lunes, 20 de enero de 2014

¿Es que Cristo está dividido? (1 Co 1, 1-17)

Esta pregunta de San Pablo a los cristianos de la comunidad de Corinto sigue siendo una pregunta desafiante y estimulante para todos los cristianos en general, y para cada una de las iglesias en particular.

En el comienzo de su carta escrita ante las divisiones y los partidismos de los cristianos corintios, Pablo alude a la unidad del Bautismo que hemos recibido de Cristo y que nos conduce a la salvación por la que Él entregó su vida. En en este contexto de división y de discordias entre los corintios cuando Pablo dirige su hermoso himno al amor (que nos hemos acostumbrado a arrinconar en las lecturas de las bodas) al que de modo previo antecede una exhortación inequívoca: “a que se pongan de acuerdo: que no haya divisiones entre vosotros y viváis en perfecta armonía, teniendo la misma manera de pensar y de sentir” (1 Co 1, 10).

En medio de una nueva semana ecuménica de oración por la unidad de los cristianos, tenemos una buena oportunidad para cuestionarnos qué fundamento espiritual es el que dinamiza nuestra fe cristiana. Y no me refiero sólo a las filias y fobias que he señalado en la entrada anterior, sino sobre todo a la capacidad de trascender nuestras sensibilidades e ideologías eclesiales para que no impidan percibir la luz de Cristo que nos exhorta a ir más allá y a vivir en este mundo sin ser de este mundo. Sé que se trata de un desafío casi tan gigantesco como el proyecto ecuménico (¡aunque San Pablo fue capaz de experimentarlo y vivirlo!) pero su vigencia es tan evidente que la traigo aquí como un termómetro de fe y de experiencia de Dios que en caso de orientarnos puede aportar mucha energía evangélica no sólo a la cuestión ecuménica en particular, sino a todas las misiones evangélicas en general.