viernes, 31 de diciembre de 2010

Oración para el Año Nuevo

Oh, Dios,
al terminar un año más,
con sus luces y sus sombras,
sus momentos buenos y menos buenos,
pero siempre rodeado de tu presencia y de buena gente
quiero, en esta noche, elevarte mi oración de acción de gracias.

Gracias a los que apostaron su vida por los demás,
porque el amor gratuito y sincero será la medida de su entrega.

Gracias por quienes se casaron este año,
porque su amor nos estimula a ser compañeros de camino

Gracias por los niños y niñas que nacieron,
porque renuevan nuestra ilusión por disfrutar de la vida

Gracias por los niños y niñas que ya llevan tiempo entre nosotros,
porque siguen siendo maestros de alegría para todos.

Gracias a los que han afrontado con coraje el dolor y el sufrimiento,
porque su lucha reivindica que la vida es maravillosa.

Gracias a los que nos han dejado en este último año,
porque su presencia y su herencia iluminan nuestro caminar.


Gracias por los compañeros de trabajo y de fatigas,
Porque su solidaridad demuestra que “no sólo de pan vive el hombre”.

Gracias por quienes rezaron por nosotros,
porque sus oraciones son el eco en Dios de lo que deseamos para ellos.

Gracias a los que nos amaron incondicionalmente,
porque nos quitaron las excusas para no hacer nosotros lo mismo.

Gracias a los que nos miraron con envidia y rencor,
porque nos provocan la necesidad humana de perdonar y ser perdonados.

Gracias a los que hemos defraudado y a los que nos han defraudado,
porque reafirman la confianza en que todos podemos hacerlo un poco mejor.

Gracias a los que perdieron el trabajo o la esperanza,
porque su situación es una invitación irrenunciable a buscar la justicia para todos.

Gracias a los que no encontraron tiempo para verse con quienes les esperaban,
porque de esa forma convierten en más excitante la espera del reencuentro

Gracias a los amigos de verdad y a la gente que siempre está ahí
Porque demuestran que sólo desde el compromiso merece la pena vivir.

Y, sobre todo, gracias a Ti, Dios del cielo y de la Tierra,
porque tu providencia amorosa me permite sentir
que mi oración del próximo año será aún más sentida y agradecida.

Con todo mi afecto para los lectores de predicablogdelagracia y con mis mejores deseos para el 2011 para todo el mundo.
¡Feliz Año Nuevo!

viernes, 24 de diciembre de 2010

Siente la Navidad. ¡Sigue la estrella!

Un año más, la Navidad irrumpe en nuestras vidas. Puede ser que algunos se escuden en decir que no saben de qué va, que no va con ellos, que no la entienden y otras muchas excusas. Cada cual sabrá cómo se posiciona ante la Navidad.

Lo cierto es que en nuestra vida y en nuestro mundo hay muchas señales y no todas nos orientan hacia el modo de vida que queremos llevar ni al destino que queremos para nuestra existencia.

Desde predicablogdelagracia, quiero trasmitir mis mejores deseos para todos. Y en esa felicitación va mi esperanza de que cada cual encuentre la estrella que le guíe hacia la felicidad. Para mí esa estrella es la que lleva a Belén, la que lleva al Niño Dios, la que lleva a Jesucristo, el Dios hecho hombre que es Camino, Verdad y Vida.

El vídeo de esta Navidad trata sobre esa estrella. Si quieres y tienes tiempo, aquí lo adjunto. Sea así o no, lo importante de este mensaje es mi felicitación y lo que ella conlleva.

¡Feliz Navidad a todos!


miércoles, 22 de diciembre de 2010

Una esperanza auténtica

Tras hablar sobre las oportunidades, no debería resultar chocante que una de las ironías del Adviento, obviamente visto desde el punto de vista cristiano, es que nos centramos en desear y esperar cosas que son prescindibles, accesorias o, simplemente innecesarias.

Un ejemplo tópico de esto es la lotería, esperanza materialista de muchas emergencias mundanas. Sin embargo, es posible que si pensamos bien qué supone poner las principales esperanzas en un golpe de suerte lotero, nos ocurra como a aquel joven que al comentar a una anciana la cantidad de dinero invertida en billetes de lotería, ésta con cierta sorna y sabiduría le replicó: “¿Para qué buscas más suerte de la que ya disfrutas?”.

Y entonces, ¿en qué consiste la esperanza auténtica del Adviento? Principalmente en confiar en que Dios irrumpe para bien en la vida de los hombres. La esperanza cristiana es indisociable de la fe y del amor. Por eso la confianza significa “fiarse con”. No se trata sólo en creer sino que es una invitación a creer junto a los demás y, en especial, a creer en esas personas que Dios pone en nuestras vidas para procurarnos nuestra felicidad. ¿Hay acaso una lotería más generosa en premios?

En estos días de Navidad, cientos y cientos de personas hacen cola ante las puertas de las administraciones de lotería, hasta llegar a dar la sensación de que es “casi” seguro que en ellas se vende el billete ganador. Desde una perspectiva más espiritual, los cristianos deberíamos vivir la confianza en Dios con la certeza de que su generosidad va a acabar, tarde o temprano, redundando a favor de nuestra felicidad. Con una confianza tal, puede entenderse otra receta del Adviento cuando nos exhorta para vivir desde la paciencia y siendo capaces de mantenerse firmes y sin queja, ya que la felicidad cristiana no es sólo una meta, sino que también incluye el proceso en el que se anhela y se trabaja por conquistarla.

¿Nos atreveremos a buscar la auténtica esperanza esta Navidad? Al igual que Juan el Bautista se preguntaba si Jesús era el Mesías que tenía que venir o si debían esperar a otro, también nosotros debemos preguntarnos si nuestra lotería personal, nuestra alegría y nuestra esperanza son las loterías, las alegrías y las esperanzas que ya tenemos o tenemos que esperar a otras.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Sobre el dogma de la Inmaculada Concepción


El 8 de diciembre se celebra la fiesta de la Inmaculada Concepción. Se trata de un dogma reciente y bastante desconocido sobre el que se han escrito muchas cosas. Recientemente X. Pikaza ha publicado un texto bastante ilustrativo a este respecto de modo que recomiendo su lectura.

Sin embargo, este dogma de la Inmaculada Concepción sirve para sacar a relucir una serie de aspectos acerca de la comprensión de los dogmas en general. Para ello entenderemos por ‘dogma’ aquella verdad definida de modo tradicional y comunitario y siendo considerada como incuestionable por el colectivo o grupo que la define. En el caso del catolicismo, obviamente, este colectivo es la Iglesia Católica. Una vez aclarada esta cuestión, veamos ahora los aspectos indicados:

1) En cuanto “verdad definida”, quien expone dicha afirmación trata de expresar una descripción lo más precisa y adecuada posible a la realidad que trata de comprender o de hacer comprender. En este sentido hay dos cuestiones relevantes: a) la de la verdad de la afirmación; y, b) la de la certeza de que dicha afirmación sea efectivamente verdadera. En otras palabras quien define un dogma debe encontrarse frente a una cuestión suficientemente trascendente ante la cual ofrece una definición igual de trascendente. Mirando las veces en que la Iglesia ha recurrido a la formulación de dogmas a lo largo de su historia, se puede constatar que pocas son las cuestiones extraordinarias que requieren definiciones extraordinarias.

2) En línea con lo anterior, hemos señalado que el dogma se define de modo tradicional y comunitario. Es decir, un dogma auténtico no surge por capricho ni mucho menos se improvisa. Para que surja el dogma deben existir al menos una experiencia previa y práctica de la realidad que se trata de definir, una serie de preguntas o problemas que lo determinan y contextualizan, y, por último, un consenso a la hora de perfilar las líneas fundamentales de su comprensión. Todo ello, unido a un periodo de tiempo prudencial, posibilita la generación de un dogma auténtico, esto es, válido y aceptable por la comunidad. En el caso de la Inmaculada Concepción la necesidad de definir la condición extraordinaria de María y de su modo de acoger la voluntad de Dios puso el problema sobre la mesa. Tras años, más bien siglos, de controversia teológica (incluyendo serias objeciones de grandes teólogos), la cuestión estuvo suficientemente –aunque quizás no totalmente- madura para ser definida como tal en 1854 por el papa Pío IX.

3) Un tercer aspecto del dogma es su condición de incuestionable. En cuanto verdad fundamental o básica, un dogma aspira a permanecer vigente y válido conforme al paso del tiempo. Sin embargo, esta pretensión no debe llevarnos a una comprensión granítica ni petrificada del dogma. Como tal el dogma delimita el terreno de discusión teológica sobre el aspecto que toca, pero ni mucho menos determina ni todos ni cada uno de sus detalles ni matices, ni siquiera determina la posibilidad de ser cuestionado o enriquecido por virtud de la crítica. Por ello no debe excluirse en ningún momento la oportunidad de exponer al mismo dogma al criterio de la crítica que permita determinar su auténtica validez de modo que impida que el engaño (o, peor aún, el autoengaño) pueda ser posible.

4) Por último, el dogma se enfrenta al problema de cualquier expresión de una verdad: su aceptación y su rechazo. Sobre este aspecto hay que hacer dos aclaraciones básicas. en primer lugar, el dogma como tal tiene una pretensión de validez concreta que no debe ser ni mayor ni menor de la que pretenda abarcar. Por tanto, tan osado es despreciar sus indicaciones en el campo de la materia que define, como extralimitarse y aplicarlas a otras dimensiones que no le competen. La segunda aclaración es aún más básica: todos sabemos que no hay peor sordo que quien no quiere escuchar y que la ignorancia es, con frecuencia, muy osada. De ahí que quien no se vea o se sienta afectado por la materia que define el dogma puede optar entre ignorarlo o criticarlo, pero no banalizarlo o desecharlo en virtud de un prejuicio infundado. En el caso de la Inmaculada Concepción ambos excesos han rodeado a su expresión dogmática. Basta con profundizar un poco en las creencias (que no conocimientos) de la gente, creyentes o no, sobre este dogma para comprobar que se confunde concepción con virginidad o que en ocasiones se le intenta proyectar contra otros dogmas más decisivos, como los genuinamente cristológicos, llegando incluso al extremo de caer en excesos pseudo-teológicos como la comprensión de María como Co-Redentora.

Conclusión: en esta fiesta de la Inmaculada Concepción, junto al propio fundamento de la fiesta de hoy, puede ser edificante tanto en el terreno personal como en el eclesial, retomar la cuestión de cómo se construyen, consolidan y proyectan hacia el futuro los cimientos de nuestra fe. Entre ellos están los dogmas, expresiones acertadas de una tradición y una vida eclesial que nos pueden servir como guías para hacer nuestra propia peregrinación hacia Dios de manera más adecuada. ¡Feliz día de la Inmaculada Concepción!

domingo, 5 de diciembre de 2010

Jesús de Nazaret y Star Wars

La llegada del Adviento nos ofrece, de nuevo, la oportunidad de profundizar en la íntima conexión entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, preferentemente de la mano de los profetas. Para los cristianos esta relación es más cercana e inmediata gracias a la figura de Jesús de Nazaret, quien no viene a nuestra vida para abolir la ley sino para reinterpretarla en la clave del amor y llevarla así a su pleno cumplimiento.

Y es que aunque muchos creyentes expresan, desde su ignorancia teológica, su distanciamiento e incomprensión hacia el Dios que se revela en el Antiguo Testamento, lo cierto es que conocerlo y entenderlo desde la revelación de Jesucristo recogida en el Nuevo Testamento no sólo nos permite hacerlo mejor sino que además retroalimenta y perfecciona nuestro acercamiento al propio Jesús de Nazaret.

Cuando explico en clase de religión la importancia de leer de modo adecuado tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, suelo apoyarme en un ejemplo gráfico que me ofrece la historia de La guerra de las galaxias, conocida como Star Wars. Cuando la primera de las películas de la saga se estrenó a finales de los años setenta, poca gente conocía que no se trataba del comienzo de la historia sino de un capítulo intermedio que con el tiempo se quedó como el cuarto episodio. Con aquellas tres películas iniciales, mucha gente se apasionó con la historia que narraba y sus personajes. Sin embargo, cuando las nuevas películas –los tres primeros episodios- se estrenaron no sólo cautivaron en similar medida a los espectadores, sino que aportaron una clave extra de comprensión del resto de capítulos más conocidos desde hacía años. ¡Pues bien, igual ocurre con la historia sagrada narrada en la Biblia y con la revelación de Dios que en ella se nos muestra!

Curiosamente, algunas de las lecturas del primer domingo de Adviento, reflejan otra similitud con el imaginario propio de la saga cinematográfica Star Wars. Me refiero al hecho de optar entre estar en el lado luminoso o el lado oscuro de la fuerza. Por ejemplo, San Pablo en la carta a los Romanos nos exhorta a que “como la noche está avanzada y el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y nos pretrechemos con las armas de la luz” (Rom 13, 12). Antes, la primera lectura del profeta Isaías (Is 2, 1-5) nos animó a caminar como Iglesia (como Casa de Jacob) a la luz del Señor en medio de la senda de la auténtica justicia que conduce a la auténtica paz, no lograda por espadas (ni metálicas ni láser) ni por lanzas, sino por arados y podaderas que siembran y recogen lo que han trabajado.

Esta es la dinámica que marca un tiempo de preparación tan específico como es el Adviento. Quien asume con disciplina y profunda espiritualidad dicha preparación estará listo para aguardar en vela y no dejarse sorprender acerca de la hora en la que llegará el Hijo del Hombre.

Con esta dinámica espiritual estoy seguro de que se avecina para todos un Feliz Adviento, de modo que cuando llegue la Navidad, al nacer el Niño Dios en nosotros, podamos qué significa que "la Fuerza -su Fuerza- nos acompañe siempre".

viernes, 12 de noviembre de 2010

Providencia.un donuts y una chocolatina

La clave de la vida cristiana es adquirir una profunda experiencia de Dios. No es posible vivir este estilo de vida sin actuar desde la convicción de que el Dios de Jesús de Nazaret es el centro de tu vida. Este es el sentido de la Providencia: Dios nos acompaña y nos cuida en todo momento porque sabe perfectamente lo que necesitamos, como una persona que ama radicalmente a otra sabe en cada momento lo que su amado puede demandar de ella.

Tengo la suerte de trabajar en el colegio Nuestra Señora de la Providencia. Esta suerte es doble. Por un lado, el nombre del centro me permite recordar con frecuencia la significatividad de esta dimensión teologal. Por otra parte, mis compañeros de trabajo y especialmente los alumnos del centro se me presentan en muchas ocasiones como mediaciones de la presencia de Dios providente en mi vida.

En estos días de celebración de la fiesta de Nuestra Señora de la Providencia, los alumnos esperan con ilusión la recepción de un pequeño detalle de cariño y fraternidad: a la hora del recreo se reparte a cada uno de ellos un donuts y una chocolatina. En ese momento la alegría puede más que las ansias, que no escasean.

Vivir la vida desde la Providencia supone entregar a Dios el corazón, confiando en Él hasta tal punto que sabemos dar a las cosas su justa importancia, logrando que lo espiritual trascienda lo material y nos muestre el camino que nos permite descubrir cada momento de la vida y cada persona que encontramos en ella como una oportunidad de realización, de crecimiento humano y espiritual, y de esperanza cristiana orientada hacia un futuro escatológico.

Y todo ello desde la ilusión y la alegría (quizás también la inocencia) de quienes se saben en buenas manos. Al igual que los niños y niñas de mi colegio son capaces de ver en un simple donuts o en una dulce chocolatina la presencia amorosa de alguien a quien le importamos mucho, también nosotros podremos ver en la Providencia la mano de Dios que sólo espera de nosotros que seamos felices.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Mártires en Irak

Las últimas noticias sobre la situación en Irak, en línea con las de los últimos años, son aterradoras. A la inseguridad y a la inestabilidad que se han apoderado del país se unen ahora una serie de atentados indiscriminados que superan la perversión de la violencia por la propia violencia.

Alguien ha decidido que el factor religioso sea aún más manipulado y utilizado como foco de tensión y arma arrojadiza, al considerar que el mismo “justificaría” el recurso a tan cruel violencia para lograr un fin –una presunta defensa de no sé cuál identidad o pureza islámica- que no tienen ni pies ni cabeza pues esta espiral de violencia se ha cebado incluso con algunas comunidad chií del país.

Pero entre las víctimas también se encuentra la comunidad de católicos caldeos que testimonia en aquellas tierras la presencia de Jesucristo resucitado. Este testimonio se ha visto probado por la dureza de la incomprensión, la persecución y ahora la entrega de la propia sangre por el simple hecho de ser seguidor de Jesús de Nazaret en -¡¡no se olvide!!- la tierra de dónde partió Abrahán para cumplir la misión que Dios le encomendó y alcanzar así la tierra prometida.

Desde que hace años (7 u 8), George Bush Jr. ordenara iniciar los bombardeos y la misión militar en Irak, los efectos no sólo no han sido los esperados sino que han superado con creces sus consecuencias negativas y contrarias al ideal que entonces se decía defender. La misma población cristiana en Irak se ha visto diezmada de modo masivo (se habla de miles de bajas entre muertos y exiliados) y se espera que esta tendencia crezca si el imperio de la ley propiciado por un Estado serio y estable garantice las libertades fundamentales.

Lo cierto es que entre los iniciadores del conflicto bélico y los terroristas que siguen sangrando a la población iraquí de forma inmisericorde, la situación no puede ser más sonrojante y vergonzosa para quienes nos sentimos amigos y creyentes de los Derechos Humanos.

Hace años, en el seno de aquellas grandes manifestaciones para intentar parar la guerra, una pancarta esgrimida por la Familia Dominicana lanzó una proclama repleta de fraternidad: “Nosotros tenemos familia en Irak”. Con el tiempo, aquella fraternidad efervescente se ha visto reducida a otro tipo de acciones menos vistosas y no sé si también menos fecundas.

Lo triste no es ya que cuando preguntemos por nuestra familia en Irak pueda ser muy tarde para muchos de ellos. Lo peor es que en nuestros corazones a veces anida la desesperanza de que aquella no es nuestra guerra porque no somos capaces de idear o proponer una batalla que permita relanzar la voz de la Justicia y de la Paz por encima de la de la hipocresía y los intereses creados.

Mientras tanto, quizás sólo nos queda el consuelo de que la sangre de estos mártires riega no sólo nuestra fe sino la esperanza de que algún día Irak sea por fin un país mejor.

domingo, 17 de octubre de 2010

Los "ismos" y sus perversiones

Cualquier persona que tenga un poco de experiencia de la vida puede saber que algunos excesos son, como la propia palabra indica, inadecuados y desproporcionados. El sufijo “ismo” expresa tras su opacidad morfológica, una profunda ambigüedad que oscila desde la pertenencia o simpatía a una doctrina, una teoría, un sistema o un movimiento hasta la apropiación de la visión radicalizada de los mismos.

Por ejemplo (tomado de la Nueva gramática española de la lengua, p. 443), "no es posible deducir el significado de creacionismo, integrismo, racismo o urbanismo a partir del de creación, íntegro, raza y urbano, respectivamente, si bien se percibe en todos los casos cierta relación semántica entre la base y el derivado".

Así, es posible creer en la creación y no estar de acuerdo con el creacionismo, de igual modo que es posible simpatizar con las tesis de la teoría de la evolución sin incurrir en los vericuetos del evolucionismo.

Todo esto viene, entre otras muchas razones, por el desempolvamiento del manual o diccionario ideológico por parte de políticos, líderes sindicales, tertuliamos, blogueros y otros miembros del ecosistema de la actualidad mediática española en el que aparecen términos que en el fondo y en la forma se prestan a la confusión entre quien tuvo la idea, la interpretación de esas ideas y la repercusión que el paso del tiempo ha tenido sobre esas ideas.

Para explicarme recurriré al ejemplo de Karl Marx, el marxismo y la vigencia o pérdida de actualidad de ambos al final de la primera década del siglo XXI. Una cosa es lo que pensó y escribió Marx en el siglo XIX; otra cosa es lo que muchas personas interpretaron sobre Marx y sus ideas en su mismo siglo y en los siglos siguientes; y, finalmente, nos queda lo que pueda ser aprovechable o detestable de lo que pensó Marx y sus epígonos aplicándolo a la realidad de hoy en día.

Una cosa es denunciar los efectos perversos del neoliberalismo imperante que nos está asfixiando según nos vamos estrangulando a nosotros mismos, y otra muy distinta es intentar explicar el mundo de hoy con claves, conceptos y parámetros de otros siglos o de hace décadas. Observando a los agentes mediáticos y analizando sus reacciones y análisis en los aledaños y aconteceres de la huelga general del pasado septiembre, me da la sensación de que algo de lo que ocurre no es sólo que esto no esté claro sino que a veces se transmite la sensación de que no hay ni el menor interés en que esto quede claro. Y aquí empieza la responsabilidad de quien como ciudadano (o en la condición que sea) no debe dejarse embaucar por esta perversión que empieza en lo semántico, continúa en lo ideológico y termina pasando factura en lo práctico (curiosamente algo de Marx hay en esto).

lunes, 4 de octubre de 2010

El papa, la mafia y las reprobaciones

Ya escribí hace unos meses sobre el tratamiento injusto y demagogo que sufrió Benedicto XVI acerca de algunas de sus afirmaciones sobre el uso del preservativo en África. En ese momento, en España y algún que otro país, algunos diputados no dejaron pasar la oportunidad para ganar un poco de notoriedad y calentar el ambiente socio-político proponiendo a sus parlamentos la reprobación de dichas declaraciones. Pasada la fuerza del momento mediático, la cosa volvió a los fueros de lo razonable y se sobreseyó empujada por el mero paso del tiempo y la existencia de otros fangos políticos más apetecibles.

Dice el refrán popular que “se pilla antes al mentiroso que al cojo” y en esa misma línea es bastante probable que no podamos coincidir ni con el cobarde en el momento de riesgo y peligro, ni con el oportunista en el momento del compromiso.

Digo esto porque ayer en Palermo (Italia), el papa hizo un valiente llamamiento a todos los sicilianos, pero especialmente a los más jóvenes, para que no se dejaran arrastrar por las seducciones y las garras de la mafia. Se trata de un mensaje tan fácil de decir como difícil de asumir, tanto por el propio pontífice como por los destinatarios del mensaje.

Denunciar y eludir la fuerza de la corrupción son dos acciones tan fáciles de pensarlas y enunciarlas como difícil comprometerse con ellas como su propia naturaleza exige. Requieren convencimiento, fuerza de voluntad, grandeza de espíritu y, muy importante, la aprobación y el apoyo de la gente del entorno más cercano y también de algunos más lejanos.

Si en el caso del preservativo y el sida, algunos pusieron la voz en el cielo para reprobar al papa, ¿podremos esperar de ellos o de otra gente que ponga su voz al servicio de aprobar su denuncia y comprometerse a combatir en cuerpo y alma la corrupción en general y la mafiosa en particular?

Pronto, hallaremos la respuesta que, salvo sorpresa, podemos imaginarnos.

lunes, 20 de septiembre de 2010

¡Es lo teándrico, idiota!

Lo digo con frecuencia, pero no me canso de repetirlo, porque me parece fundamental para entender las críticas a la Iglesia –ya sean injustas o no-. A la hora de juzgar a la Iglesia, mucha gente se olvida de su condición teándrica, es decir, su doble condición divina y humana. Si la Iglesia tiene algún sentido en la historia y en la sociedad es por esta misma doble condición divina y humana. Esta es la gran aportación del cristianismo (la vivencia y el anuncio del Dios que se hace hombre para nuestra salvación) y la Iglesia sólo tendrá sentido si es capaz de vivir, expresar y predicar esa dimensión religiosa peculiar del cristianismo. Tan importante es, que sólo desde ella puede encarnar fecundamente la presencia de Jesucristo -Dios y hombre al mismo tiempo- en medio de los seres humanos y en la historia.

Desde sus orígenes, incluso alentada por las propias palabras y los gestos de Jesús, especialmente con los apóstoles, la Iglesia ha sido consciente de la importancia de no incurrir en purismos morales. Las denominaciones teológicas aplicadas por los cristianos a la Iglesia ponen claramente de manifiesto esto. En el siglo I, la Iglesia ya es nombrada por los propios cristianos como “casta meretrix”: la santa prostituta. Es decir, se trata de una comunidad o una institución que, por una parte, atiende a la misión de anunciar la Buena Noticia de Jesús (garantizada por la presencia silenciosa de Dios Padre, animada por el Espíritu Santo) pero que en muchas ocasiones se deja llevar por intereses alejados o incluso opuestos al Evangelio.

Y esa Iglesia es así o responde a esa dimensión teándrica porque está constituida por hombres y mujeres que comparten esa dimensión. Al igual que en el cristiano existe y predomina la intención de vivir y anunciar los valores del Evangelio, en otras muchas ocasiones, se impone en su persona y en sus acciones el impulso egoísta de lograr su propio interés recurriendo a medios que no son dignos ni de su condición de persona ni de cristiano. Alejado de las demás personas, su situación se remite a un aislamiento moral que no sólo no le permite interactuar con los demás como sería deseable sino que le sumerge en una incomodidad existencial propia. Se puede decir que ese cristiano ha quedado “idiotizado”.

La etimología de la palabra “idiota” nos aclara que procede de “idiotés”, derivada de la raíz “idios” referida al ámbito de lo personal, lo privado, lo particular. En su acepción más originaria, el idiota es quien se preocupa sólo de sí mismo, de lo suyo, ausentándose de lo interpersonal, lo colectivo y lo común.

Mas no sólo el cristiano corre el riesgo de quedar idiotizado cuando no responde a lo que el ideal evangélico le demanda. También los críticos de la Iglesia, aunque a veces no estén faltos de razones, pueden incurrir en este error, pues su crítica, carente de espíritu constructivo, se preocupa sólo de autojustificar su posición ante la Iglesia, olvidándose de lo interpersonal, lo colectivo y lo común. Desde estas dimensiones el crítico de la Iglesia deberá tratar de entender qué razones de peso tienen quienes integran la comunidad eclesial para orientar sus vidas a partir de ella, y tampoco hará mal en valorar de manera ponderada lo que la Iglesia como colectivo y como agente en común con la sociedad hace bien (que no es poco, reconózcase).

No hay peor sordo que el que no quiere oír, ni peor entendedor que el necio o el que se niega a entender. Hace unos años, en un debate electoral para la presidencia de Estados Unidos, Bill Clinton hizo fortuna con una frase, que ha accedido al imaginario colectivo norteamericano y diría que al mundial, dirigiéndose a George Bush padre que no entendía sus argumentos económicos en los siguientes términos: ¡Es la economía, idiota! Para el cristiano, dejando a un lado el insulto fácil, es importante que hagamos ver a nuestros críticos que hay una parte de nuestra realidad que están omitiendo por interés o por ignorancia. No sólo por interés propio, sino también para evitar que su necedad se haga mucho mayor y quede idiotizado, en alguna ocasión habrá que espetarles: ¡Es lo teándrico, idiota!

lunes, 23 de agosto de 2010

Rubén Darío, el cartujo

La isla de Mallorca es un lugar maravilloso para ir de vacaciones. A sus famosos reclamos veraniegos de la playa y el sol, hay que unir una equiparable riqueza cultural y natural. De sus múltiples entornos, el más destacable, en mi opinión, es el norte de la isla, presidido por la bella sierra de Tramontana. Junto al monasterio de Lluc, la preciosa localidad de Sóller y algunas calas como Sa Calobra, destaca el pueblo de Valldemossa, en el que brilla con luz propia su conocidísima cartuja. Entre sus muros y ecos del pasado recibimos el testimonio de tantas historias y personajes que dejaron allí una parte de sus ilustres biografías para que nosotros podamos hoy aprender un poco más de ellas.

Sin duda, la historia más conocida de la cartuja es la del romance protagonizado por el músico polaco Chopin y la escritora francesa George Sand, durante el invierno de 1838. Otros nombres conocidos son los de Jovellanos o Unamuno, pero yo quisiera hoy traer a colación el del poeta nicaragüense Rubén Darío, arrastrado por la sensación de que este episodio de su vida no es lo suficientemente conocido. Así pues, aquí van algunas pinceladas de este curioso episodio cartujo en la vida de Rubén Darío.

Según un artículo de Carlos D. Hamilton, Rubén Darío pasó tres estancias en la isla de Mallorca. Las primeras, acontecidas en los años 1906 y 1907, tuvieron un tono más cotidiano al estar insertos en una serie de viajes a Madrid -donde llegará a ser embajador nicaragüense - y París. Pero el tercer viaje, el de 1913, tiene unas connotaciones especiales. Sumido en una profunda crisis propiciada por adversidades personales y políticas, Rubén Darío vuelve a la cartuja de Valldemosa siendo el gran poeta que siempre fue, pero al mismo tiempo el hijo pródigo que siente la profunda necesidad espiritual y existencial de confesar sus pecados para salvar su vida terrena y la eterna de la mejor forma posible: mediante la gran fuerza expresiva de su poesía.

Y a fe que lo consiguió. A continuación añado su poema titulado La Cartuja, que parece ser que fue considerado por su propio autor como “lo mejor que he escrito”. Para ello, Rubén Darío se enfundó el hábito de los cartujos porque de esa manera sentía con mayor incidencia la fuerza espiritual y poética de lo que quería expresar con sus versos. En él se puede percibir que su profunda experiencia espiritual va unida a una gran cultura filosófica y religiosa que realzan la belleza de lo enunciado por sus versos.

Seguramente, este episodio de la vida y la obra de Rubén Darío no sea el más conocido ni el más estudiado, pero sí responde a la grandeza de su obra literaria y a la contribución de los grandes hombres de la historia a expresar de forma genial las entrañas de lo que consituye la existencia humana y su sentido. ¡Que lo disfrutéis!
 
LA CARTUJA


Este vetusto monasterio ha visto,
secos de orar y pálidos de ayuno,
con el breviario y con el Santo Cristo,
a los callados hijos de San Bruno.

A los que en su existencia solitaria
con la locura de la cruz, y al vuelo
místicamente azul de la plegaria,
fueron a Dios en busca de consuelo.

Mortificaron con las disciplinas
y los cilicios la carne mortal,
y opusieron, orando, las divinas
ansias celestes al furor sexual.

La soledad que amaba Jeremías,
el misterioso profesor de llanto,
y el silencio, en que encuentran armonías
el soñador, el místico y el santo,

fueron para ellos minas de diamantes
que cavan los mineros serafines,
a la luz de los cirios parpadeantes
y al son de las campanas de maitines.

Gustaron las harinas celestiales
en el maravilloso simulacro,
herido el cuerpo bajo los sayales,
el espíritu ardiente en amor sacro.

Vieron la nada amarga de este mundo,
pozos de horror y dolores extremos,
y hallaron el concepto más profundo
en el profundo «De morir tenemos».

Y como a Pablo e Hilarión y Antonio,
a pesar de cilicios y oraciones,
les presentó, con su hechizo, el demonio
sus mil visiones de fornicaciones.

Y fueron castos por dolor y fe,
y fueron pobres por la santidad,
y fueron obedientes porque fue
su reina de pies blancos la humildad.

Vieron los belcebúes y satanes
que esas almas humildes y apostólicas
triunfaban de maléficos afanes
y de tantas acedias melancólicas.

Que el Mortui estis del candente Pablo
les forjaba corazas arcangélicas
y que nada podía hacer el diablo
de halagos finos o añagazas bélicas.

¡Ah!, fuera yo de esos que Dios quería,
y que Dios quiere cuando así le place,
dichosos ante el temeroso día
de losa fría y Resquiescat in pace!

Poder matar el orgullo perverso
y el palpitar de la carne maligna,
todo por Dios, delante el Universo,
con corazón que sufre y se resigna.

Sentir la unción de la divina mano,
ver florecer de eterna luz mi anhelo,
y oír como un Pitágoras cristiano
la música teológica del cielo.

Y al fauno que hay en mí, darle la ciencia
que al Ángel hace estremecer las alas.
Por la oración y por la penitencia
poner en fuga a las diablesas malas.

Darme otros ojos; no estos ojos vivos
que gozan en mirar, como los ojos
de los sátiros locos medio-chivos,
redondeces de nieve y labios rojos.

Darme otra boca en que queden impresos
los ardientes carbones del asceta;
y no esta boca en que vinos y besos
aumentan gulas de hombre y de poeta.

Darme otras manos de disciplinante
que me dejen el lomo ensangrentado,
y no estas manos lúbricas de amante
que acarician las pomas del pecado.

Darme otra sangre que me deje llenas
las venas de quietud y en paz los sesos,
y no esta sangre que hace arder las venas,
vibrar los nervios y crujir los huesos.

¡Y quedar libre de maldad y engaño,
y sentir una mano que me empuja
a la cueva que acoge al ermitaño,
o al silencio y la paz de la Cartuja!

Rubén Darío, 1913

martes, 27 de julio de 2010

El mundo entero es mi parroquia

Por circunstancias personales, en los últimos años he tenido que cambiar mi costumbre de celebrar la eucaristía dominical en el mismo lugar y por tanto con la misma comunidad, a hacerlo en lugares muy diversos y también con gente con diferentes actitudes.

Sigo pensando que vivir la eucaristía en un mismo lugar e inserto en el proyecto de una comunidad de fe con la que compartir el seguimiento de Jesús es lo óptimo. No obstante, ir a misa a un templo diferente cada domingo te ofrece una perspectiva de la riqueza (y de la pobreza, desgraciadamente) eclesial y, sobre todo, te ayuda a dar un enfoque revitalizante a tu manera de vivir la fe y a las costumbres y dinámicas que por el mero hecho de pertenecer a un grupo o forma de hacer las cosas puedes llegar pensar que es el mejor o incluso el único.

Después de vivir la eucaristía según el estilo de diversos carismas (teatino, dominicano, agustiniano, carmelitano, franciscano y, mayoritariamente, diocesano), en ambientes urbanos y rurales, en la misma lengua o en celebraciones bilingües (como en el Puerto del Carmen en Lanzarote, donde la presencia de turistas extranjeros es frecuente), en entornos más íntimos como unas convivencias o en otros más masivos como el de las catedrales, puedo dar gracias a Dios porque celebrar la eucaristía en diversos lugares me ha aportado visiones interesantes en ciertos ámbitos.

El primero de ellos es el homilético que, aunque no es ni de lejos el más importante, suele ser el más comentado y valorado. Tras estos meses he constatado que también la homilía es un oficio que requiere técnica pero sobre todo mucho corazón. Siguen existiendo presbíteros que comienzan sus homilías con la funesta coletilla de “queridos hermanos”, también persisten los que leen sus homilías tal y como las han copiado (normalmente de internet), los que se anuncian a sí mismos en lugar del Evangelio, los que consideran la predicación como una retahíla de topicazos que se insertan en un discurso sea como sea, o también los curas “chorizos” (en terminología del profesor de Biblia Gonzalo Flor) que en lugar de poner su discurso al servicio de la palabra de Dios, se las ingenian para tratar de poner la palabra de Dios al servicio de su discurso. Sin embargo, tampoco han faltado los predicadores sensibles, cercanos y conocedores de la importancia de su ministerio. Cuando en la homilía se logra ofrecer claves de interpretación de lo que la Escritura mediada por la liturgia puede ofrecer a las personas y a sus vidas, la disposición de la gente y el ambiente de las celebraciones es muy distinto y, en general, más saludable.

Otro ámbito es el litúrgico. A nadie se le escapa que la liturgia puede iluminar o arruinar una celebración. Hay lugares en los que la liturgia es arrinconada, y en otros es absolutizada. Hay celebraciones que en pocos minutos ofrecen lo que tienen que ofrecer y otras que aunque durasen dos horas más no lograrían nunca conectar con la asamblea. Hay templos en los que se derrapa a la hora de recitar las oraciones y otros en los que se lleva a los fieles con el freno de mano puesto. En esto me temo que la rúbrica (letra roja que marca las normas en los libros litúrgicos) padece lo mismo que cualquier ley o norma, es decir, un exceso de interpretación libre, que queriendo evitar un abuso de poder (el del legalista) incurre en otros (cada uno hace lo que le viene en gana) perjudicando en cualquier caso el objetivo de dinamizar la celebración en las mejores condiciones posibles.

También es significativa la dimensión ambiental. Una buena acogida supone ganar muchos puntos para que el resto de las actividades de un encuentro o celebración se desarrollen con cierta fluidez. Entrar en iglesias que invitan al recogimiento, a la oración y a permanecer en ellas es una suerte que no siempre se disfruta y que debería cuidarse mucho más. Mi gran sorpresa en este aspecto me la llevé en Flandes, donde mi prejuicio infundado de una Europa descreída se vino abajo con una espectacular demostración de puesta en escena de los templos abiertos a la gente, nativos y turistas, y al misterio de la Navidad que por entonces se celebraba. Iluminación, silencio o música ambiental, disposición de los bancos, entre otros, son elementos que no deben dejarse a la improvisación. Por si fuera poco, en otros lugares, también he comprobado que el repertorio de soluciones es siempre mayor del que se nos pasa por la mente o del que, sencillamente, nos resulta más cómodo. Un ejemplo de esto es el canto donde a falta de coros y música religiosa de calidad, no es lo mismo sufrir el canto malentonado del cura o acólito de turno que el recurso a las tecnologías que permiten incluir música en las celebraciones de manera digna.

Y, finalmente, resta el ámbito de la teología de las comunidades. Y en ella incluyo la dimensión eclesiológica y la ministerial. Mientras siguen existiendo parroquias y celebraciones donde el presbítero es un ministro único y aislado del resto de la asamblea y de la comunidad, existen otras celebraciones donde la implicación de todos sus miembros y sus ministros otorga mayor plenitud a la celebración y desvela su sentido. Hay una gran distancia entre la celebración en la que el presbítero se hace un solo total, leyendo él hasta la oración de los fieles, a otra, como la que viví en la parroquia de la Santísima Trinidad en Villalba (Madrid) en la que el presbítero presidió, un diácono permanente predicó y atendió al altar y al presbítero, y otros ministros leyeron y administraron la comunión ante la sorpresa de una asamblea que, en su mayoría, desconocía la posibilidad de llevar a cabo estas opciones y servicios ministeriales.

Celebrar la fe y la eucaristía en la comunidad habitual es un don de gran valor. Poder o tener que celebrarlas en ámbitos diferentes es una huella de la diversidad y pluralidad de la Iglesia y, en buena medida, reflejo de la imagen de Dios. Ahora que en las vacaciones nos encontramos con el reto de seguir celebrando la fe en ambientes diferentes, puede ser una buena ocasión para valorar lo que se tiene en la comunidad habitual y también para abrirse a otras realidades, valorándolas en su justa medida y sabiendo extraer de ellas conclusiones personales y comunitarias que dinamicen en lo posible lo que ya estamos viviendo.

miércoles, 23 de junio de 2010

Ahuyentando el morbo

Durante el quijotesco episodio de la última entrada del blog y mientras se dirimía y se aclaraba si lo expuesto eran molinos de viento o gigantes en movimiento, se dispararon las visitas a esta página. Alguien podría preguntarse si tanto interés se debía al morbo o a la búsqueda de fundamentos. Sin embargo, esta dualidad no es tan inmediata pues en ella inciden diversos elementos comunicativos: la intencionalidad del emisor, las reacciones de los receptores, la accesibilidad y gran alcance del cauce comunicativo, la interpretación del mensaje emitido, y la peculiaridad del código utilizado.

Morbo y fundamento coexisten, pero difícilmente conviven porque uno demanda la desaparición del otro para imponerse definitivamente. Sin embargo, desde ciertos planteamientos aceptables por todos, podemos convenir que el único que está llamado a imponerse definitivamente, aunque a veces le lleve mucho tiempo para conseguirlo, es el fundamento.

Sí, mientras que el fundamento es el sustento de una realidad que se está dando a conocer y por ello no tiene tanta prisa como afán, auxiliado por la transparencia, por exponer su razón de ser; el morbo se corresponde con el autoengaño y como tal posee una gran potencia convincente a corto plazo pero una fecha de caducidad ineludible en el medio y largo plazo. Pero, dada la complejidad del asunto, me remitiré simplemente en este caso a la actitud del receptor de una información. ¿Cómo ahuyentar el morbo y lo que conlleva?

En primer lugar, podemos considerar la fuente de información. Hay gente que en su trayectoria se caracteriza por, como se dice popularmente, no dar puntada sin hilo, mientras que en otros casos lo característico de la fuente informativa es pinchar por pinchar con su aguja más allá de que tenga o no hilo enhebrado. Sin embargo, dada la fragilidad de la deontología comunicativa, se trata de un buen criterio discriminador pero obviamente insuficiente para lograr un acercamiento adecuado al tema en cuestión.

Otro elemento es la reacción ponderada y en conciencia del receptor de la información. Sólo él sabe en última instancia qué es lo que andaba buscando cuando se encontró o persiguió la información. Una profunda actitud crítica resulta fundamental en este caso para no dejarse arrastrar por las apariencias ni tampoco atar por las evidencias. El morbo puede contribuir a la manipulación del informado, pero para ello ha de contar con el consentimiento del mismo. Dicho de otra forma, tarde o temprano, se hará presente de forma nítida la diferencia entre lo que ofrece el morbo y lo que ofrece el fundamento, dejando el paso libre a la voluntad y a la libertad de quien realmente quiere conocer la verdad de las cosas o quien prefiere darse la vuelta para no ver lo que tiene delante.

Finalmente, nos queda la relación que existe entre el morbo y el fundamento. En cierta manera, y siguiendo una inspiración agustiniana, el morbo no existe como tal sino que es más bien la ausencia de fundamento. El morbo puede, de esta manera, constituirse como precursor y cómplice del fundamento, siempre y cuando el receptor del mismo se asegure de forma honrada de revisar y verificar los datos que éste le ofrece, ya sea para aceptarlos, ya sea para desecharlos.

La literatura nos brinda un ejemplo de esto, genialmente expresado por Delibes en su novela El camino. Hablando sobre el cura del pueblo, don José, que por lo visto era un gran santo, describe cómo sus detractores asistían a sus sermones para jugarse el dinero a pares o nones sobre las veces que el cura decía su más típica coletilla: “en realidad”. Una de las vecinas consideraba que “don José decía “en realidad” adrede y que ya sabía que los hombres tenían por costumbre jugarse el dinero durante los sermones a pares o nones, pero que lo prefería así, pues siquiera de esta manera le escuchaban y entre “en realidad” y “en realidad” algo de fundamento les quedaría”.

lunes, 14 de junio de 2010

Mi cole y yo no necesitamos rodillo

En la tarde de ayer publiqué una entrada que ha resultado ser en sus formas más impertinente que la situación que cuestionaba, que si tiene que ocurrir se pondrá de manifiesto, D.m, cuando proceda.

Algunos lectores amigos me han apoyado con su cariño incondicional, otros me han pedido más información sobre el tema y otros me han llamado a la reflexión. A todos ellos les agradezco su eco y sobre todo su misericordia. Sé que han sabido leer lo que había que leer, siendo capaces de saltar por encima de algunas afirmaciones excesivamente afiladas y desafortunadas.

Mi error, afortunada o desgraciadamente, no es totalmente enmendable. De hecho dejo esta entrada con el título anterior como huella de su existencia y como penitencia de quien no elude su responsabilidad.

En el colegio Virgen de Atocha me enseñaron a asumir mis propias responsabilidades, a saber aceptarlas más allá de que se dieran en una situación justa o injusta o de que tuviera razón o no, y pedir disculpas por si mis actos hubieran podido dañar a alguien.

Esto es lo que precisamente hago con esta entrada sin perjuicio de que con todas las personas importantes para mí en relación con el Virgen de Atocha, los encuentros ocasionales de la vida me permitan hablar de modo más personal con ellos.

Gracias a todos y que siga predicablog con más gracia que en este caso. Saludos a todos.

Miguel

martes, 8 de junio de 2010

No sin la Iglesia

Cada uno tiene sus manías, sus tics, sus virtudes y sus defectos. Todos ellos pueden llegar a ser relativamente asumibles mientras no atormenten ni dificulten la existencia del prójimo, que bastante tiene con lo suyo. En menor medida estas actitudes están justificadas si se vuelven contra uno mismo pues proceden de esta manera a la autodestrucción y degradación progresiva de la propia identidad. Emerge así la figura del “anti” por excelencia.

Se trata de un tipo de personaje que se vuelca de tal modo en sus expresiones “anti-algo” que logra poner de manifiesto la relevancia de ese “algo” alzándolo por encima de su propia forma de ver la vida. De esta forma, el “anti” es incapaz de concebir su existencia de modo ajeno a aquello a lo que aborrece: ¡no puede vivir sin ello!

Un caso práctico y ejemplar de esta situación es la de los periodistas, humoristas y tertulianos que son incapaces de desarrollar sus artículos, discursos, bromas u opiniones sin dejar caer algún tipo de comentario más o menos directo o colateral en forma de crítica destructiva y lesiva –normalmente sin conseguir lo principal de su objetivo- contra la Iglesia.

Sin ánimo de entrar a analizar o valorar este tipo de prácticas que, en mi opinión, reflejan muy bien cuál es el modus operandi de estos críticos de la Iglesia y cuáles son los flancos fáciles por los que atacarla -silenciando sus auténticas y múltiples bondades-, me parece que de nuevo en este transfondo de oscuridad puede rastrearse un sugerente destello de la luz de la gracia.

Haciendo votos por cumplir con el dificilísimo mandato de Jesús –“rezad por vuestros enemigos y amad a los que os odian”- percibo que rezando por estas personas y acogiendo de forma compasiva sus arremetidas, podemos extraer una bella moraleja. Si los “anti-Iglesia” nos muestran que son incapaces de vivir sin la Iglesia para poder llevar a cabo su misión, los cristianos podemos recordar que estamos en este mundo para llevar a cabo la misión que Jesús nos encomendó pero que ésta no podrá ser lograda en plenitud si no lo hacemos en, como y desde la Iglesia.

De esta forma, siguiendo la Plegaria Eucarística III, la Iglesia a través de Jesucristo vuelve a ofrecerse como víctima de reconciliación, formando un solo Cuerpo y un solo espíritu, y trayendo la paz y la salvación al mundo entero. Para el creyente cristiano, esto sólo es posible merced a la gracia de Dios y a la mediación de la Iglesia que en su peregrinación salvífica en la tierra tiene mucho que ofrecer y que recibir de todos los hijos de Dios dispersos por el mundo. Esto podría ser de múltiples formas, pero los cristianos, y parece que también algunos “anti-Iglesia”, parece que coincidimos en que si esto ocurre será no sin la Iglesia.

martes, 1 de junio de 2010

El precio de la verdad

Se ha cumplido el día 1 de junio el aniversario del misterioso accidente del vuelo AF-447 de Air France entre Río de Janeiro y París, en el que perdieron la vida 228 personas. En este tiempo el misterio ha envuelto las circunstancias del accidente de modo que un año después la asociación de víctimas constituida para el caso sigue luchando por saber la verdad última del accidente, reactivando su presencia mediática ante la sociedad.

Parece ser que a día de hoy se han invertido más de 20 millones de euros en las diversas investigaciones y operaciones que se están llevando a cabo para resolver el enigma principal del accidente: ¿cuál o cuáles fueron las causas que provocaron la caída del Airbus 330 a algún punto indeterminado del océano Atlántico?

Sentimientos, dinero, intereses varios, y una larga lista de motivaciones pueden estar detrás de las investigaciones del accidente, pero entre todas ellas hay una que prevalece, en mi opinión, alzándose con claridad por encima del resto: la voluntad de verdad.

Y es que si hay algo que une de modo estrecho a quienes mienten y a quienes luchan por desvelar la verdad es que el transcurso del tiempo ofrece siempre innumerables oportunidades para dejar en evidencia a la mentira y para devolver a la verdad al lugar que merece.

Fue Aristóteles quien puso de relieve la relación de la mentira con lo indeterminado y, por tanto, la dificultad para mantenerla y gestionarla. La verdad por su parte se orienta hacia lo determinado y promete un horizonte de comprensión que puede traducirse en esencia, orden o, quizás de modo más actual, al sentido (pues la crítica a la comprensión de la verdad aristotélica ha cuestionado duramente a las esencia y al orden pero no ha logrado eclipsar que las personas buscamos apasionadamente el sentido de las cosas).

En este caso de los familiares de las víctimas del accidente, más allá de los esfuerzos personales y económicos invertidos y de la relación de la verdad con lo determinado, lo que realmente conmueve y emociona es que nada podrá detener a su determinación por saber la verdad última de lo que les ocurrió a sus seres queridos.

Y esa determinación por la verdad, en este caso o en otros, tal y como están las cosas hoy en día, no tiene precio, lo que tiene –no seamos necios- es mucho valor.

lunes, 17 de mayo de 2010

Teófilos

Las lecturas de la Solemnidad de la Ascensión nos brindaron la oportunidad de leer el comienzo del libro de los Hechos de los Apóstoles, en el cual se pone de manifiesto su relación con el evangelio de Lucas, entre otras razones, por su estilo literario y por la referencia común en ambos libros a un tal Teófilo. Como de esta figura bíblica se ha teorizado mucho, yo tan sólo pretendo hoy abstraer de este Teófilo el sentido literal de su nombre: “Amigo de Dios”.

¡Todos estamos llamados a ser “teófilos” o “amigos de Dios”! Los creyentes en mayor medida porque se supone que somos más consciente de esta llamada y de lo que supone para nuestras vidas. Dice Aristóteles que la amistad surge por la existencia de intereses comunes entre los llamados amigos. Por la misma razón, la amistad hay que cultivarla y cuidarla como un gran tesoro porque la desaparición o la variación de esos intereses pueden hacerla marchitar hasta llegar a perecer.

Nosotros somos amigos de Dios porque estamos vinculados a él por el mismo interés: la construcción del reino de Dios. En esa amistad ponemos nuestra confianza en Él y sentimos al tiempo la responsabilidad de saber que Dios también confía en nosotros para que se haga realidad su plan de salvación. Sin embargo, esa confianza mutua no es simétrica, pues sabemos que estamos necesitados de la gracia de Dios y a veces debemos esquivar los deseos de querer controlar la relación y proponerle a Dios nuestros planes como si Él no supiera lo que realmente nos conviene. Como los discípulos antes de la Ascensión le preguntamos: “Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?”. Y no haremos mal en aplicarnos a nosotros mismos la respuesta que les dio Jesús: “No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo” (Hch 1, 6-8).

Ser amigo de Dios es un gran honor, pero también supone una gran responsabilidad. Tan es así que el Evangelio nos advierte de las consecuencias que un seguimiento de Jesucristo de forma adulta, madura y responsable puede conllevar. ¡Jesús lleva simbólicamente a sus discípulos a Betania y les bendice! Por eso también, aparte de la ayuda de Dios, necesitamos la ayuda de la Iglesia pues ella es la que nos procura la recepción del Espíritu y nos inserta en una comunidad que nos alienta y nos corrige para poder alcanzar la meta compartida que todos los creyentes anhelamos. Así, quien se crea capacitado para lograr sus objetivos sin contar con Dios y menospreciando la fraternidad de la comunidad eclesial y humana se equivoca gravemente, mientras que quienes orientan su vida conforme a Dios y en sintonía con sus hermanos crecerá en compromiso y en fidelidad creativa para seguir construyendo el Reino de Dios.

Así que mientras esperamos la recepción del Espíritu en la fiesta de Pentecostés, al igual que los discípulos tras la Ascensión, sugiero que nos volvamos a nuestro templo y oremos a Dios con las palabras de San Pablo tomadas de la liturgia de la Ascensión: “Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros”, los que creemos en la fuerza de su Resurrección (Ef 1, 17-19).

lunes, 10 de mayo de 2010

La belleza de la gracia

Partiendo de la entrada anterior podría interpretarse que lo macarra abunda en la viña del Señor. No es así. En ella, como en la vida, predomina la belleza y la estética, pese a que a veces nuestros ojos se confundan al prestar más atención a la provocación llamativa pero poco edificante de “lo feo”. Por poner otro ejemplo, en este caso de belleza comunicativa, en internet sugiero este vídeo sobre el pintor dominico Juan Bautista Maíno, realizado por otro dominico, fray Iván Calvo, quien por humildad innata omite su autoría pero no su buen hacer.

Hace unos días, fray Iván me regalaba una separata que podrán disfrutar los lectores del boletín cuatrimestral de la Familia Dominicana. Se titula La belleza de la gracia y se trata de una presentación, basada sustancialmente en el trabajo de fray Venturino Alce titulado Homilías del Beato Angélico, en la que se muestra la obra que probablemente mejor transmita el mensaje de gracia que anunció Fra Angélico (o el Beato Juan de Fiésole) a través de su pintura: el retablo del convento dominicano de Fiésole.

En este pintor renacentista se funden la belleza artística con la belleza teológica y su resultado no puede ser otro que la interacción genial con el espectador que se siente identificado con el autor, su obra y, especialmente, con su mensaje predicador.

En un triple retablo o en un retablo dividido en tres partes, el pintor italiano expresa su teología en otros tres episodios: la puerta de la Redención, la gracia encarnada y la meta y la corona de la Redención. Así, la redención está mediada y posibilitada por la gracia y exige un compromiso de encarnación para llevarse a su feliz cumplimiento. La importancia de la Encarnación en la historia de la salvación expresada como una puerta abierta -¿o quizás deberíamos decir reabierta?- nos proyecta a una meta redentora que nos orienta hacia Dios. Se abre así una vidriera renacentista donde el artista es consciente del nuevo estatus adquirido por el ser humano en comparación con la Edad Media: ahora el hombre se acerca al centro de comprensión de la realidad pero sin que ello suponga un descentramiento o desplazamiento de Dios de ese centro.

Por último, el pintor afronta una compleja aspiración que no es otra que lograr que su arte le trascienda (a la vez que sea vehículo de trascendencia no sólo propia sino también del espectador) y sirva al propósito predicador que es lo que en el fondo ha inspirado su plasmación pictórica. Y todo ello sin renunciar a expresar en segundo término su identidad y su huella personal en su obra, que en este caso se corresponde con la tradición dominicana representada en una historia que contar, una liturgia que celebrar y una perspectiva teológica que desarrollar.

Sin querer, Fra Angélico puede estar ofreciendo una manera de expresar la belleza de la gracia que sirva también para los medios artísticos y comunicativos cristianos en la actualidad: la identificación con Dios que es quien envía a cualquier predicador a predicar; la clave de la Encarnación recuerda que no sólo todo tiene que llegar a un feliz cumplimiento sino que su desarrollo personal tiene que ser compatible con el de los demás seres humanos; y, finalmente, la estética debe conectar con la ética, con la mística y con la metafísica que nos invita a profundizar en lo eterno, en el misterio y en la fuerza que transmite, incluso varios siglos después como en el Beato Angélico, la alegría de portar, en uno mismo y para los demás, una Buena Noticia.

lunes, 5 de abril de 2010

¡Ay, Haití!: Feliz Pascua

Como sabemos que ni la ciencia ni el paso del tiempo van a solucionar por ellos mismos las preguntas existenciales que nos hacemos los seres humanos en ciertos momentos de nuestras vidas, llegados a este momento de celebración de la Pascua, celebración de la victoria de la vida sobre la muerte, de nuevo el equilibrio teológico exige expresar esta verdad o convicción cristiana pero sin caer en florituras desencarnadas y alejadas de una realidad que, al ser tan cruda y dura, en ocasiones nos tienta para que desesperemos de todo.

Quizás es buen momento para preguntarse en qué o en quién radica nuestra esperanza. Y, no menos importante, cómo ha de ser nuestra esperanza para que sea capaz de ofrecer sentido a la vida.

Teniendo en cuenta que este año 2010 nos recibió con una terrible tragedia como la del terremoto de Haití me parece que no es posible hablar de resurrección sin pisar esta tierra humana revuelta y sacudida por una fuerza natural que nos interroga tocando nuestras entrañas. Y todo ello como símbolo de todas las demás calamidades humanas que, más parecidas a la de Haití -como es el caso del terremoto de Chile- o de carácter más doméstico -los problemas y angustias de personas anónimas- que pueden cuestionarnos a la hora de entender qué es eso de la resurrección.

La Pascua es el paso de la esclavitud a la libertad para los judíos y que los cristianos hemos traducido en el paso de la muerte a la vida, en virtud de los acontecimientos que Jesús de Nazaret protagonizó en su última Pascua que celebró en Jerusalén antes de ser juzgado, condenado y crucificado. Jesús no enseña en la Pascua que el sentido de la vida es una cuestión de vida o muerte. Y es que el sentido de la vida provoca una intensificación de las ganas de vivir, mientras que el sinsentido hace crujir las estructuras de nuestra existencia de tal modo que o se encuentra una vía para reconducirse hacia el sentido o sólo queda la inercia que nos conduce hacia la nada o la desesperación. Esta disyuntiva es tan profundamente antropológica que está presente en lo más hondo de la humanidad.

Un ejemplo de esto pude comprobarlo en estas vacaciones mediante la promoción de una canción solidaria (¡Ay, Haití) interpretada por un grupo de artistas (Alejandro Sanz, Shakira, M. Bosé, Bebe, Marta Sánchez y otros) con Carlos Jean a la cabeza con la intención de mantener activa la ayuda y el apoyo humanitario a Haití. Tras escuchar la canción un par de veces me han llamado la atención dos cosas. La primera es que la gente ha reaccionado de forma muy polarizada ante la iniciativa: unos consideran que es una canción optimista y que transmite unos valores y una esperanza muy necesaria; y otros prefieren ser pesimistas y malpensados, considerando que se trata de una estratagema para autopromocionarse y ganar dinero. Curiosamente, algo parecido ocurre con la Pascua: ¿es un ritual necesario y antropológico o es un proceso engañoso e interesado?

La otra cosa digna de consideración es que el vocabulario y los conceptos empleados en la canción contienen una clarísima procedencia cristiana. Escuchando atentamente encontraremos expresiones como: un milagro que nos convierta en ti / hay amor, hay en ti, en mi voz / hay tiempo de renacer, hay tiempo de dar amor / deja que este llanto desentierre nuestra fe en la misma tierra que la vio nacer / escucha mi plegaria: quiero resucitar para ver volver a nacer a Haití /. Ante esto, se me ocurre preguntarme de qué tradiciones brotan los elementos y conceptos que nos ayudan a dar sentido a la vida.

En esta Pascua 2010, volvemos a plantearnos la pregunta última por el sentido de la vida. No se trata de una pregunta fácil ni ajena y por tanto no admite respuestas fáciles ni ajenas. Sólo desde la propia experiencia, implicada y complicada con las experiencias de las demás personas, podremos despejar nuestra incógnita existencial: ¿estamos llamados a la resurrección y a la vida o es nuestro destino caer en la fosa y dormir para siempre en los brazos de la muerte?

Por si aún hace falta que os diga lo que os deseo a todos y cada uno de vosotros, vaya por delante mi felicitación: ¡Feliz Pascua!

jueves, 25 de marzo de 2010

Where is Gearoid Manning?

Hace 15 años conocí a fray Gearoid Manning OP en un encuentro de jóvenes dominicos en Newbridge (Irlanda). Su simpático rostro era fiel reflejo de un alma alegre y expresiva que se dejaba mostrar en sus predicaciones. Estas enseñanzas estaban salpicadas de bellos cuentos e historias, que unidas a una cierta profundidad doctrinal, lograban conectar con el auditorio de manera excepcional, incluso superando la barrera del idioma. Siempre tuve la sensación de que el gran secreto de aquel predicador era el único que puede hacer que su mensaje tenga credibilidad: creía en lo que decía y por eso le resultaba imposible hacerlo sin poner en ello una gran dosis de pasión.

Hoy, varios años después, las últimas noticias que tengo sobre este predicador irlandés dicen que, tras unos años de servicio como provincial, tuvo que dejar la Orden de Predicadores (dominicos), a la que tanto amaba y a la que dedicó los mejores años de su vida por coherencia con esa pasión que siempre le caracterizó. Su posicionamiento apasionado a la hora de afrontar los dolorosos casos de pederastia que inculpaban a alguno de sus hermanos de orden y que habían destrozado la vida de algunos jóvenes, le llevó a correr la suerte del profeta: auténtico en su denuncia, valiente en su anuncio, pero vapuleado por la ceguera y la corrupción de otros intereses ajenos a la verdad, a la justicia y a la paz. Como buen profeta, su misión no dependía del éxito logrado, sino de ser fiel al mensaje que Dios quería hacer llegar a una situación que, sin duda, lo requería.

Hoy, al encontrar en las noticias las disculpas emitidas por la Iglesia, con el papa al frente (en un gesto que le honra pero que requiere de mayores cotas de intensidad y compromiso si quiere ser un auténtico perdón cristiano), la pregunta me ha venido a la mente: ¿dónde está Gearoid Manning? Where is Gearoid Manning?

En casos como estos, siempre hay gente interesada en sacar trapos sucios a la luz en momentos interesados. También hay gente que se desvive por hacer que esos mismos asuntos no salgan nunca a la luz. Sin embargo, ambos grupos, más allá de las razones que les mueven, se unifican en un objetivo colateral que no es otro que dejar a un lado a las auténticas víctimas de estos dramas y a quienes tratan de ponerse a su lado por una sencilla cuestión de moral, de humanidad y, en este caso concreto, de fidelidad al Evangelio.

La historia de Gearoid Manning representa perfectamente esta situación, pues habiendo puesto al servicio de sus hermanos de orden un valioso protocolo de actuación en este tipo de casos, basado en su forzosa experiencia de trato con situaciones que por sí mismo nunca hubiera querido afrontar, fue zarandeado tanto por quienes consideraron que era demasiado misericordioso, unos, o demasiado estricto, los otros, con sus hermanos implicados. Sin embargo, echando un simple vistazo a internet y a lo que su nombre allí nos ofrece, encontraremos huellas que nos hablan de alguien que supo estar comprometido desde sus entrañas con quienes demandaban de él una actitud compasiva.

Hacer memoria de la gente que nos ha hecho bien y que ha pasado haciendo el bien, es un sanísimo ejercicio espiritual. Por eso, hoy vuelvo a preguntarme dónde está Gearoid Manning. Where is Gearoid Manning? God bless you, brother Gearoid!!!

miércoles, 17 de marzo de 2010

¡Hijo, todo lo mío es tuyo!

Una vez más nos encontramos en la liturgia con la parábola del hijo pródigo. Y una vez más corremos el riesgo de que desconectemos cuando empezamos a escucharla, llegando a pensar que la conocemos perfectamente.
Como se sabe, esta parábola es la tercera de una terna de parábolas sobre la misericordia. A la oveja perdida y a la dracma perdida, le sucede este hijo pródigo que es, también, un hijo perdido.

La misericordia es la capacidad de mirar la realidad, y en especial las miserias propias y ajenas, con los ojos del corazón. Esta será, sin duda, una de las claves de comprensión de la parábola y de sus personajes.

En primer lugar, encontramos al hijo menor. Se trata de un joven impetuoso que confunde la autonomía con la independencia. La reivindicación de su herencia parece estar teñida de un cierto orgullo que le lleva a romper con su vida anterior. Después de años de educación y sacrificio que forjaron una merecida herencia, parece como si en ese momento se iniciara otra etapa de excesos y elogios que se ve impulsada por el despilfarro y que, en cualquier caso, confirma la sensación de que hay una cierta ruptura entre ambos episodios. He aquí el gran error del hijo pródigo: confundir la “vida buena” con la “buena vida” y llegar a creer que es posible alcanzar la felicidad y un crecimiento personal pleno traicionando su propia forma de ser y su relación con los demás, especialmente con su Padre.

A continuación, descubrimos la personalidad del padre el cual como buen padre ha propuesto un modelo de vida y unos valores a sus hijos, pero que es capaz de supeditarlo todo al simple hecho de poder ver a sus hijos felices. Quizás por eso no se opone a la marcha de su hijo menor ni tampoco se olvida de estar atento a lo que pueda ocurrir. Todo buen padre (y todo lo dicho sobre el padre es, obviamente aplicable a la figura materna) sabe que existe un momento indicado para hacer saber a sus hijos que les quiere y que siempre podrá contar con él para lo que sea necesario, incluyendo la posibilidad de tener que volver a casa desolado. El Padre de la parábola sabe que él no puede permitirse el lujo de traicionar su forma de ser, ni estropear su relación con los demás, especialmente con sus hijos.

Pero resulta que cuando la parábola nos cuenta que el hijo ha sido capaz de rectificar su vida y el padre ha mostrado una gran magnanimidad, aparece en escena el hijo mayor que se aferra a una actitud tan infantil y caprichosa, que cuando leemos la parábola podemos llegar a pensar que la razón le ampara. Sin embargo, aunque el hijo mayor se cree superior a su hermano, en el fondo su pecado, su error, es el mismo que el de su hermano: no confía en que sea posible alcanzar la felicidad y un crecimiento personal pleno siendo fiel a su propia forma de ser y a su relación con los demás, especialmente con su Padre, a quien reprende con dureza tras negarse a participar en el banquete en honor de su hermano.

Es entonces cuando el Padre ofrece la explicación de su autoridad paterna en clave de misericordia. Su omnipotencia fundamentada en haber posibilitado que sus hijos sean todo lo que han llegado a ser, no se transforma en una impotencia estéril sino en una expresión misericordiosa que siempre mira por la felicidad y el crecimiento personal de sus hijos.

“Hijo, todo lo mío es tuyo”. Con estas palabras, Jesús nos muestra cómo es la relación de Dios con los hombres. Una relación que no sólo nos vincula a los hombres con Dios, sino también a todos los hombres entre sí. Nosotros debemos hacer nuestra la lección que reciben los dos hijos de la parábola: no es posible vivir sin la misericordia.

Todos necesitamos ser y sentirnos sujetos y objetos de misericordia. Desde ahí brota la posibilidad de la vida con sentido, de la salvación en línea con lo que proclama el salmo 84: “Muéstranos Señor tu misericordia y danos tu salvación”.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Conversión y conversiones

Sabemos que no hay vida cristiana sin un cierto espíritu de conversión. Para algunos creyentes y teólogos, la cosa va más allá y consideran que el cristianismo es un proceso de conversión permanente. Sea así o no, aprovechando este tiempo de cuaresma en el que se nos exhorta de modo más enfático a la conversión, quizás no estaría de más plantearse en qué consiste la auténtica conversión. En otras palabras: convertirse sí, pero ¿convertirse en qué?

Si nos fijamos en la dinámica de conversión que propone Jesús de Nazaret, lo importante no son los signos externos sino, ante todo, la conversión del corazón. De algún modo, esta propuesta nos advierte de que una manera de maquillar la auténtica conversión con luces y brillos falsos es tratar de cambiar muchas cosas para que en el fondo no cambie nada de lo sustancial. Por eso la conversión exige humildad y reconocimiento de la propia realidad.

Esta humildad es la antesala de un llamamiento que se expresa y se traduce como confianza total en la promesa salvadora de Jesús. No se trata de un aspecto poco importante pues esa confianza se ramifica en tres dimensiones: la confianza en la propia persona de Jesús, la confianza en que la vida de uno puede ser mejor de lo que es en el momento presente, y la confianza en que este compromiso salvífico afecta a todos los hombres y mujeres de la historia, tanto a los que amo con todo mi corazón como a los que debería amar mucho más. Desde aquí puede entenderse la insistencia de Jesús en la mayor alegría que habrá por un pecador que se convierta en relación con noventa y nueve justos.

Para Jesús, la conversión cristiana no tiene otro referente que la construcción del Reino de Dios y, por tanto, erigirse en un integrante activo, pleno y radiante de esa realidad divina y teologal.

“Con-versión” no puede ser una mera variación de actitudes y presentaciones de nuestra persona. Más que nada, “con-versión” es embarcarse en un viaje vital y espiritual en el que la única brújula es la providencia que nos provoca para tratar de encontrar siempre la forma de ofrecer siempre nuestra mejor versión. En ello estamos. Se trata de una tarea tan ardua como apasionante, pero posible y deseable ya que contamos con la inestimable ayuda de la gracia de Dios.

martes, 2 de marzo de 2010

La responsabilidad de la transmisión

Leyendo el extracto de una amplia entrevista al novelista y académico Arturo Pérez Reverte, me quedo con una píldora reflexiva que dice lo siguiente: “El problema es que España es un país inculto, España es un país gozosamente inculto, es un país deliberadamente inculto, que disfruta siendo inculto, que hace ya mucho tiempo que alardea de ser inculto, y con gente así, esa Ley de Memoria Histórica es ponerle una pistola en la mano. No estamos preparados para leyes como ésas”.

Es evidente que la frase responde a un contexto y a un tema concreto, pero yo quiero traerla aquí como provocación acerca de la responsabilidad en la transmisión de valores, formación e información. Y ello porque considero que este problema de la incultura y su efecto siamés de ridiculizar aquello que no se conoce tiene en España ámbitos de gran alcance como los idiomas o la música (de los que los sufridos docentes de estas materias podrían escribir interminables conferencias) pero que se extiende a otros aún más trascendentes como son los valores morales, las artes en general y, cómo no, la religión.

Quiero especificar que no me estoy refiriendo aquí tanto al fondo o contenido de lo transmitido (que tiene mucha relevancia) sino especialmente a los agentes y a la metodología de transmisión de cuestiones que considero fundamentales para el desarrollo de cualquier individuo y, por extensión, de la sociedad en la que conviven.

En el campo de la fe, de la religión y de la teología, la responsabilidad de transmitir lo importante parece haber sido dejada de lado, minusvalorando lo que realmente nos jugamos en ello. En lo que al aprendizaje formal (educación institucionalizada) se refiere, ofrecer una cultura religiosa de calidad es un desafío irrenunciable para las sociedades contemporáneas, más allá de su nivel de creencia. Será en el aprendizaje no formal (instituciones paralelas a las del aprendizaje formal, como las parroquias) donde podrá explicitarse una pura formación religiosa creyente, esto es, la catequesis, que tampoco puede darse de cualquier forma ni confiarse a cualquier persona, aunque a veces la necesidad obligue.

Sin embargo, en el núcleo de esta transmisión está el aprendizaje informal (complemento natural de la vida cotidiana), que tiene su símbolo fundamental en la familia, vínculo privilegiado para legar la herencia de valores y creencias que puedan ayudar a sus miembros a desarrollarse como personas con raíces personales y sociales.

A veces, cuando tengo la oportunidad de pararme a contemplar y analizar las relaciones entre los adultos con los jóvenes y los niños, me da la sensación de que hemos perdido bastantes de la dimensión artesana y sabia que conlleva transmitir algo importante para la vida. Dichas transmisiones requieren mucha dedicación, grandes dosis de paciencia y empatía, y sobre todo el compromiso de quien sabe que no tiene muchas cosas más importantes que hacer que testar a sus seres queridos o allegados todo aquello que le ha servido para desenvolverse en la vida y, en última instancia, para ser feliz.

Ya dije que la denuncia de Pérez Reverte era genéricamente epistemológica y estaba particularmente ceñida a la memoria histórica de España, pero dejando a un lado eso, me parece importante que ampliemos esa denuncia también a lo experiencial (en lo genérico) y a lo religioso-teológico y a la realidad de la Iglesia en el mundo de hoy en lo concreto. Esto que quiero decir, lo expresa mucho mejor San Pablo con su alegato a favor de la predicación por la palabra de Cristo: "¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados?" (Rom 10, 14-15).