lunes, 14 de noviembre de 2011

Jesús y Abundio

La técnica me ha jugado una mala pasada y el mero hecho de tener cosas más prioritarias que enfrentarme a ella, han conseguido que el ritmo de entradas de estas últimas semanas haya sido casi ínfimo. Pero, precisamente, esta cuestión de las prioridades aparece como un guión esencial de los evangelios que salpican los últimos domingos del año litúrgico que estamos a punto de cerrar.

Las llamadas a ser sabios, a permanecer vigilantes y a estar atentos a lo realmente importante de la vida son frecuentes pero no siempre bien escuchadas y atendidas por aquellos a quienes, a veces sin siquiera sospecharlo, podría venirle más que bien. Al fin y al cabo, ¿a quién no le viene bien un buen consejo? ¿A quién no le viene bien que se le interpele para aprovechar de verdad lo importante de la vida?

En esta línea, Jesús de Nazaret nos insiste en ser prudentes y no necios, en aprovechar nuestros talentos y en estar pendientes y atentos a las necesidades de los demás. Sin embargo, esta sabiduría tan honda no suele calar con la misma rapidez y eficacia que otros mensajes apoyados en campañas o recursos publicitarios y propagandísticos. Donde lo material, lo estrictamente económico, lo insustancial y lo colateral campan a sus anchas, debería ser el reino de lo espiritual, de la economía al servicio del hombre y de la ética y, por consiguiente, de lo realmente sustancial y central de la existencia humana.

Como quiera que las cosas o los aspectos más importantes y relevantes de la vida no pueden delegarse en esloganes y resplandores manipuladores, invito a escuchar (aunque sea de modo amplio) este mensaje de Jesús con la confianza de que estamos ante una pauta trascendental para nuestra existencia y nuestra felicidad. Si, por casualidad Jesús no fuese una referencia estimable, sugiero que se haga en nombre de la sabiduría popular pues no atender este tipo de solicitudes es de necios, por no decir de tontos. No vaya a ser que como dice un refrán o dicho, no vayamos a ser más tontos que Abundio, que vendió el coche para comprar la gasolina.

miércoles, 12 de octubre de 2011

La verdad del sacramento

El proceso de secularización que vive la sociedad actual hace que muchas personas tengan serios problemas para conectar y comprender la simbología y la eficacia de los sacramentos. Podríamos decir que si estos se definen como encuentros con Dios o como signos visibles de la presencia de Jesucristo en la vida, hay personas que no terminan ni de encontrase con Dios ni de visibilizar la presencia de Jesucristo en sus vidas a través de los sacramentos. Pero, ¿entonces podrían decir estas personas que los sacramentos son ineficaces o falsos?

En mi opinión los cortocircuitos espirituales que se producen entre algunas personas y los sacramentos, dejando a un lado las limitaciones de la Iglesia y sus ministros para hacerlos más evidentes, son de tres tipos: históricos, simbólicos y teológicos. El primero se refiere a la tendencia a soñar con vivir en un eterno presente que olvida el pasado y relativiza el futuro. El segundo evoca la planicie de muchos sujetos contemporáneos para hacer lecturas profundas de la realidad y que la comparten ámbitos como el religioso o el artístico. Y, finalmente, el tercero sufre el peaje de los dos anteriores pues sobre él recae la responsabilidad de hacer inteligible la conexión del sacramento con su historia personal y colectiva mediante la fuerza expresiva del símbolo referida a momentos, personas y gestos concretos.

Es en este último ámbito donde se puede plantear de modo más sublime la verdad del sacramento. Aflora así la experiencia personal, la de Dios y la del mundo y la vida que el sujeto posee y conforme a ella se hace la aproximación al sacramento.

Un ejemplo claro de esto es lo que en la tradición católica se ha entendido como validez o eficacia del sacramento ex opere operato. Es decir, por muy corrupta o inadecuada que haya sido la mediación humana y ministerial que ha procurado el sacramento, la voluntad libre y consciente del creyente que recibe el sacramento le sitúa de modo incuestionable ante Dios y la gracia que Éste le proporciona. De este modo, la relación estrecha y profunda entre Dios y el creyente no elimina sino que redefine la mediación eclesial y ministerial al lugar exacto que le corresponde, permitiendo que quede así subrayado el nivel fundamental de verdad del sacramento: la fe que vincula al creyente con Jesucristo.

Si esto estuviera medianamente claro en la mente y el corazón de muchas personas, nos evitaríamos anécdotas como las de un párroco que atendiendo por teléfono al padre de un niño al que bautizar, cansado de disquisiciones y pegas sobre los modos del mismo, le espetó claramente: “Ya sé que no me va a engañar a mí, y lo que es más importante, a su hijo tampoco”. Y es que la verdad del sacramento se basa en algo fundamental y que sabemos desde muy pequeños: se puede lograr engañar a los demás, pero no a uno mismo. Y todo esto, ex opere operato, por no hablar de las nulas posibilidades de engañar a Dios.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Los curas y las curas

Un amable lector me hace un comentario que, pese a su concisión, me recuerda que el Evangelio se puede leer bien en clave eclesiástica o bien en clave eclesial. Dicho en castizo, se puede leer como si estuviera escrito para los curas o como si estuviera escrito para las curas, esto es, para sanar. Sobra aclarar que, sin descartar totalmente la primera opción, uno está mucho más cercano a la segunda. Eso sin olvidarnos de que Jesús, único y sumo sacerdote, no fue cura pero sí sanador.

Esta sencilla reflexión, que deriva de un principio religioso fundamental que reza que la religión es incompatible con la falta de libertad y con la ausencia de sentido, me vuelve a recordar a la pasada JMJ. Si la interpretamos como un acontecimiento de curas, no deja de tener su relevancia, pero si la contemplamos como un acontecimiento de curación su brillo es mucho más intenso. Y prueba de ello es que somos muchos los que hemos encontrado en ellas una cura de humildad. Seamos curas o no, como cristianos hemos sido invitados a renovar nuestro compromiso de vivir el Evangelio y de transmitírselo a los demás. Vamos, que en clave evangélica, los curas -siendo muy importantes- son secundarios respecto a las curas y no al revés.

viernes, 2 de septiembre de 2011

El escándalo de la JMJ

Pasados unos días tras la conclusión de la JMJ, es más fácil hacer balance sin caer en exageraciones tanto de índole positiva como negativa. En mi caso, la sensación es bastante positiva, pero cada cual tendrá su opinión. Hoy escribo por otro motivo más sugerente.

En estos días me viene a la memoria que hace meses alguien implicado en la organización de la JMJ andaba preocupado por un rumor que afirmaba que algún medio de comunicación tendría preparadas noticias que podrían destapar escándalos en la Iglesia. A día de hoy, lo cierto es que ese rumor no se ha confirmado y que la información sobre la JMJ ha sido más sana de lo habitual. ¡Supongo que a ello ha contribuido su escandaloso éxito como acontecimiento mediático! (más aún en un mes más escaso de noticias como agosto).

Sin embargo, hay un escándalo que sí debe preocupar a la Iglesia tras la JMJ. Y este no es otro que la posibilidad de defraudar las grandes expectativas que a muchas personas, especialmente a los jóvenes, se le han suscitado o reactivado tras este acontecimiento. Este tipo de eventos suelen provocar un subidón emocional y personal, pero siempre queda por concretar el modo en que esa potente experiencia se puede traducir en algo más cotidiano y perdurable. La Iglesia tiene en este punto una grandísima oportunidad pero también un reto gigantesco.

Mi deseo hoy es que todos los que formamos la Iglesia sepamos leer el mensaje que esta JMJ nos deja y evitemos así incurrir en el escándalo de defraudar a la juventud que quiere comprometerse con el Evangelio que, mira por dónde, nos instruye en este aspecto: “Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo profundo del mar” (Mt 18, 6)

jueves, 18 de agosto de 2011

Promotores y detractores de la JMJ 2011

Comenzaré admitiendo sin remilgos que me incluyo entre el grupo de católicos que se muestra escéptico acerca de la fecundidad de macroencuentros del tipo JMJ, si bien algunos detalles me han hecho ver que es cierto que el Espíritu sopla donde y cuando quiere.

Pero no escribo para hablar de si apoyo o no a la JMJ (que la apoyo y la critico desde mi condición de miembro de la Iglesia) sino de la paradoja que se produce en las formas de proceder de sus promotores y sus detractores, aconteciendo que en muchas de las acciones de los primeros se perjudica al objetivo primordial de la JMJ y más de lo mismo ocurre entre sus detractores ya que cuantas más fuerzas dedican a boicotearlas, más la promocionan.

En el caso de los promotores se suceden cosas como que la propia organización se contradiga a sí misma cuando afirma que se trata de un encuentro entre los jóvenes y se empeña en venderlo principalmente como un encuentro de los jóvenes con el papa. También se perciben detalles extraños a partir de actividades concretas, pues de nuevo brillan más las anécdotas como la recepción del pontífice por una embajada de jóvenes prestos al “peloteo”, por un grupo de encantadores pipiolos disfrazados de guardias suizos y un espectáculo de caballos jerezanos. Finalmente, la JMJ pone manifiesto que los planes diocesanos siguen siendo un empecinamiento episcopal de promover a los movimientos y dejar un tanto de lado a la vida religiosa. Prueba de ello es que sin la generosidad de las órdenes y las congregaciones religiosas, al menos en la infraestructura, la JMJ habría tenido serios problemas de acogida de jóvenes.

Sin embargo, el balance es mucho más generoso en cantidad de despropósitos en el bando de los detractores. Un caso muy evidente es el de la hipocresía mediática y empresarial. Ni los grandes almacenes ni las multinacionales de bebidas publicitan la JMJ porque sean, en primera instancia, entidades católicas por excelencia, sino porque el evento como tal es lo suficientemente importante como para ofrecer a Madrid y a esas empresas mucho más de lo que requiere de ellas. Eso sí, más delicado es el caso de grupos mediáticos que por un lado “dan palos” a la JMJ y por otro se sirven de ella para promocionar sus productos. Esto ocurre cuando alguien es propietario de un diario hostil a la Iglesia a la vez que de una editorial que vende miles de libres de texto a los colegios de ideario católico.

Otros casos curiosos son los del movimiento laicista y el de los grupos eclesiales de base. Ambos se erigen, sin quererlo pero con gran éxito, en los principales promotores de la Iglesia institucional y jerárquica al convertir sus criticas en un gran altavoz que retroalimenta lo que sólo puede diluirse si se le quita la importancia que no tiene (dice el refrán que “no hay peor desprecio que no hacer aprecio”). En el caso de los grupos eclesiales, denotan falta de tacto y reafirman a la institución en un sentido rancio, porque más vale mala estructura institucional que tener que convertirse en una “jaula de grillos”.

El último caso es quizás el más conmovedor y consiste en el grupo de personas que dicen, sin pudor, que este tipo de eventos les lleva a apostatar o a renunciar a su fe católica. De esta forma, y de nuevo sin querer, alimentan la fe y los argumentos teológicos que sostienen la auténtica fe en Jesucristo, los cuales no pueden depender en primera ni en única instancia de signos externos ni de meras personas.

He aquí algunas paradojas asociadas a la JMJ, pero la principal de ella es que la experiencia de Dios que pueda suscitarse mediada por ella no será en ningún caso concordante ni controlable con los patrones ni de sus promotores ni de sus detractores. ¡No es maravilloso? Feliz JMJ 2011.

lunes, 8 de agosto de 2011

El árbol de Santo Domingo

Quienes viven y conocen lo que es la Familia Dominicana (expresión amplia y menos legalista de la Orden de Predicadores) la suelen expresar como un árbol frondoso cuya raíz es Jesucristo, su tronco común es su fundador Santo Domingo de Guzmán y sus ramas son las diferentes formas de pertenencia a esta realidad expresiva de la variedad y riqueza del carisma dominicano: las monjas contemplativas, los frailes, los seglares, las hermanas de vida apostólica y, por último, las fraternidades sacerdotales; sin perder de vista otros brotes que a su manera dan frutos modestos pero valiosos.

En algunos lugares del mundo, el árbol dominicano tiene buena salud y sus ramas son más frondosas, obteniendo frutos más jugosos. Sin embargo, en otras partes, las ramas presentan un aspecto más enfermizo y sus frutos en general poco jugosos con ciertos síntomas de podredumbre.

Extrapolando ambas realidades y haciendo una lectura teológica, podemos deducir que se puede dar por hecho que la raíz y el tronco del árbol no son el problema pues su salud vigente está fuera de toda duda. ¿Quién duda de que el Evangelio y el carisma dominicano tienen mucho que ofrecer al mundo?

Por ello, es bastante probable que el problema esté en la conexión entre la raíz y el tronco con las ramas. La historia del carisma dominicano, más visible y patente desde el siglo XIII, nos enseña que en las instituciones y los individuos en los que brillaron y predominaron los más excelsos valores dominicanos los frutos fueron cuantiosos y de calidad. Entre otras muchos, predicación, estudio, comunidad, oración, mendicancia, itinerancia, compasión y, sobre todo, mucha misericordia son la savia revitalizadora que garantizan la presencia activa y significativa del carisma de Domingo, el carisma de la predicación en medio del mundo.

Hoy, en el siglo XXI, el trasfondo de la vigencia y la pertinencia del carisma dominicano no es tan distinto ni más complejo de lo que era en el siglo XIII o en otros muchos momentos de la historia. Y para no caer en derrotismos simplistas, quizás deberíamos recordar no sólo que el grano disperso da fruto y amontonado se pudre, sino también que el grano ha de morir para dar buen fruto. Seamos miembros sanos o podridos del árbol dominicano, nuestro último destino, en nombre de la misericordia de Dios y de nuestros hermanos, es común: ser examinados por el fruto aportado para la instauración del Reino de Dios.

miércoles, 6 de julio de 2011

Nuevos inquilinos en el monasterio de Yuste

Navegando por la red, me encuentro con la noticia de que el ilustre monasterio de Yuste, perteneciente a Patrimonio Nacional y lugar de retiro y muerte del emperador Carlos I de España y V de Alemania, se encuentra de mudanza en lo que a sus inquilinos se refiere. Como ya informó en abril la Diócesis de Plasencia, se marcha la comunidad de monjes jerónimos y llega otra de monjes paulinos (Orden de San Pablo Eremita). Este relevo me suscita tres reflexiones fundamentales:

1. La importancia de la historia requiere custodios dignos. El hecho de que la crisis vocacional afecte no sólo a la Orden de San Jerónimo sino también a su misión y presencia se pueden entender mejor cuando nos enteramos, por ejemplo, que un lugar tan relevante históricamente como el monasterio de Yuste se ve implicado en el lance. Son muchos los lugares, las poblaciones y los patrimonios que le deben mucho a la Iglesia en general y a las órdenes religiosas en particular. Las órdenes contemplativas no sólo no son una excepción sino que suelen ser protagonistas en esta noble tarea de velar por la memoria de un lugar y de custodiar parte de su patrimonio. El hecho de que la noticia de la marcha de una comunidad suela generar desazón entre los vecinos y los conocidos del lugar deja entrever que fueron o son unos custodios dignos, lo cual no es cuestión baladí porque “el que es de fiar en lo pequeño también lo es en lo importante” (Lc 16). Desde la distancia, me da la sensación de que los jerónimos pueden marcharse tranquilos porque han sido unos custodios de Yuste muy dignos.

2. Las instituciones y las personas pasan pero los carismas persisten. Los jerónimos fueron muy numerosos en siglos pasados (s. XVI y XVII), como prueban documentos escritos e incluso pictóricos (ej.- Zurbarán), pero su larga historia seguramente les permite entender mejor que a nadie que las etapas favorables y desfavorables se suceden. Si tras la desamortización de Mendizábal, la Orden llegó prácticamente a desaparecer, hoy su presencia está reducida a mínimos que se han congregado en el monasterio segoviano de Santa María del Parral. Si después de aquel bache vocacional, la Orden supo y pudo restaurarse, no hay que descartar la posibilidad de que otro ciclo de la historia les vuelva a ser favorable. Pero si finalmente no fuera así, su principal consuelo será haber sido fieles a su carisma y saber que éste continúa vivo y vivificado por el Espíritu aunque, desgraciadamente, no en las formas y modos que los jerónimos quizás hubieran soñado pues "del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino solo mi Padre" (Mt 24, 36; Mc 13, 32)


3. La generosidad es clave en la transmisión del Evangelio. La propia dinámica del Evangelio y la historia de la Iglesia nos muestran que la generosidad y la entrega son imprescindibles para la evangelización. A la generosidad de los monjes jerónimos les ha de suceder ahora la generosidad de los monjes paulinos que viven un momento de mayor esplendor (motivado por su fuerte presencia en la vigorosamente católica Polonia) y pueden hacer una ofrenda para continuar con esta misión evangelizadora. No faltarán las dificultades y la dudas (empezando por la de si es la solución más adecuada), pero mientras se despejan, uno de los principios que ha de primar es el de “dar gratis lo que habéis recibido gratis” (Mt 10, 8).

Se cierra una etapa en el monasterio de Yuste, al tiempo que se abre otro episodio histórico entre sus muros. Gracias a los monjes jerónimos y que la gracia de Dios ilumine a los monjes paulinos.

miércoles, 15 de junio de 2011

Donde está el Espíritu, está la libertad

La fiesta de Pentecostés nos vuelve a refrescar la presencia viva y vivificante del Espíritu Santo en nuestras vidas. Es una presencia actual y actualizadora ejercida en forma personal y en colegialidad con las otras dos personas de la Trinidad: el Padre y el Hijo.

En la segunda carta a los Corintios (2 Co 3, 17), San Pablo afirma con contundencia que “allí donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad”. No en vano, el Espíritu se asemeja mucho a la libertad pues es la persona de la Trinidad menos manipulable desde un punto de vista metafísico y racionalista o absolutamente idealista.

El Espíritu Santo, en su procedencia del Padre y del Hijo es nuestra máxima garantía de que la divinidad cristiana es relacional y no se reduce a un mero concepto o un ejercicio deísta de mera creencia por la razón. El Espíritu es presencia omnipresente (permítaseme la redundancia) de Dios en nuestras vidas. Como le ocurre al ser humano con la libertad, del mismo modo le ocurre al cristiano con el Espíritu: igual que no es posible sin ser libres, el cristiano no puede abstraerse a la presencia amorosa del Espíritu y mejor hará en tenerla en cuenta que en ignorarle.

Ignoro a qué tipo de libertad se refería San Pablo en su epístola corintia, pero la acción del Espíritu en la vida y en la historia de la humanidad me recuerda en cierta manera al concepto de libertad kantiana que se resume en la posibilidad de introducir una nueva causalidad en nuestras acciones y decisiones. Nada está determinado y por ello nada está perdido ni ganado, sino que todo está por hacer porque todo se puede hacer.

Y esta profunda convicción humana y también cristiana, en definitiva, evangélica es un rasgo definitorio de la experiencia fundante que los discípulos de Jesús tuvieron el día de Pentecostés y les llevó a entregarse en cuerpo y alma a poner en práctica las enseñanzas de su maestro. Igualmente, para todos hoy la presencia del Espíritu es una muestra incontrolable de libertad y una invitación a vivir la libertad que Jesús nos enseñó: la libertad de la verdad y del amor compasivo por el prójimo.

miércoles, 8 de junio de 2011

Solución a la cuestión de la entrada anterior

Pues sí, muchos siglos después la fórmula de Platón para esquivar los fraudes de la información sigue estando vigente. Para evitar la manipulación, hay que obtener la mejor formación posible, conocer bien y saber más que los posibles agentes de manipulación y conocer el contexto de la misma.

En el caso del ejemplo elegido en la entrada anterior, se pueden observar las siguientes situaciones:

a) Entre la desinformación y la información, la formación. Tan importante como manejar datos relevantes es tener la capacidad de entenderlos e interpretarlos correctamente. Las sombras de la caverna del mito platónico nos advierte no sólo que las apariencias no coinciden con la realidad, sino que además resulta determinante el interés y el afán por conocer verdaderamente cuál es la fuente de tales sombras. En el caso del artículo propuesto, el ejemplo es muy claro: no es lo mismo la asignatura de Educación para la ciudadanía (que se cursa en Primaria y ESO) que la de Filosofía y ciudadanía (que se estudia en Bachillerato). ¿Lo sabía el periodista? Eso no es tan relevante. Lo realmente importante es si lo sabía el lector del periódico.

b) Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces. Ya lo dije al final de la entrada anterior: “quien sabe mucho, escucha; quien sabe mucho pregunta”. El manipulador no deja de ser un listillo que se considera a sí mismo capaz de jugar con la inteligencia de sus interlocutores. Es decir, se cree superior a sus lectores y/u oyentes. En el ejemplo del artículo, la presentación de una teoría como explicación definitiva y absoluta de una cuestión expresa bien a las claras no sólo el desconocimiento de lo que es y supone una teoría científica sino también que las teorías permanecen vigentes en función de sus argumentos racionales y no de los ataques ad hominem y de los prejuicios facilones en contra de sus detractores. La teoría de Darwin no es más fiable porque sus críticos sean más o menos patéticos, sino por si resiste la crítica científica propuesta a partir de otras teorías o correcciones científicas.

c) La confusión entre el fin y los medios. Quien deambula sin sentido entre los fines y los medios puede llegar a comulgar con el tentador pero peligroso principio del “todo vale”. He aquí una profunda sima que se abre entre los dominios de la política, la ideología y los intereses económicos respecto a los de la filosofía y la verdad. Las primeras generan cierta corrupción y no poca dependencia, las segundas sólo pueden conducirse por el camino de la honestidad. Hoy, en el mundo periodístico lo monetario es más influyente que lo ideológico y las noticias contienen un halo de interés oculto que trata de camuflarse con la ayuda del abrazo de una aparente postura política.

Siglos después, Platón vuelve a rescatarnos de las sombras de la caverna que no pretenden mostrarnos la realidad tal y como es, sino la realidad tal y como nos gustaría que fuera. El filósofo sabe que la verdad es mucho más que el afán por querer tener la razón. En ese mismo dilema se mueve la prensa y sus lectores como los encadenados de aquella caverna, deberán optar entre permanecer anclados en sus seguridades o aventurarse a conocer la verdad cueste lo que cueste.

miércoles, 1 de junio de 2011

Platón y la prensa

A través de los diálogos platónicos hemos podido aprender que para algunos filósofos griegos, mucho peor que ser ignorante en una materia es desconocer incluso que realmente se ignora lo que uno cree que sabe o domina.

Un caso paradigmático lo constituye hoy la prensa. En una profesión como ésta la existencia de profesionales que sepan hacer bien su trabajo es una cuestión de honor y de mucho esfuerzo. Digo esto último porque ser periodista, como ser actor o filósofo (incluso teólogo) es una cuestión de mucha responsabilidad porque exige alcanzar ciertos niveles de conocimiento que no son fáciles de adquirir. El actor ha de manejar los registros personales y contextuales del tema que quiere interpretar en la película. Por su parte, el filósofo ha de conocer tan bien o mejor que la filosofía toda información científica que le permita esquivar el ridículo y atinar el disparo de su arco epistemológico hacia la diana de la verdad. ¿Qué ocurre con el periodista? Pues que los hay muy buenos, buenos, regulares y malos. El periodista también coquetea con la verdad de los hechos y si no está bien engalanado para ella, corre el riesgo de ser rechazado y de convertirse en un llanto y crujir de dientes para sí mismo y para la sociedad que tanto espera de este sector mediático tan influyente en las sociedades democráticas.

El periodismo en la sociedad democrática está llamado a jugar un papel relevante casi decisivo. Sin embargo, también vivimos en la sociedad del conocimiento y en ella, si abundan casos como el que voy a citar, también se puede incurrir en el esperpento.

Propongo a los lectores que, sin mayor intención que analizar lo que sugiero sin entrar en terrenos personales, eche un vistazo a este articulito aparecido en El País hace unos días. Dejando pues a su autora y su “gloria” a un lado, el reto es encontrar tres errores de manual (en el contenido del artículo) y controlar la risa o el llanto. Mientras los encuentran, dejo aquí una célebre sentencia que viene al caso:

Quien sabe mucho, escucha;
Quien sabe poco, habla;
Quien sabe mucho, pregunta;
Quien sabe poco, sentencia.

martes, 24 de mayo de 2011

Santo Domingo, el yo y sus circunstancias

Leyendo una entrevista al director de cine, Roland Joffé (con motivo de la promoción de su última película Encontrarás dragones), me encontré con una sugerencia que no me gustaría que pasara desapercibida en lo que se refiere al conocimiento y aprovechamiento del ejemplo de los santos. Dice Joffé: “Si hacemos que el santo sea el centro de la película, entonces podemos perder de vista el mundo que le rodea, que es el lugar donde expresaba su santidad”.

Hoy en la fiesta de la Traslación de Santo Domingo, al releer esta sugerente idea, me viene a la mente el ejemplo de los grandes santos de la Iglesia que, más allá de las exageraciones literarias de las hagiografías, han logrado trascender la falsa apariencia de su hornacina y su aureola mediática para dejarnos en herencia una forma peculiar y original de seguir a Jesucristo.

Tomando como ejemplo al propio Domingo de Guzmán (aunque bien podríamos fijarnos en otros santos ilustres como Francisco de Asís), se puede ver hasta qué punto esta intuición de Joffé resulta decisiva, pues en la vida de los santos lo importante nunca fue su ego sino la compasión y la insistencia por entregarse al mundo que les rodeaba.

Así pues, al igual que el santo no es nada sin sus circunstancias y, sobre todo, sin quien es la única Circunstancia eterna de su vida, los miembros y los integrantes de las familias religiosas fundadas por santos tienen en este consejo una pista por la que guiar sus huellas al estilo de sus fundadores sin perder de vista la única referencia válida por sí misma y capaz de dar sentido al mundo que les rodea: Jesucristo y su Evangelio.

Resulta curioso como años y siglos después, por encima de campañas de marketing y desvelos y disputas alejadas del espíritu evangélico, la mejor manera de vivir el seguimiento de Jesús desde la fidelidad a un carisma sigue radicando en desprenderse de lo prescindible (incluyendo el propio ego) para darse uno mismo y darlo todo a los demás, aspirando así al noble ideal de perderlo todo a cambio de la Nada que es capaz de saciar las ansias de plenitud y felicidad del ser humano.

Hoy, igual que en los orígenes del cristianismo, ser santo significa ser feliz. Y no hay otra forma de ser feliz que haciendo felices a los demás. Mirando el ejemplo de Domingo de Guzmán me resulta más fácil aplicarlo a mi propia vida. ¡Ojalá sea así para todos!

sábado, 14 de mayo de 2011

Los detalles salvan parejas

Un ejercicio muy sano (¡y muy divertido!) es leer periódicos pasadas unas semanas, meses o incluso años. En esas lecturas “a toro pasado” uno se da cuenta de la distancia que hay entre lo que se pretendía y lo que se logró finalmente. Pero también uno se encuentra con titulares o declaraciones que aunque en el día en que se leyeron causaron cierto impacto, al releerlas un tiempo después lo hacen con una intensidad mayor. Veamos un ejemplo.

“Los detalles salvan parejas”, afirma la actriz francesa Juliette Binoche. Y pese a su profesión, su afirmación me llega a las entrañas con la autoridad de algo que se dice no para vivir un amor de cine, sino un amor real y cotidiano pero que tiene que sentirse con pasión y entrega en cada día de convivencia.

Sí, los detalles no sólo salvan parejas sino que seguramente salvan al mundo porque, con los años, uno se va dando cuenta de que es en las pequeñas batallitas de cada día donde uno puede hacer su gran aportación para lograr la victoria definitiva: la felicidad o, en teología cristiana, la salvación.

Como todos, seguramente, hemos tenido la dicha de haber sido sorprendidos con detalles llenos de ternura y afecto, sabemos la importancia de su fuerza expresiva y simbólica para traer a la superficie de lo cotidiano la profundidad de lo eterno. Tener un detalle con una persona especial es la oportunidad de expresarse uno mismo como necesitado y capaz de amar a la vez que se le recuerda a la otra persona que es alguien muy especial para quien tiene el detalle con ella.

En tiempos donde algunos profetas de calamidades se ríen de los amores eternos y donde muchos se dejan embaucar por mensajes superficiales de amores vividos con calculadora y miedo al compromiso, hoy me aplico este consejo de Juliette Binoche y me invito a mí mismo, y a quien se apunte, a ejercitar con más frecuencia el romántico y sano deporte del detalle: conocerse cada día más a uno mismo, al otro y a ambos como pareja.

Hoy, pues no lo dejaré para mañana, habrá un detalle para alguien especial. Yo sé que ella lo es, pero la ayuda de este gesto me permitirá recordárselo y asegurarme de que ella así lo siente. Hay mucha gente a la que quiero y que es importante para mí, pero con el detalle queda claro que tú eres muy especial.

Con mis mejores deseos para todas las parejas y mi felicitación especial, para las que ya viven su relación desde la sabiduría del detalle.

viernes, 29 de abril de 2011

Ordenar la celda interior

La fiesta de Santa Catalina de Siena (29 de abril) es motivo de alegría no sólo para la Orden Dominicana y para la Iglesia, sino para mucha gente de bien (especialmente de Italia, país del que es patrona).

La vida y obras de Catalina son elogiables, más aún, teniendo en cuenta su condición de analfabeta, lo cual no le impidió (seguramente con ayuda de amanuenses) alcanzar las mayores cotas de la mística cristiana y ésta expresada de forma genial.

De entre sus muchas enseñanzas místicas, quizás una de las más aprovechables sea la que nos habla de la “celda interior”, ya que en ella el alma vive para Dios, discierne la verdad, crece en el amor, o se conoce a sí misma...

A caballo entre la comprensión agustiniana y la tomista de la verdad y de la experiencia de Dios, Catalina ofrece una vía mística profunda pero al mismo tiempo fecundamente cotidiana y reflejada como un mundo interior de gran potencia espiritual. Al igual que la celda monástica es y puede llegar a ser el mundo en el que el contemplativo se recoge para desplegarse con mayor preparación a los avatares de la vida., la celda interior es para el creyente un lugar preferencial de encuentro con Dios, con uno mismo y, como consecuencia inequívoca de lo anterior, con el resto de la humanidad.

Es posible que ofrecer la vía de la celda interior cateriniana pueda resultar aparentemente ridículo para algunos ya que ni el silencio, ni el encuentro místico con la divinidad, ni la meditación, ni la experiencia de vulnerabilidad y la servicialidad, son valores ni pautas que predominen en nuestras sociedades. Sin embargo, la celda interior de Catalina no es un curso de relajación ni un “spa espiritual”, sino la predicación sabia de una realidad mística sin la cual el hombre difícilmente puede llegar a atisbar el horizonte de su plenitud.

Es por eso que al recordarla hoy me atrevo a sugerirme a mí y a quienes lean estas líneas o cualquier escrito de o sobre Catalina, que pongamos entre las prioridades de nuestra vida cotidiana el objetivo de ordenar nuestra celda interior. Hace años, Karl Rahner dijo que “el cristiano del siglo XXI o sería místico o simplemente no será”. Pues bien, estoy convencido de que, en esa tarea de ser auténticos cristianos de nuestro tiempo, la sabiduría de Catalina de Siena es una bendición para iluminarnos en el camino.

miércoles, 20 de abril de 2011

Semana Santa: salvación en tres actos

Aunque la Semana Santa comienza el Domingo de Ramos y no el Jueves Santo, me referiré aquí a la Semana Santa como equivalente al Triduo Pascual. Este esquema litúrgico expresado en tres días repletos de simbolismo puede explicarse a partir del mensaje central de cada uno de los días y actos y lo que ello suponen para nuestra vida y, por extensión, para nuestra salvación. Lo explicaré en virtud de tres aspectos o postulados (parecidos a los que propone Kant en la Crítica de la Razón Práctica) esenciales para el sentido de la vida humana: el amor, la muerte y la eternidad.

Jueves Santo: vivir en, desde y para el Amor

Pese a la insistencia en convertirlo en el día del sacerdocio, el Jueves Santo es esencialmente el día del amor fraterno. El simbolismo y las palabras utilizadas por Jesús en la Última Cena así nos lo hacen entender. El lavatorio de los pies, la fracción del pan, la misericordia con el hermano, o la fidelidad a Dios y a su proyecto son algunos ejemplos de lo que en ella se nos quiere transmitir.

Hablar de amor fraterno nos refiere a la presencia de hermanos y a la existencia de un vínculo común que es la filiación con nuestro Padre. Podemos entender el amor fraterno desde nuestra propia óptica personal o desde la óptica humana, pero siendo ésta una reflexión teológica lo meritorio y enriquecedor es que se haga desde la perspectiva de Dios. El amor fraterno visto desde una posición teológica es el centro del sueño de Dios para los hombres. Esto es evidente como lo es el hecho de que una de las cosas que más feliz hace a un padre es ver a sus hijos convivir de modo dichoso y armonioso. Sin embargo, pese a que esa convivencia esté basada en el servicio y en el cariño, no puede ni debe descuidar otro detalle importante: el amor fraterno debe estar alimentado desde el amor propio. Sólo desde el amor por uno mismo podremos entender qué implica realmente el amor fraterno y cuál es la dimensión total de lo que Dios quiere para cada uno de nosotros.

Viernes Santo: la cruz y la muerte como prueba del Amor

El Viernes Santo es un contraste directo con el Jueves Santo. Es la evidencia de que el amor que se pregona en el Jueves Santo es un amor humano que, aunque está destinado a llegar hasta Dios, en ningún caso es un amor angelical ni idealizado. La presencia de la cruz en nuestras vidas cuestiona a las ansias de felicidad que anidan en el corazón humano. Pero de nuevo la resolución de este cuestionamiento depende de la óptica desde la que se mire. Visto desde Jesús, no podemos olvidar que la cruz en su vida es consecuencia de su modo de vivir y de relacionarse con los demás. Cuando somos capaces de apostar por un estilo de vida que verdaderamente nos llena y nos hace felices, todas las cruces del camino quedan redefinidas e iluminadas por el compromiso que empieza con uno mismo, se manifiesta en la relación con los demás y nos orienta de modo definitivo hacia Dios.

No podemos olvidar que entre las cruces de la vida se encuentra la propia muerte. Es, sin duda, una prueba fuerte para nuestra fe, para nuestra manera de concebir la vida y, en definitiva, para ese Amor que hemos percibido en el Jueves Santo. Al igual que con el amor, si miramos la cruz y la muerte solamente desde nosotros mismos obtendremos una visión limitada y empobrecedora. En cambio, si la miramos desde la totalidad, desde Dios, es la muerte la que queda limitada y empequeñecida porque se convierte en puerta que nos permite accede a otra dimensión de la existencia. ¡Y esto que afirmo, sirve no sólo para la muerte física, sino para todas las pequeñas muertes que experimentamos en nuestras vidas! En definitiva, la muerte queda redefinida en virtud de Dios y la totalidad, como ocurre con una dura subida a un monte en comparación con la vista y la experiencia de poder contemplar todo el paisaje vital desde su cima. Desde esa cima podremos gritar con mayor sentido, el adagio paulino: “¿Dónde está muerte tu victoria? ¿Dónde está muerte tu aguijón?” (1 Cor 15, 54-55).

Vigilia Pascual y Domingo de Resurrección: experimentar la salvación

Uno de los principales errores del Triduo Pascual es vivirlo de modo sesgado. Hay gente que va a las celebraciones del Jueves y/o del Viernes pero no va el día de la Resurrección o viceversa. Este error es tan abultado como el que convierte a la teología en pura teoría autojustificante y alejada de la realidad de las personas. La teología de la resurrección debe desembocar en una praxis de fe vivida desde el corazón y concretada en acciones y aspectos cotidianos de nuestra vida. Una fe que no se vive y que no sirve para vivir, ni es fe ni sirve para nada.

Conclusión: Vivir la vida en, desde y para el Amor es una invitación a disfrutar de la vida con todas sus dimensiones y consecuencias. Entre ellas nos encontramos con las adversidades en forma de cruces y que en última instancia nos sitúan ante la experiencia límite de la muerte. Sin embargo, ese límite mortal no está en nuestras vidas para empequeñecernos sino para abrirnos de modo trascendente a la totalidad de la vida, que para el creyente es Dios, aspirando así a un sentido vital eterno que nos plenifica y nos permite expresar, de palabra y de obra, la verdad fundamental de nuestra fe: “Es cierto: Jesús resucitó”.

miércoles, 6 de abril de 2011

Zizek, el capitalismo y la universidad

Como bien refleja otra ingeniosa viñeta del genial Mingote, que la Universidad sea noticia por una cutre profanación por parte de cuatro osados con pinta de ignorantes, por los macrobotellones desmandados y con derivas vandálicas o por la politización de sus responsables y de sus ideales en lugar de por sus logros docentes o por sus resultados en investigación es un síntoma tan llamativo como preocupante.

Sin embargo, no cabe duda de que la universidad tiene problemas mucho mayores no sólo porque le resultan propios (es decir, que revierten en su propia organización interna) sino porque le resultan aún más propios (es decir, porque afecta a su propia razón de ser y en especial a su eminente función de servicio a la sociedad).

En España, escuchar los cantos de sirena del marketing sobre los campus de calidad no resulta muy armonioso respecto a los rumores sobre la politización y las irregularidades de algunas elecciones de rector o a los niveles de enseñanza baremados en informes nacionales o internacionales y que dejan a la universidad española, como mínimo, en la antesala de la necesidad de una profunda autocrítica.

Sin embargo, en lo que se ve el plumero y la incoherencia tanto a capellanes, como a ateos, rectores, profesores, alumnos, ministros y consejeros, etc., es en el lamentable discurso que disfraza de relación y servicio a la sociedad lo que no es más que un burdo y lamentable ejercicio de mercantilización y privatización de la Universidad en perjuicio de su noble e insustituible ejercicio de conciencia intelectual y social del que está tan necesitada la sociedad.

Y no sólo lo digo yo o la tozuda realidad (que se refleja en medidas como algunos detalles espinosos del Plan Bolonia o la relación entre Universidad y empresa), sino otras voces más atendidas que la mía. Entre ellas está la del filósofo Slavoj Zizek, quien en una interesante entrevista lo dice alto y claro: “Convertir la Universidad en una empresa es mucho más peligroso para Europa que el fundamentalismo islámico”.

No es de recibo que un grupito de radicales ideologizados e ignorantes se ceben con la presencia religiosa, en general, y con la católica, en particular, en la universidad. Pero mucho peor es que en la universidad anden enzarzados en una falsa polémica sobre la relación entre universidad y la religión cuando a veces resulta dolorosamente evidente que en ella no sólo se adora a falsos dioses como la mediocridad y la permisividad, e incluso, en el caso de la apuesta preferencial por la empresa, es muy posible que la universidad al alejarse de sus más nobles ideales y preferencias haya vendido su alma al diablo.

domingo, 13 de marzo de 2011

Cuaresma y Biblia: peregrinaje a Jerusalén

Dos amables comentarios de unos lectores del blog me recuerdan que la Cuaresma no puede entenderse en clave cristiana sin fundamentarse en la Biblia, pero sí puede entenderse como una peregrinación, un viaje espiritual, con destino Jerusalén, el escenario simbólico de celebración y experiencia de la Pascua.

El primer comentario me recomienda un enlace para leer y reflexionar unas meditaciones sobre los textos bíblicos realizada por la hermana Dolores Aleixandre rscj, sin duda una de las teólogas y biblistas más clarividentes en España. Una vez leídas me atrevo a recomendarlas, aunque no coincida totalmente con los textos evangélicos de esta Cuaresma 2011, convencido de que su profundidad y su brevedad ofrecerán algunas claves evangélicas y vitales a quienes las lean.

La propuesta de Dolores Aleixandre puede entenderse como un itinerario compuesto de cinco encuentros o estaciones, a saber, en el desierto, en el monte Tabor, en un pozo con una samaritana, en la piscina de Siloé y, finalmente, en la tumba de Lázaro.

El segundo comentario pregunta, entre otras cosas, si encontrar el sentido de la vida tiene que pasar necesariamente por la Cuaresma. Ante preguntas como ésta puede resultar útil considerar que la Cuaresma como los viajes o peregrinaciones pueden ser, pero no conviene que sean, fines en sí mismos ni para sí mismos. La Cuaresma es un viaje espiritual que tiene su importancia como tal, pero que tiene su razón de ser en disfrutar de los lugares que se visitan y de encontrarse con otras personas y sobre todo, en última instancia, con uno mismo y con Dios.

Volviendo a la propuesta de Aleixandre, la Cuaresma puede ser una magnífica peregrinación que nos ayuda a interiorizar desde el silencio y la vida oculta que al igual que moran en el desierto lo hacen en nuestro propio ser. Puede ser también un proceso de transfiguración en el que nuestra propia identidad o la de la realidad pueden mostrarse con su auténtico rostro. Más allá de esto, la Cuaresma puede ser un encuentro con la auténtica religión y la fe que da vida, la que es capaz de saciar la sed existencial y de sentido del ser humano. Con todo, la Cuaresma tiene también una capacidad sanadora de heridas, enfermedades y cegueras que están presentes en nuestras vidas y en el mundo impidiendo el desarrollo sano de quienes las padecen. Por último, ante la tumba de Lázaro, la Cuaresma es un examen vital acerca de cuál es la verdadera protagonista de nuestra existencia: ¿la vida o la muerte?

Lo importante de un viaje, no es tanto llegar al destino sino hacerlo con sentido y cumpliendo todas las expectativas del mismo. En el caso de la Cuaresma el objetivo no es tanto llegar a Jerusalén sino hacerlo preparados para vivir en uno mismo y en el prójimo la experiencia fundante y resucitadora de la Pascua.
¿Qué tiene que ver esto con la Biblia o con la fe y la religión cristiana a la que sostiene? Como diría el jesuita A. Chércoles, “el Evangelio no es verdad porque es el Evangelio, sino que porque es verdad, es Evangelio (Buena Noticia)”. Si como dijo San Pablo, la fe cristiana sería vana si Cristo no ha resucitado (1 Co 15, 14), igualmente la Cuaresma sería vana si no condujese a la Pascua. De ahí mi llamada de atención de la entrada anterior. Quien ignora la sabiduría y la gracia que se esconde en la Cuaresma puede estar perdiéndose claves de vida esenciales. Y esto para la Iglesia y para quienes así ya lo han experimentado no deber ser una cuestión menor sino una misión urgente y preferencial.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Lo que la Cuaresma esconde

A veces basta con que se ponga mucho empeño en defender la exposición precisa y originaria de una idea para que no sólo no se consiga sino que además se prepare el terreno para que la idea opuesta gane terreno. Un buen ejemplo de esto queda reflejado en el sentido teologal de la Cuaresma. Ya puede uno desgañitarse en ofrecer una visión teológica adecuada de la Cuaresma, que al instante siguiente saltarán los resortes de ideas estereotipadas y rancias adquiridas en catequesis de ínfimo nivel.

Sin embargo, lejos de preocuparme esta cuestión, que no me quita el sueño pero sí me parece relevante, lo que sí me preocupa en mayor medida es el hecho de que defensores y detractores de la Cuaresma basen sus argumentaciones en consideraciones que no responden a la adecuada teología de este tiempo litúrgico fuerte de la Iglesia.

¿Qué tiene la Cuaresma que provoca este desasosiego en unos y otros? En realidad, lo que la Cuaresma esconde es una profunda carga teológica y simbólica que bien entendida y sobre todo bien comunicada es capaz de despojar de todo tipo de complejos a quien conecta adecuadamente de ella.

Hoy, cuando en la jornada del miércoles de Ceniza me he encontrado con personas a quienes les resbalaba acríticamente la inminencia de esta incipiente Cuaresma junto a personas que siguen ancladas en comprensiones anacrónicas de la misma, me he dado cuenta de que quizás un reto espiritual de la Iglesia respecto a la Cuaresma sigue siendo la propuesta de una conversión que, como toda conversión auténtica, se reconoce necesaria para uno mismo y se desea para el prójimo.

Puede que hoy, en el panorama socio-religioso de comienzos del siglo XXI, lo que la Cuaresma esconda sea una urgente invitación a una conversión de los complejos espirituales ofreciendo una clave simbólica de lo que realmente afecta al ser humano más allá de las ideologías: las cuestiones del amor, del perdón, de la muerte; en definitiva, las cuestiones del sentido de la vida.

domingo, 13 de febrero de 2011

Sobre la fundación de la nueva congregación Iesu Communio

El mundo eclesiástico español se muestra curioso y celoso por el fenómeno vocacional de lo que popularmente se denomina como “las Clarisas de Lerma”. Aunque quizás sería más preciso decir que se denominaban así porque desde hace unas semanas tomaron la decisión de mutar a una nueva forma jurídica y espiritual que adopta el nombre de Iesu Communio y que se presentó el sábado 12 de febrero en la catedral de Burgos.

Desde hace años se viene oyendo hablar de este fenómeno excepcional en los números y quizás no tanto en el fondo. Apasionados defensores y detractores se manifiestan a favor y en contra de los modos y maneras del monasterio y sus ramificaciones, pero siempre me ha quedado la sensación de un juicio superficial que no es capaz de ver (porque quizás tampoco se ha querido ver) lo que realmente puede significar para la vida eclesiástica y eclesial (que no siempre coinciden).

Mucho obispo, mucho dinero, mucha monja, mucho morbo y, sobre todo, mucho cotilleo, son demasiados ingredientes picantes como para que se pueda digerir un fenómeno así sin un poco de bicarbonato teológico. Desde esta convicción, aquí sugiero algunas intuiciones con la esperanza de que puedan aportar algo en este sentido:

1) Fundaciones y fundadores/as.- Un dato llamativo en todo este proceso es el hincapié que se ha puesto en la figura de la inspiradora y a la postre fundadora de esta nueva congregación. Sobre la hermana Verónica Berzosa se han dicho y escrito muchas cosas y siempre queda la sensación que de lo bueno y de lo malo que se oiga de una persona uno no debería creerse más que el 50%. En muchos de los episodios históricos en los que se originó un nuevo grupo religioso, la figura del líder carismático ha dado mucho que hablar. Algunos como san Francisco de Asís huyeron del personaje de fundador para no ser devorados por la institucionalización y ello le supuso la incomprensión de sus propios hermanos. Otros fundadores optaron por el camino contrario y se alinearon con la absolutización de la institución ahogando en cierta manera la novedad carismática que albergaba la nueva institución. Hay opciones intermedias que han combinado de manera más equilibrada lo institucional y lo carismático. En todos los casos está en juego que el nuevo grupo o la nueva institución se articule y despliegue de tal modo que pueda atender a la misión que el Espíritu (que procede del Padre y del Hijo) y único Superior legítimo puede encomendarle. Ya se sabe que es difícil llegar, pero mucho más difícil es mantenerse. Ahí radica la prueba de la fidelidad de un carisma a su misión, sin perjuicio de que algún día su misión pueda agotarse o ser asumida por otros grupos o carismas.

2.- Raíces y puntas.- Otro aspecto polémico en esta gestación ha sido la mutación desde el carisma franciscano –en su versión femenina contemplativa clarisa- al actual carisma de origen, en principio, radicalmente novedoso (de raíz nueva). De ello, lo primero que hay que decir es que tras años de convivencia en el monasterio bajo la impronta clarisa, y siendo un clamor eclesiástico las dudas sobre la identificación del incipiente grupo de nuevas monjas con el estilo y la tradición franciscana, llama la atención tanto que unos –la Familia franciscana y las clarisas en particular- se sientan utilizados y otros –el grupo que ha engendrado a Iesu Communio- se sienta mayoritariamente (por no decir, totalmente) desvinculado de los pechos que les amamantaron. Ambas partes tuvieron tiempo y formas para resolver su situación de forma más explícita. Los carismas religiosos son dones del Espíritu y no es de recibo jugar con ellos, manipularlos, ni por supuesto llegar a creer que uno está por encima de ellos. Sólo las partes implicadas saben qué hay realmente bajo este proceso, pero humildemente considero que no deberían despreciar su relación con el carisma. Por ello, las clarisas deberán estar a la altura de la grandeza espiritual de su carisma y de su tradición. Ser infiel a la misma sería un suicidio espiritual y un fraude eclesial que les dañaría especialmente a ellas pero también a quienes esperamos los mejores frutos de su buenhacer monástico (desde la contemplación más profunda hasta las trufas y dulces más revitalizantes). Por su parte, el nuevo grupo –a quienes algunos ya han llamado “venoniquesas”- deberá resolver la dificultad que tiene para un colectivo humano el reproducirse por esquejes. En el lado positivo está el hecho de que siguen vinculadas a una raíz común, Jesucristo y su Evangelio. En el lado menos sencillo está el desafío de germinar fructíferamente a partir de una savia espiritual que, si no estoy equivocado, poco o nada tiene que ver con la del árbol franciscano. El tiempo dirá.

3.- Carismas e intrusismo.- En mi opinión, este proceso de gestación de Iesu Communio nos ofrece una novedad que puede ser muy enriquecedora para la vida eclesial en general y para la monástica –mayoritariamente la femenina- en particular. Con el tiempo el monasterio de Lerma y, por extensión, el de La Aguilera han acogido muchas vocaciones jóvenes. Ya dije que no se trata de un fenómeno tan excepcional, sino más bien de una consecuencia lógica de algo que entiendo que se estaba y aún está haciendo mal en la Iglesia (espero que no se haga malintencionadamente). Tantas jóvenes no son una explosión vocacional excepcional sino la canalización de un grupo de jóvenes de determinados movimientos eclesiales (Opus Dei, Comunión y Liberación y Camino Neocatecumenal, principalmente) hacia un estilo de vida contemplativo que no estaba presente en dichos movimientos, que suelen tener una parte laical y otra presbiteral. Si esto es así, me parece una buena noticia, porque tratar de invadir los monasterios y carismas de otros grupos eclesiales no sólo es un error dañino para todos sino un atrevimiento teologal de consecuencias imprevisibles tanto mundanas como trascendentales. Sin embargo, mi optimismo tiene límites. El primero es que esta situación está por confirmarse y mientras tanto siguen existiendo sujetos eclesiales con esquizofrenia carismática por vivir en el seno de un carisma pero tener el corazón anclado en otro muy diferente. El segundo límite me surge al comprobar con gran sorpresa que Iesu Communio ha decidido relativizar su impronta contemplativa y la redefine acentuando su opción apostólica, apostando por una versión más activa. He aquí otro dato que se muestra como otra incógnita a despejar. Una vez más, me temo que el tiempo dirá.

Podrían hacerse más consideraciones, más o menos profundas, que van desde el impresionante despliegue eclesiático para promocionar a este grupo hasta el comentario estilístico sobre el nuevo hábito y su tendencia textil o de moda. Todas ellas son palabras menores en referencia a lo que Iesu Communio se pueda traer entre manos a partir de lo que entiende que es la misión que Dios, a través de la Iglesia, les haya encomendado. Rezo por ellas y sus circunstancias, deseándoles lo mejor y brindando porque sean fieles al único que les sostuvo, les puede sostener y ojalá les sostenga en el futuro. En el fondo, el resumen de lo que ellas están llamadas a vivir y de estas sencillas líneas es claro: "Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles" (Sal 126).

martes, 1 de febrero de 2011

La verdad de un libro

Años después de los siniestros Syllabus o índices de libros prohibidos, parece que la actualidad nos trae la noticia de que el libro Jesús del teólogo vasco José Antonio Pagola va a ser investigado por presuntas afirmaciones contrarias a la fe católica. Pero como no conozco detalles sobre este asunto ni está entre mis intereses tratarlo aquí y ahora, me escabulliré por el resquicio que me ofrece el paradójico hecho de que el afán por dificultar la edición y publicación de este libro se haya convertido en una de sus principales fuentes de promoción.

El pasado verano tuve la oportunidad de preguntar a una mujer que leía el libro en cuestión, si sabía de la situación en la que se encontraba el texto. Su respuesta fue tan curiosa como sincera. El morbo de la prohibición del mismo unido a la oportunidad de encontrar uno de los dos o tres últimos ejemplares que quedaban en una librería religiosa le habían incitado a lanzarse a su lectura. Para colmo, pese a su avanzada edad, la mujer reconocía que, en el punto de la lectura en el que se encontraba, aún no se había topado con ninguna afirmación aparentemente peligrosa o escandalosa.

Sin embargo, no todo es bueno para el autor del libro. Si bien sus censores o fiscales le han ahorrado mucho trabajo en la difusión del libro, lo cierto es que por otra parte siempre le quedará la duda de si es leído por la calidad de su reflexión teológica o por el mero morbo de acceder a “lo prohibido”. En el trasfondo de lo accidental, el morbo y la sospecha, queda lo sustancial: la verdad de un libro.

Sin olvidarme de que es difícil no resbalar en las reflexiones sobre el denominado misterio de Dios –la Trinidad-, pero que tampoco son tantas las verdades dogmáticas que delimitan el quehacer teológico católico, me pregunto por las actitudes que dificultan la lectura de libros que permitan a los creyentes poder comprender o fortalecer los argumentos y los fundamentos de su creencia.

Miedo, morbo, audacia, teología y mucha o poca fe no son ingredientes nuevos en la composición-redacción-aceptación e interpretación de la verdad de un libro religioso. La propia Escritura, empezando por los evangelios, no escapa a esta posibilidad que aún existiendo no es ni más amenazante ni menos inocua de lo que realmente es. Como tampoco el autor y sus censores son más listos de lo que son, ni los potenciales lectores son más ingenuos de lo que son.

Hace años que Joan Manuel Serrat cantaba que “nunca es triste la verdad; lo que no tiene es remedio”. Muchos años antes, en el seno de una disputa teológica narrada en los Hechos de los Apóstoles, y que escandalizaba a unos y no les parecía para tanto a otros, alguien (Gamaliel) sugirió un criterio que no ha dejado de perder vigencia: “Si este plan o esta obra es cosa de los hombres, fracasará; pero si es de Dios, no conseguiréis destruirlos. No sea que os encontréis luchando contra Dios” (Hch 5, 38-39).

viernes, 14 de enero de 2011

De dioses y hombres

En estos tiempos en que se repiten las noticias sobre la persecución y el martirio de cristianos en lugares de ámbito cultural mayoritariamente musulmán, llega a las pantallas españolas –con meses de retraso, como “casi” siempre, respecto a las europeas- la película De dioses y hombres. Trata del triste episodio del secuestro durante dos meses y posterior asesinato de siete monjes trapenses (cistercienses) pertenecientes al monasterio de Tibehirine en Argelia.

Dirigida por el francés Xavier Beauvois, el filme se ha convertido en un auténtico fenómeno que ha superado las expectativas de sus realizadores y sus distribuidores. De momento, aparte de haber obtenido el Premio del Jurado en el Festival de Cannes, ha sido seleccionado para los Oscar y se ha posicionado como la principal favorita para acaparar la mayoría de los premios Cesar en Francia.

Está claro que De dioses y hombres es una película atractiva. Y quien espere un relato preciso y basado en los aspectos más llamativos y sensacionalistas de un suceso tan terrible, seguramente se lleve una decepción. Pues como reza en su página web oficial, “la película intenta capturar el espíritu de los acontecimientos y de la comunidad, pero no se esfuerza en recrear con exactitud los detalles de una realidad histórica”.

Es más, para sorpresa de otros muchos, el director ha declarado que su película no habla de religión, sino que habla de hombres. Desconozco qué pretende indicar tal afirmación, pero quisiera señalar algunas razones por las que me choca.

En primer lugar, en el episodio comunitario y biográfico de estos monjes brilla con luz propia la importancia de su martirio, en el sentido más profundo de la expresión que no es otro que el testimonio de su fe en Jesucristo y éste crucificado y resucitado. Es decir, más allá de los valores y de la coherencia que se puede percibir en su entrega, está la identificación con Jesucristo con quien se sienten estrechamente e indisolublemente “religados”. Más aún, teniendo en cuenta que su martirio no es un hecho aislado o independiente de otros hechos acontecidos en Argelia durante los duros años noventa. Su testimonio forma parte del que expuso toda la Iglesia y que, con no menos significatividad, quedó plasmado en el asesinato, también en 1996, de Pierre Claverie, obispo de Orán.

En segundo lugar, pocos años después de otra exitosa película religiosa titulada El Gran Silencio, vuelve a ser la vida religiosa monástica la que agita el mundo cinematográfico con la temática de la vida común y mística de un cenobio de monjes congregados en torno al misterio de Dios. Me pregunto si no es ese misterio de Dios suficiente para considerar el trasfondo de la película como religioso. Quizás por ello la escena de la deliberación comunitaria de los monjes (seleccionada para el cartel de la película) evoca de manera bastante explícita a la disposición de una Última Cena.

Otro detalle de contraste lo podemos intuir a partir de una pregunta tan evidente como inquietante: ¿Qué hace un monasterio cisterciense en el seno del Magreb? ¿Cuál era la auténtica misión de aquellos monjes? De nuevo según la web, la película “describe la realidad de la entrega de los monjes, el mensaje de paz que desean compartir al quedarse con sus hermanos musulmanes, y la posibilidad de un terreno fraternal y espiritual compartido entre la cristiandad y el islam”. Atrapados entre dos bandos, el espíritu ecuménico en forma de diálogo interreligioso (sí, entre religiones) brilla con más autenticidad.

Y, finalmente, en el trasfondo de la película queda la cuestión de la verdad de lo que les ocurrió o les pudo ocurrir a aquellos monjes y a tantas personas durante el conflicto argelino. Las teorías son diversas y no falta entre ellas la de la conspiración. Años después siguen presentes tanto las tenebrosas sombras de las dudas sobre la versión oficial como la investigación de quienes no se conforman con dejar pasar el asunto. Más allá de todo ello, con un sentido claramente escatológico, esta la Verdad de Jesucristo. Una verdad de la que se fiaron aquellos monjes no sólo para ser felices sino para recibir de ella la fuerza y el aliento suficientes como para estar dispuestos a entregar sus vidas por transmitir esa felicidad a los demás.

Silencio, ¡empieza la película! Que la disfruten.

lunes, 10 de enero de 2011

En la muerte de María Elena Walsh

La prolífica María Elena Walsh (fue cantante, escritora, compositora y poetisa, entre otras cosas) ha fallecido hoy, 10 de enero de 2011, en Buenos Aires, a causa de una grave enfermedad.

No voy a hacer una glosa de su figura pues su amplia obra y la gran reputación de la que gozaba en muchos lugares, especialmente en su Argentina natal, hablan por sí mismas y además no soy, ni de lejísimos, un entendido en la misma.

Como a muchos de nosotros, la figura de María Elena Walsh me llegó a través de los libros de lectura infantil, incluidos los del colegio. ¿Quién no recuerda la letra de la canción y poesía de La mona Jacinta? Sólo evocarla nos devuelve a recuerdos de niñez, precisamente una de las edades de la vida a la que esta poetisa argentina dedicó, quizás, los mejores y más fructíferos logros de su vida.

Pero, años más tarde, la poesía de María Elena Walsh volvió a aparecer en mi vida de la mano de la música del compositor argentino Lito Vitale. Su poema Viento Sur inspiraba el disco del mismo título del entonces cuarteto musical y cuyas melodías recomiendo a los lectores.

Ese bello, también quizás extraño en sus expresiones, poema expresa, en mi opinión, un sentimiento de canto a la vida, vivida con optimismo y con sed de una justicia que reivindicando lo preciso de lo mundano se proyecta de modo transcendente anhelando otra justicia, la de una resurrección que representa la llegada al destino merecido: la estación claridad.

Este poema enseña a quien viva en momentos de desesperanza y depresión, que “no hay túnel que dure cien años”, que “la sopa de los pobres llega al centro y su vapor al reino de los cielos” y que en cuanto sea posible “hay que empujar un poco al sol, y al buen día meterlo en casa”.

Descanse en paz, María Elena Walsh, y a los lectores de predicablog aquí les dejo el texto y el sonido de este Viento Sur que espero os deje el corazón amuchado con ganas de seguir hasta la estación claridad.

(Texto y voz de María Elena Walsh)


VIENTO SUR

No hay túnel que dure cien años, mi vida.
Mirá como se arruga la tiniebla,
la procesión de pálidas se desbarranca,
los funcionarios inauguran ruinas.
Y vos y yo fundamos aires buenos.
Dónde estará la plata de mi río,
sólo barro y olitas de minué.
En los camalotes cantan las sirenas,
pero Ulises camionero no las oye,
sólo escucha la radio.
Llueve liquen en los decrépitos televisores,
buenas noches a todos, mariposas y difuntos.
Transmiten en cadena las cadenas.
El cemento se cansa de ser cobija de la Pampa.
Por los baches asoma la luz mala,
resucitan cardos y maíces,
abran paso a las luciérnagas curiosas que verán.
Viento sur, olor a transparencia,
silbo de la calandria,
madrecita cantora del primer rayo de la aurora.
La sopa de los pobres llega al centro,
y su vapor al reino de los cielos.
Ventolina que barre tormentas,
lavadero del alma, nos deja serenitos,
reciclando la pena en vasto amor.
Silbo de la calandria y vidalita de la esperanza.
Darle cuerda al amanecer, empujar un poco al Sol,
al buen día meterlo en casa.
Silba la calandria y nos sorprende en vela,
amuchados, con ganas de seguir.
Estación claridad, vamos llegando.

domingo, 9 de enero de 2011

De Belén a Nazaret (o rastrear las huellas del Dios que es Amor)

En estos días de Navidad he incidido en la idea de seguir la estrella de Belén, la estrella de Dios que nos guía hasta él. Esta idea está presente en los relatos del nacimiento y la infancia de Jesús que se nos narran en este ciclo litúrgico A, es decir tomados del Evangelio de Mateo. No en vano se trata de un evangelio que presenta como una de sus características más notorias la insistencia en superar los mandatos de la ley, incluso trasgrediéndolos, en virtud del mandamiento supremo que nos legó Jesús de Nazaret, el mandamiento del amor. Por ello, podemos preguntarnos en qué manera el tránsito de la Sagrada Familia de Belén a Nazaret pasando por Egipto es un esquema de un posible itinerario vital y teologal para rastrear las huellas de Dios que es Amor.

1) Como ya se ha señalado, rastrear las huellas del Dios que es Amor, implica aceptar a Dios como lo más importante y, por consiguiente, adoptar el amor como criterio fundamental y principal en la toma de decisiones. En el caso del relato elegido, esto se detecta en el inmenso amor que José sentía por María pues sabemos que, más allá de sentirse traicionado, primaba en él su deseo de lograr el bien y la felicidad para ella. Cuando José se entera de que María espera un niño que no es suyo, no reacciona con rencor ni con afán de venganza, sino que aunque decide reorientar su relación de otra manera, determina hacerlo sin perjudicar a María, es decir, repudiándola en secreto. Sabemos que ante un caso como éste, la ley judía exigía a José que denunciara a María y posteriormente la repudiara con las consecuencias personales y sociales que esa decisión tendría para ella: ser marginada y anulada socialmente durante el resto de su vida.

2) Esta opción fundamental por el mandato y el criterio del amor afecta a las entrañas más profundas de nuestra fe. Vivir desde el amor sería mera filantropía si no asumimos con sinceridad la posibilidad de que Dios irrumpa con estrépito y sin avisar en nuestras vidas. Este estrépito y este sobresalto puede hacernos pensar que lo que nos ocurre es injusto o, simplemente, algo sin sentido. Sin embargo, cuando somos capaces de hacer lecturas de la realidad que tienen en cuenta a Dios, con frecuencia (por no decir siempre), nos vemos obligados a reconocer que sus irrupciones son provocaciones para ponernos en camino y afrontar proyectos y aventuras vitales y espirituales que, de otro modo, se hubieran quedado sin realizar por culpa de la comodidad, de la inercia o, peor aún, del miedo. Vivir desde el amor presupone creer que la vida y todo lo que en ella acontece tiene un sentido que, aunque no lo veamos o entendamos ahora, acabará revelándose como algo bueno para nosotros y cargado de hondo contenido profético. José se entera de lo que Dios le pide a través de su sueño con el ángel, pero sobre todo entiende que lo que va a hacer no es un gesto de generosidad hacia María sino un gesto que otorga sentido a su existencia y en el que confluyen lo que Dios quiere, lo que María necesita y lo que él estaba esperando.

3) La fe y el amor requieren con frecuencia del apoyo de la esperanza. En ocasiones nos apresuramos a proclamar nuestra fe y a prometer amor de palabra sin cerciorarnos de lo que realmente supone vivir lo que estamos diciendo. Cuando José cree en el plan de Dios y acepta amar a María acogiéndola de corazón, ni siquiera sospecha que aún le quedaba mucho por vivir y encajar en su proyecto de vida. Vivir desde la fe y desde el amor requiere de la chispa de la esperanza que no radica sólo en confiar sino también en ir descifrando los fundamentos de dicha esperanza. Puede que en ocasiones nos lleve mucho tiempo hallarlos pero, tarde o temprano, acabarán apareciendo, aunque como en el caso de José nos lleve a salir de nuestra propia tierra o tengamos que esperar a que, como Herodes, desaparezcan personas que ahora son un obstáculo en nuestro caminar.

4) Y, por último, no podemos olvidar que amor, fe y esperanza no se pueden vivir sin experimentar una libertad radical. Seguir las huellas de Dios conlleva desprenderse de tantas cosas que es casi mejor no hacer una lista de todas ellas. En el caso de José, esta libertad profunda y radical se simboliza con la huida a Egipto, lugar propio del Éxodo y que evoca las ansias de libertad que se canalizan en forma de amor, fe y esperanza capaces de superar la tentación de llegar a pensar que Dios y lo que significa para nuestra vida es falso. Es entonces cuando experimentamos no sólo la auténtica libertad sino también la satisfacción de haber sido capaces de haber llegado desde Belén a Nazaret, sorteando múltiples obstáculos, y cuando nos parecía que nunca lo conseguiríamos. Y entonces nos sentimos llenos porque es ahí es donde podemos intuir con mayor frescura la presencia del Dios que es Amor.