domingo, 13 de marzo de 2011

Cuaresma y Biblia: peregrinaje a Jerusalén

Dos amables comentarios de unos lectores del blog me recuerdan que la Cuaresma no puede entenderse en clave cristiana sin fundamentarse en la Biblia, pero sí puede entenderse como una peregrinación, un viaje espiritual, con destino Jerusalén, el escenario simbólico de celebración y experiencia de la Pascua.

El primer comentario me recomienda un enlace para leer y reflexionar unas meditaciones sobre los textos bíblicos realizada por la hermana Dolores Aleixandre rscj, sin duda una de las teólogas y biblistas más clarividentes en España. Una vez leídas me atrevo a recomendarlas, aunque no coincida totalmente con los textos evangélicos de esta Cuaresma 2011, convencido de que su profundidad y su brevedad ofrecerán algunas claves evangélicas y vitales a quienes las lean.

La propuesta de Dolores Aleixandre puede entenderse como un itinerario compuesto de cinco encuentros o estaciones, a saber, en el desierto, en el monte Tabor, en un pozo con una samaritana, en la piscina de Siloé y, finalmente, en la tumba de Lázaro.

El segundo comentario pregunta, entre otras cosas, si encontrar el sentido de la vida tiene que pasar necesariamente por la Cuaresma. Ante preguntas como ésta puede resultar útil considerar que la Cuaresma como los viajes o peregrinaciones pueden ser, pero no conviene que sean, fines en sí mismos ni para sí mismos. La Cuaresma es un viaje espiritual que tiene su importancia como tal, pero que tiene su razón de ser en disfrutar de los lugares que se visitan y de encontrarse con otras personas y sobre todo, en última instancia, con uno mismo y con Dios.

Volviendo a la propuesta de Aleixandre, la Cuaresma puede ser una magnífica peregrinación que nos ayuda a interiorizar desde el silencio y la vida oculta que al igual que moran en el desierto lo hacen en nuestro propio ser. Puede ser también un proceso de transfiguración en el que nuestra propia identidad o la de la realidad pueden mostrarse con su auténtico rostro. Más allá de esto, la Cuaresma puede ser un encuentro con la auténtica religión y la fe que da vida, la que es capaz de saciar la sed existencial y de sentido del ser humano. Con todo, la Cuaresma tiene también una capacidad sanadora de heridas, enfermedades y cegueras que están presentes en nuestras vidas y en el mundo impidiendo el desarrollo sano de quienes las padecen. Por último, ante la tumba de Lázaro, la Cuaresma es un examen vital acerca de cuál es la verdadera protagonista de nuestra existencia: ¿la vida o la muerte?

Lo importante de un viaje, no es tanto llegar al destino sino hacerlo con sentido y cumpliendo todas las expectativas del mismo. En el caso de la Cuaresma el objetivo no es tanto llegar a Jerusalén sino hacerlo preparados para vivir en uno mismo y en el prójimo la experiencia fundante y resucitadora de la Pascua.
¿Qué tiene que ver esto con la Biblia o con la fe y la religión cristiana a la que sostiene? Como diría el jesuita A. Chércoles, “el Evangelio no es verdad porque es el Evangelio, sino que porque es verdad, es Evangelio (Buena Noticia)”. Si como dijo San Pablo, la fe cristiana sería vana si Cristo no ha resucitado (1 Co 15, 14), igualmente la Cuaresma sería vana si no condujese a la Pascua. De ahí mi llamada de atención de la entrada anterior. Quien ignora la sabiduría y la gracia que se esconde en la Cuaresma puede estar perdiéndose claves de vida esenciales. Y esto para la Iglesia y para quienes así ya lo han experimentado no deber ser una cuestión menor sino una misión urgente y preferencial.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Lo que la Cuaresma esconde

A veces basta con que se ponga mucho empeño en defender la exposición precisa y originaria de una idea para que no sólo no se consiga sino que además se prepare el terreno para que la idea opuesta gane terreno. Un buen ejemplo de esto queda reflejado en el sentido teologal de la Cuaresma. Ya puede uno desgañitarse en ofrecer una visión teológica adecuada de la Cuaresma, que al instante siguiente saltarán los resortes de ideas estereotipadas y rancias adquiridas en catequesis de ínfimo nivel.

Sin embargo, lejos de preocuparme esta cuestión, que no me quita el sueño pero sí me parece relevante, lo que sí me preocupa en mayor medida es el hecho de que defensores y detractores de la Cuaresma basen sus argumentaciones en consideraciones que no responden a la adecuada teología de este tiempo litúrgico fuerte de la Iglesia.

¿Qué tiene la Cuaresma que provoca este desasosiego en unos y otros? En realidad, lo que la Cuaresma esconde es una profunda carga teológica y simbólica que bien entendida y sobre todo bien comunicada es capaz de despojar de todo tipo de complejos a quien conecta adecuadamente de ella.

Hoy, cuando en la jornada del miércoles de Ceniza me he encontrado con personas a quienes les resbalaba acríticamente la inminencia de esta incipiente Cuaresma junto a personas que siguen ancladas en comprensiones anacrónicas de la misma, me he dado cuenta de que quizás un reto espiritual de la Iglesia respecto a la Cuaresma sigue siendo la propuesta de una conversión que, como toda conversión auténtica, se reconoce necesaria para uno mismo y se desea para el prójimo.

Puede que hoy, en el panorama socio-religioso de comienzos del siglo XXI, lo que la Cuaresma esconda sea una urgente invitación a una conversión de los complejos espirituales ofreciendo una clave simbólica de lo que realmente afecta al ser humano más allá de las ideologías: las cuestiones del amor, del perdón, de la muerte; en definitiva, las cuestiones del sentido de la vida.