bajo la impronta clarisa, y siendo un clamor eclesiástico las dudas sobre la identificación del incipiente grupo de nuevas monjas con el estilo y la tradición franciscana, llama la atención tanto que unos –la Familia franciscana y las clarisas en particular- se sientan utilizados y otros –el grupo que ha engendrado a Iesu Communio- se sienta mayoritariamente (por no decir, totalmente) desvinculado de los pechos que les amamantaron. Ambas partes tuvieron tiempo y formas para resolver su situación de forma más explícita. Los carismas religiosos son dones del Espíritu y no es de recibo jugar con ellos, manipularlos, ni por supuesto llegar a creer que uno está por encima de ellos. Sólo las partes implicadas saben qué hay realmente bajo este proceso, pero humildemente considero que no deberían despreciar su relación con el carisma. Por ello, las clarisas deberán estar a la altura de la grandeza espiritual de su carisma y de su tradición. Ser infiel a la misma sería un suicidio espiritual y un fraude eclesial que les dañaría especialmente a ellas pero también a quienes esperamos los mejores frutos de su buenhacer monástico (desde la contemplación más profunda hasta las trufas y dulces más revitalizantes). Por su parte, el nuevo grupo –a quienes algunos ya han llamado “venoniquesas”- deberá resolver la dificultad que tiene para un colectivo humano el reproducirse por esquejes. En el lado positivo está el hecho de que siguen vinculadas a una raíz común, Jesucristo y su Evangelio. En el lado menos sencillo está el desafío de germinar fructíferamente a partir de una savia espiritual que, si no estoy equivocado, poco o nada tiene que ver con la del árbol franciscano. El tiempo dirá.

3.- Carismas e intrusismo.- En mi opinión, este proceso de gestación de Iesu Communio nos ofrece una novedad que puede ser muy enriquecedora para la vida eclesial en general y para la monástica –mayoritariamente la femenina- en particular. Con el tiempo el monasterio de Lerma y, por extensión, el de La Aguilera han acogido muchas vocaciones jóvenes. Ya dije que no se trata de un fenómeno tan excepcional, sino más bien de una consecuencia lógica de algo que entiendo que se estaba y aún está haciendo mal en la Iglesia (espero que no se haga malintencionadamente). Tantas jóvenes no son una explosión vocacional excepcional sino la canalización de un grupo de jóvenes de determinados movimientos eclesiales (Opus Dei, Comunión y Liberación y Camino Neocatecumenal, principalmente) hacia un estilo de vida contemplativo que no estaba presente en dichos movimientos, que suelen tener una parte laical y otra presbiteral. Si esto es así, me parece una buena noticia, porque tratar de invadir los monasterios y carismas de otros grupos eclesiales no sólo es un error dañino para todos sino un atrevimiento teologal de consecuencias imprevisibles tanto mundanas como trascendentales. Sin embargo, mi optimismo tiene límites. El primero es que esta situación está por confirmarse y mientras tanto siguen existiendo sujetos eclesiales con esquizofrenia carismática por vivir en el seno de un carisma pero tener el corazón anclado en otro muy diferente. El segundo límite me surge al comprobar con gran sorpresa que Iesu Communio ha decidido relativizar su impronta contemplativa y la redefine acentuando su opción apostólica, apostando por una versión más activa. He aquí otro dato que se muestra como otra incógnita a despejar. Una vez más, me temo que el tiempo dirá.

Podrían hacerse más consideraciones, más o menos profundas, que van desde el impresionante despliegue eclesiático para promocionar a este grupo hasta el comentario estilístico sobre el nuevo hábito y su tendencia textil o de moda. Todas ellas son palabras menores en referencia a lo que Iesu Communio se pueda traer entre manos a partir de lo que entiende que es la misión que Dios, a través de la Iglesia, les haya encomendado. Rezo por ellas y sus circunstancias, deseándoles lo mejor y brindando porque sean fieles al único que les sostuvo, les puede sostener y ojalá les sostenga en el futuro. En el fondo, el resumen de lo que ellas están llamadas a vivir y de estas sencillas líneas es claro: "Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles" (Sal 126).

martes, 1 de febrero de 2011

La verdad de un libro

Años después de los siniestros Syllabus o índices de libros prohibidos, parece que la actualidad nos trae la noticia de que el libro Jesús del teólogo vasco José Antonio Pagola va a ser investigado por presuntas afirmaciones contrarias a la fe católica. Pero como no conozco detalles sobre este asunto ni está entre mis intereses tratarlo aquí y ahora, me escabulliré por el resquicio que me ofrece el paradójico hecho de que el afán por dificultar la edición y publicación de este libro se haya convertido en una de sus principales fuentes de promoción.

El pasado verano tuve la oportunidad de preguntar a una mujer que leía el libro en cuestión, si sabía de la situación en la que se encontraba el texto. Su respuesta fue tan curiosa como sincera. El morbo de la prohibición del mismo unido a la oportunidad de encontrar uno de los dos o tres últimos ejemplares que quedaban en una librería religiosa le habían incitado a lanzarse a su lectura. Para colmo, pese a su avanzada edad, la mujer reconocía que, en el punto de la lectura en el que se encontraba, aún no se había topado con ninguna afirmación aparentemente peligrosa o escandalosa.

Sin embargo, no todo es bueno para el autor del libro. Si bien sus censores o fiscales le han ahorrado mucho trabajo en la difusión del libro, lo cierto es que por otra parte siempre le quedará la duda de si es leído por la calidad de su reflexión teológica o por el mero morbo de acceder a “lo prohibido”. En el trasfondo de lo accidental, el morbo y la sospecha, queda lo sustancial: la verdad de un libro.

Sin olvidarme de que es difícil no resbalar en las reflexiones sobre el denominado misterio de Dios –la Trinidad-, pero que tampoco son tantas las verdades dogmáticas que delimitan el quehacer teológico católico, me pregunto por las actitudes que dificultan la lectura de libros que permitan a los creyentes poder comprender o fortalecer los argumentos y los fundamentos de su creencia.

Miedo, morbo, audacia, teología y mucha o poca fe no son ingredientes nuevos en la composición-redacción-aceptación e interpretación de la verdad de un libro religioso. La propia Escritura, empezando por los evangelios, no escapa a esta posibilidad que aún existiendo no es ni más amenazante ni menos inocua de lo que realmente es. Como tampoco el autor y sus censores son más listos de lo que son, ni los potenciales lectores son más ingenuos de lo que son.

Hace años que Joan Manuel Serrat cantaba que “nunca es triste la verdad; lo que no tiene es remedio”. Muchos años antes, en el seno de una disputa teológica narrada en los Hechos de los Apóstoles, y que escandalizaba a unos y no les parecía para tanto a otros, alguien (Gamaliel) sugirió un criterio que no ha dejado de perder vigencia: “Si este plan o esta obra es cosa de los hombres, fracasará; pero si es de Dios, no conseguiréis destruirlos. No sea que os encontréis luchando contra Dios” (Hch 5, 38-39).