martes, 31 de julio de 2012

Los ecos de Dachau

El primer campo de concentración nazi, situado en Dachau (a pocos minutos de Munich) es hoy un memorial de lo que ocurrió y nunca debió ocurrir. Su condición de monumento concienciador se puede constatar desde el mismo instante en que el acceso desde la capital es bastante fácil en transporte público. Y lo cierto es que nada más llegar a la parada de bajada para visitar el memorial comienzan a resonar los ecos de Dachau.

El primero y más evidente es el eco turístico que hace recorrer un escalofrío de incertidumbre por si uno está incurriendo en un trámite turístico. Para nada. Los límites del campo imponen su crudeza y poco a poco el rumor se transforma en un silencio sobrecogedor. Impresiona tocar la realidad de un lugar tan terrible, pero el eco de Dachau es un canto pedagógico y esperanzador: por un lado se erige en un lugar que todo ser humano con entrañas debería visitar para constatar lo ocurrido y asegurarnos de que no puede ocurrir nunca más; por otro lado, no es menos emocionante sentir algo de la lucha psicológica y sobrehumana de los presos para enfrentarse con dignidad y humanidad a sus crueles carceleros.
No menos elocuente es el eco de la locura y la paranoia que motivó una persecución y una represión de tal magnitud. En Dachau, a la atrocidad de otros campos se le une la condición de ser el campo experimental para los nazis. En él fueron recluidos los primeros presos políticos, en una criba injusta que tuvo como escenario la propia sociedad alemana y como cómplice el silencio de sus ciudadanos. El contexto de crisis social, económica y política que se vivía en aquella Alemania de finales de los años 20 y toda la década de los 30 es hoy un recordatorio de que por encima de toda idea económica, social y política están los Derechos Humanos y la dignidad humana que los pregona. Ciertamente en Dachau, el famoso poema atribuido apócrifamente a Bertolt Brecht acumula una resonancia que le otorga un valor añadido a su moraleja ética y humanizante.

Finalmente, un tercer eco reseñable es el de la meta de la reconciliación. Si en un lugar así te acongoja la crueldad de los nazis, mucho más te emociona el espíritu de lucha de los reclusos. Pero especialmente edificante es el espíritu de perdón y reconciliación que predominó entre aquellos hombres y mujeres que podrían haber reunido cientos de razones para el rencor y la venganza. En el recorrido por Dachau, la llamada a la no reincidencia en la atrocidad y a la reconciliación entre las personas y los pueblos, expresada en escrituras, templos religiosos y esculturas, reina y es capaz de alzarse sobre la sombra de los barracones y las letrinas, las cámaras de gas y los hornos crematorios, logrando así dotar a su condición de memorial un espíritu positivo.
Si el lector tiene oportunidad de visitar un lugar así, mi recomendación es hacerlo. La fuerza simbólica de estos lugares no puede sino tocar las entrañas de todo ser que quiera llamarse humano. A mi gratitud a todas las personas que dejaron sus ecos en Dachau para que hoy podamos aprovecharlos, añado mi plegaria a Dios por ellos y por la justicia que ha de ser capaz de revolverse ante la barbarie.

martes, 24 de julio de 2012

Cristiandad y cristianismo

Mi experiencia me dice que no es frecuente que el común de los mortales conozca una sutil pero importantísima distinción que evitaría muchos berrinches y también algunos disgustos. Tal distinción -que mucho más que terminológica- se refiere a los términos 'cristiandad' y 'cristianismo'. El primer hace referencia al envoltorio cultural, político, económico y social que rodea al segundo término que se refiere a la religión y a la fe que profesan los seguidores de Jesucristo, al que confiesan como su Dios y salvador.

En defensa de los que ignoran tal distinción hay que argumentar que ambos conceptos aunque autónomos son difícilmente separables pues su interrelación es de tal magnitud que pueden mutar la una en la otra sin que muchos reparen en tal metamorfosis, nociva, por cierto, a todos los efectos.

Lo más curioso del asunto es que, una vez más, esta confusión es más comprometida para los cristianos que para los demás, pero parece resultar más molesta a otros grupos o individuos que a los principales afectados. Esto es así, no sólo porque si el cristianismo se confunde con la cristiandad no sólo estará irrumpiendo en un terreno muy fangoso sino que, seguramente, estará abandonando su terreno propio, es decir, aquel que le compete en toda su magnitud y donde puede ser más fecundo.

Esto es más visible si concretamos el problema en la Iglesia. Por ejemplo, la Iglesia tiene que ver con lo sindical pero no puede actuar como un sindicato, le afecta e influye en la política pero no puede ser un partido político, interactúa con la cultura pero no puede ser una simple institución de mecenazgo, etc. Igualmente esto es un problema para los críticos de la Iglesia, si bien -insisto- para ellos lo es en segunda o tercera persona, lo cual introduce una perspectiva distinta (ni mejor ni peor) en la comprensión del problema.

De todo ello se deduce que el cristianismo tiene que interactuar con la cristiandad. No es una opción negociable. Es así y por tanto lo mejor es aceptarlo con la mayor madurez posible y sabiendo que si lo hace bien será fiel a sí mismo y si lo hace mal será una caricatura de sí mismo. Así que lo mejor es que el cristianismo y sus instituciones vivan con personalidad basándose en sus principios fundantes y básicos, lo cual le permitirá aceptar con mayor libertad las críticas, esto es, escuchando las ajustadas a razón y resbalando sobre las basadas en topicazos e ideas preconcebidas.

martes, 10 de julio de 2012

La elegancia de Del Bosque

Después de muchos éxitos y, sobre todo, de una elegante forma de obtenerlos, está claro que la figura de Vicente Del Bosque es una de las más reputadas y reconocidas en la sociedad española, más allá de la anécdota de haber sido nombrado marqués.

Sin declaraciones incendiarias, con mucha humildad, sabiendo llevar los egos de futbolistas imprevisibles, atendiendo sin desmayo a todas las solicitudes sociales que le piden, Vicente del Bosque ha ido conformando una forma de ser que es, al tiempo, ejemplar y, de modo sutil y sibilino, un desafío al que incomodar para el mundo mediático.

Y es en este aspecto donde se va a poner a prueba su auténtica talla personal (que es sobresaliente). No me refiero solo al hecho de que durante la Eurocopa haya sido capaz de resistir cierto bombardeo sensacionalista que confundía el fin de vender periódicos con el medio de cargarse un grupo deportivo para lograrlo. Me refiero más bien, a la auténtica realidad de las experiencias que debe gestionar un personaje como el seleccionador nacional. Esas experiencias no son las que aparecen en las portadas de los periódicos sino que son reales como la vida misma. Ejemplo de ello es la cuestionable forma en que los jugadores de la selección festejaron su éxito deportivo por las calles de Madrid, recurriendo a expresiones poco deportivas y bastante reprobables.

Tapar la mala imagen de una celebración, camuflándola en medio de otras virtudes es una tentación que se comprende si por otros medios se están buscando soluciones. Pasearse ebrio en público (y no por primera vez, por cierto) no es un modelo para nadie, pero si, tal y como ha elegido Del Bosque, se camufla para no caer en la trampa mediática de dar un titular peligroso, siempre queda la prueba del nueve: si Del Bosque y la Federación van a corregir este lamentable aspecto desde dentro, lejos de las cámaras y los micrófonos, pero cerca de la verdad de un hecho corregible. Conociendo al seleccionador, seguro que podría hacerlo con elegancia y es que a la hora de afrontar problemas serios, lo cortés no quita lo valiente.