lunes, 19 de mayo de 2014

Fe + trabajo = la fórmula de la gracia

“Si se cree y se trabaja, se puede”. Con estas palabras tan directas, un entrenador de fútbol conmueve a una masa de aficionados apoyado, entre otros argumentos, en la experiencia directa y común de quien lo ha vivido y compartido en su vida cotidiana. Es la versión mediática, actual y futbolera de lo que un viejo refrán castellano expresa como “A Dios rogando y con el mazo dando”. Pero, ¿qué enjundia teologal esconden estos tres momentos?

1) La FE. Se dice, y no con poca razón, que el primer paso de un gran proyecto es el más difícil. Traducido al discurso que nos ocupa, se puede decir que no siempre es fácil creer en la viabilidad de un proyecto, ¡ni siquiera incluso cuando se supone que Dios está detrás de nosotros apoyando! Y es que la fe es un arte de equilibrio dinámico entre extremos perniciosos como la credulidad, el fatalismo, el realismo y otros muchos que ponen las cosas muy difíciles al creyente. No obstante, el sentido bíblico más genuino de la fe ofrece un criterio discriminador casi infalible: en la Biblia la fe no se opone a la increencia, sino que se opone al miedo. Mientras que éste paraliza, la fe moviliza y pone en camino tras las huellas de Dios. Así pues, tener fe es no tener miedo y hacer nuestras las palabras del arcángel: “No temas, para Dios nada hay imposible”.

2) El TRABAJO. El componente trabajo es un aspecto esencial de la humanidad, Hasta tal punto que posiciones tan alejadas como marxismo y cristianismo, encuentran en su auténtica dimensión un medio preferencial de realización del hombre. En cristiano, el trabajo es una forma especial de encarnar la fe y de implicarse en el proyecto salvífico que Dios tiene para cada persona. Trabajar es actuar por, desde y en el Reino de Dios y por ello es un acto cómplice de la humanidad que busca el horizonte divino que hay detrás de toda empresa humana.

3) La GRACIA. Pero tras la fe y el trabajo viene el paso más sofisticado: dejarse empapar por la gracia. Si la fe y el trabajo nos estimulan a la acción humana, la gracia demanda una actitud más pasiva en el sentido de dejarse hacer y de dejar a Dios ser Dios. Su dificultad radica en que una vez que uno ha dado pasos de gigante, al creyente le corresponde hacerse más pequeño que nunca para que, en contra de la racionalidad humana, los últimos sea los primeros y los primeros últimos, hacerse niño y comprender al máximo eso de que “cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co 12, 10).

Así pues, mi enhorabuena a todos aquellos que han sido capaces de llegar hasta el nivel de experimentar exitosamente la gracia. Más allá de su fe inquebrantable y de su trabajo ejemplar, estoy convencido de que queda el legado de una experiencia espiritual capaz de marcar la vida en un antes y en un después. ¡Acaso puede esperarse de la gracia algo más maravilloso?