viernes, 25 de diciembre de 2009

¿Dónde vas a dormir esta noche?

NOTA.- Hoy se cumple un año del nacimiento de este blog. Curiosamente lo hacía con una reflexión basada en una anécdota del teólogo dominico Edward Schillebeeckx, quien falleció el pasado miércoles. Este hecho me llevó a incluir una entrada sobre él y demorar esta felicitación que estaba prevista para la Nochebuena. Por tanto, el contexto de la felicitación queda un poco desfasado pero mi afecto y mis mejores deseos para todos mantienen su actualidad y su vigencia. ¡Feliz Navidad!


Las luces navideñas brillan de un modo especial en la noche de las ciudades y los pueblos que, de una u otra manera, incluso sin saberlo, esperan al Mesías. Sin embargo, como ocurre con algunas luces, pueden contribuir a ver mejor aquello que alumbran o a cegar a quien quiere ver con otros ojos, impidiendo tomar contacto con la auténtica realidad.


La Navidad, la estrella que nos guía a Belén o nuestra religiosidad pueden ser luces que nos permiten profundizar en el misterio de la vida, pero también pueden ser montajes o aparatosos entramados de excusas, argumentos y distracciones de lo que realmente es relevante e importante para la vida.

La Navidad puede ser el lucero que insiste en recordar la importancia de Dios para nosotros, los seres humanos, para el mundo y para la vida, o puede ser un bucle situado en la bisagra que une el viejo año con otro nuevo. La estrella de Belén nos enfoca una realidad, la del pesebre entonces y la de los que están solos y desamparados hoy, que se constituye en prioridad para cualquier interpretación que quiera hacerse del espíritu navideño. La religiosidad puede ser la plataforma que nos permite llegar más allá y más alto, o el vértigo existencial que puede paralizarnos en virtud del engaño que nos trata de convencer de que nuestro mundo no puede mejorar.

En la antesala de la Nochebuena, mirando hacia el pesebre, podemos preguntarnos -como quizás lo hicieran María y José al ver a Jesús en aquella noche santa-, ¿dónde vas a dormir esta noche? Y he llegado a esta pregunta, a través de una de las canciones de más éxito en estos años, This is the life, de Amy MacDonald (ver vídeo abajo). Se trata de una pregunta que según quién y cuándo se la haga uno puede afectar desde lo más mundano a lo más trascendente, esto es, desde lo afectivo, lo sexual, o lo social, a lo religioso.

Preguntarse en Nochebuena, desde una clave religiosa, dónde vamos a dormir esta noche es una buena oportunidad de reformular todas las demás respuestas de nuestra vida, pues de este modo podemos retomar lo mundano a partir de lo trascendente.

Por otra parte, Navidad es, en cierta medida, un comienzo pero también, seguramente, una continuidad. Al igual que María, José y Jesús no llegaron al pesebre de cualquier manera, tampoco nosotros hemos llegado de cualquier manera al momento presente de nuestra vida. Como la historia del nacimiento de Jesús, la nuestra es la historia de una humanidad que quiere acoger a los demás y ser acogida por los demás.

Preguntarse en Nochebuena dónde vamos a dormir esta noche es, en definitiva, reflexionar sobre cómo y con quién estoy viviendo. Es una buena manera de estar preparado como el centinela para que cuando llegue la aurora pueda contestar correctamente otra pregunta no menos inquietante y estrechamente vinculada a la del título: ¿Con quién vas a compartir tu vida mañana?

Desde este blog, os deseo a todos que en esta Nochebuena durmáis en las manos de Dios y que al despertaros en la mañana de Navidad experimentéis la inmensa alegría de estar compartiendo la vida con quien queréis hacerlo.

¡Feliz Navidad y Buen Año 2010!




jueves, 24 de diciembre de 2009

En la muerte de fray Edward Schillebeeckx OP



Una de las razones obvias para descartar que Moisés hubiera sido el redactor del libro del Deuteronomio es que en él se narra su muerte. Hoy, nada más enterarme del fallecimiento del teólogo dominico flamenco Edward Schillebeeckx he recordado su fascinación por la capacidad y la necesidad humana de contar historias. Él, como Moisés, tampoco podrá contar este último capítulo de su vida, aunque sí podrá hacernos recordar algunos de los más célebres adagios de su extensa y brillante obra teológica: “Los hombres somos las palabras con las que Dios narra su historia”.


De Edward Schillebeeckx (Amberes 1914 - Nimega 2009) se han escrito y dicho tantas cosas que es difícil añadir algo novedoso. ¡Además él se encargó de contar algunos episodios de su biografía de modo personal! Pero quizás no esté de más añadir algunas cosas sobre él y para ello quisiera servirme de su vinculación a la figura de Santo Tomás de Aquino, a quien conoció profundamente sin que ello le condujera a un discurso neotomista o neoescolástico, sino a una búsqueda sincera y crítica de la verdad.


En primer lugar, la trayectoria histórica de la Iglesia nos recuerda que “los heterodoxos de hoy serán los ortodoxos de mañana”. Cuando Tomás de Aquino descubrió las obras de Aristóteles de la mano de su maestro San Alberto Magno, se sumergió en un mundo inexplorado pero en el que atisbó la posibilidad de fundamentar filosóficamente las verdades de la doctrina cristiana, consolidando así los cimientos de su riquísimo pensamiento teológico. Análogamente, Schillebeeckx encontró en la teoría crítica, en la hermenéutica de la experiencia y en otras fuentes y metodologías filosóficas y teológicas una manera de hablar de Dios de un modo más apropiado para el hombre de hoy. Tanto Tomás de Aquino como Schillebeeckx vivieron en sus días la incomprensión de quienes les acusaban de estar torpedeando la fe de la Iglesia, pero el tiempo le dio la razón al Aquinate y, en opinión de muchos, se la acabará dando al teólogo flamenco. En cualquier caso, si bien Schillebeeckx ha tenido una trayectoria teológica no exenta de tensiones con el Magisterio de la Iglesia, lo que sí es seguro es que ninguna de sus proposiciones teológicas fue nunca formalmente condenada y el papa Benedicto XVI, entonces cardenal Joseph Ratzinger, personalmente implicado en dichas investigaciones, podrá dar fe de ello.

En segundo lugar, no me gustaría que la osadía, el coraje y la valentía de Schillebeeckx para hacer teología eclipsaran la auténtica dimensión de su persona y su obra: la humildad. Fray Edward fue una persona bastante consciente de sus logros y de sus limitaciones y supo valorarlas en su justa medida. En cierta ocasión manifestó de modo autocrítico que la cristología que le hubiera gustado escribir era la del jesuita Roger Haight: Christ, symbol of God, obra no menos polémica que los volúmenes cristológicos de nuestro protagonista. Por lo demás, Schillebeeckx pudo aprender mucho, tanto en lo teológico como en lo humano, de grandes maestros y compañeros como De Peeters, Chenu y Congar, quienes tuvieron que unir a la calidad de su obra teológica, un plus de amor y fidelidad a la Iglesia probados en desagradables incidentes eclesiásticos y personales. Con ellos y de nuevo como Tomás de Aquino, comprobó Schillebeeckx, como todo buen teólogo, que la última palabra de su pensamiento teológico quedaba en manos de Dios.

Finalmente, Edward Schillebeeckx pasará a la historia como un buen teólogo. Su obra Jesús, la historia de un viviente, es sólo el ejemplo más conocido de una larga lista de libros y artículos de alta calidad. Su aportación merece ser reconocida en los campos de la cristología, la mariología, la eclesiología, la dogmática, sin olvidar otros. Y todo ello desde la hermenéutica de la encarnación –Schillebeeckx escribe teológicamente sobre el Deus humanissimus- que se refleja en la experiencia de Dios y de fe y que se manifiesta en la vida y obras del propio creyente. En este sentido, no se puede entender a Schillebeeckx fuera del contexto del concilio Vaticano II y lo que éste ha supuesto y ha de seguir suponiendo en la peregrinación de la Iglesia como heraldo de Dios en el mundo. En la teología de Schillebeeckx va incluida su fe y su contexto personal y por ello quienes quieran conocerle o criticarle con profundidad habrán de considerar estas claves y las suyas propias.


En este momento de tristeza por su fallecimiento, estoy convencido de que Schillebeeckx apelaría a la gracia para expresar teológicamente lo que supone un acontecimiento como este. Paradójicamente, y de nuevo igual que se nos cuenta de Santo Tomás de Aquino, Schillebeeckx preguntó a una edad muy temprana por Dios y lo hizo al contemplar la figura del Niño Dios en el belén de su hogar familiar. En este día de Nochebuena, fray Edward puede contemplar a Dios de una forma más perfecta y en mis oraciones por él, quisiera incluir mi deseo y mi esperanza de que tanto la Iglesia como la Orden Dominicana sepan estar a la altura de hacer justa memoria de este predicador dominico que se autodescribió a sí mismo como “un teólogo feliz”.


Con toda mi admiración y mi gratitud a fray Edward Schillebeeckx, descanse en paz. Amén.

martes, 15 de diciembre de 2009

Mosquitos en diciembre


Hace unos días, en pleno diciembre, tuve que capturar algunos mosquitos que no me dejaban dormir. A la incomodidad que supone su molesto aleteo, se unía en este caso la de tener que afrontar una situación que no se considera como normal (en el sentido de habitual). Sin embargo, lo único cierto es que los mosquitos estaban ahí y yo quería dormir.

Esta sencilla situación me trajo a la mente cómo los seres humanos hemos reflexionado acerca de lo que es normal, habitual y natural. Durante siglos hemos apelado con soltura al concepto de naturaleza para definir la esencia de las cosas. Hasta que tuvimos que asumir que eso de las esencias es tan perfecto que no admite las limitaciones de lo humano, y es tan humano que nos limita en nuestro anhelo de lograr un conocimiento perfecto de la realidad o del mundo.

Las esencias y lo natural pueden llegar a ser útiles en la explicación o clasificación de las cosas pero su debilidad radica en querer ofrecer como objetivo un conocimiento que siempre lleva algo de subjetivo (mediado por la presencia de sujetos que conocen). Así, cuando los temas son irrelevantes el concepto natural puede ser tan aséptico como diferenciar un tipo de yogurt –el natural- de otro –el de sabores-. Pero cuando el tema tiene muchísima relevancia, el concepto natural puede ser manipulado para tergiversar la realidad y tratar de someterla a nuestros intereses. Es aquí cuando, por ejemplo, aparecen las clásicas apelaciones a si lo natural es la conducta homosexual o la heterosexual, que puede llevar a etiquetar y a juzgar de modo injusto y sesgado a las personas que desarrollan dichas conductas.


Estas limitaciones han deteriorado mucho el valor del concepto “naturaleza”, hasta tal punto de que ha sido tildado de trasnochado, superado y ultraconservador. Sin embargo, a mí este concepto me sigue incordiando y quitando de cuando en cuando el sueño como los mosquitos, ya sea en una cálida noche estival o en una fría noche otoñal.


El mismo concepto de “naturaleza” que puede servir para marginar a las personas puede erigirse al mismo tiempo en el máximo defensor de su libertad, como nos recuerda el concepto de “ley natural” que tanto ha influido en los actuales derechos humanos. Por eso entiendo que quizás el problema no radique sólo en este concepto sino en el sentido y, especialmente, en la utilidad que le hemos querido dar.



Mientras reflexiono sobre ello, resulta que se ha celebrado una decisiva cumbre del clima en Copenhague en la que se nos avisa de que, en caso de no reaccionar ante el maltrato al que sometemos a la naturaleza, ésta puede llegar a cambiar de tal forma que ponga en riesgo la viabilidad de la vida humana, ya sea en su parcialidad o en su totalidad. De nuevo aparece el concepto “naturaleza”, pero ahora lo hace diciéndonos que lo que habíamos dado por trasnochado ¡puede ser la llave para un futuro y un desarrollo sostenible!


El problema del concepto “naturaleza” es que, por mucho que nos hayamos afanado en manipularlo ideológicamente, nos habla de cosas que tienen gran importancia para la humanidad. Es decir, apela a cosas que existen por una profunda –y a veces misteriosa- razón de ser, sin dejar que la realidad se deje acorralar por nuestra presuntuosa intención de tratar de someter todo lo que ocurre al designio de nuestra manera de ver la vida.


No se trata de un tema secundario. La prueba de ello es que, como ocurre con el cambio climático y con los mosquitos en diciembre, son problemas que no terminan de preocuparnos en exceso, pero sí tienen la suficiente entidad como para, en mayor o menor medida, quitarnos el sueño.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Despedirse en vida


A veces tenemos tan asumido que lo nuestro es vivir que se nos olvida que tan importante como eso es saber vivir, el cómo vivir. Dentro de ese arte de saber vivir, una de las principales manifestaciones es la de aceptar y asumir la muerte como parte del proceso vital. Nadie puede escapar a ella. La muerte está presente en nuestras vidas y sólo podemos inclinarnos a pensar o bien que es la que tiene la última palabra o bien que hay algo más fuerte que ella, como, por ejemplo, la vida eterna en la que creemos los cristianos.


Vivir es un arte y, por tanto, morir también lo es. Igual que en todo aprendizaje en la vida existen momentos de expansión, crecimiento rápido, asimilación de nuevas técnicas y pautas, pero llega un momento en el que uno percibe que poco a poco se acerca el momento de replegar las velas. Incluso todos hemos conocido a personas que han tenido la sabiduría suficiente para reconocer el último momento que habrían de compartir con alguien muy importante para ellas.


Como miembros de la tradición griega y de la cristiana, no podemos entender la vida separada de la sabiduría. La experiencia de la vida -propia o ajena-, los conocimientos atesorados -como individuo o como colectivo o especie humana- y la realidad de una vida que es temporal y que camina incesantemente hacia su fin, nos ponen sobreaviso de la importancia de saber-hacer, saber-estar y saber-actuar en cada momento.


Y entre esos momentos se encuentra la despedida. Es curioso que sean las despedidas y la muerte, dos de los temas más escurridizos en la mentalidad actual. Abunda la gente que rehuye de las despedidas y de la muerte. Sin embargo, la sabiduría humana nos dice que huir de la despedida sería renegar de todo lo bueno vivido con anterioridad a ese momento difícil y que, precisamente por ser tan bueno, causa tanto dolor y desasosiego en nuestros corazones. Igualmente huir de la muerte sería como renegar o desmarcarse de todo lo bueno que nos ha regalado una vida que, nos pongamos como nos pongamos, merece la pena ser vivida. Llegado ese momento es la hora de decir “confieso que he amado” o “confieso que he vivido”.


La historia nos ofrece momentos y reacciones geniales ante la muerte. Ahora mismo recuerdo dos que, por cierto, no suelen ser tan cursis como las despedidas del cine “hollywoodiense”. La primera, narrada por Platón en su diálogo Fedón, es la despedida de Sócrates en el momento previo de beberse el vaso de cicuta, al haber sido injustamente condenado a muerte por impío con los dioses y por instigador de los jóvenes atenienses. En esa escena Sócrates hace una defensa filosófica de la importancia de morir dignamente como resultado de haber llevado una vida de calidad (filosófica, para él) y por tanto merecedora de tener algún tipo de continuidad acorde a lo experimentado (inmortalidad del alma y reunirse con los dioses). Todo ello aderezado con unas gotas de humor irónico -especialidad socrática- pues mientras agonizaba logró reunir sus últimas fuerzas para pedirle a uno de sus amigos que no se olvidara de entregar un gallo a Asclepio, como pago de un deuda pendiente entre ellos.

La segunda despedida es la de San Alberto Magno, hombre sabio y fraile dominico del siglo XIII. Llegado a los últimos días de su vida, muy longeva para tratarse de un hombre medieval, y tras vivir innumerables sucesos y capítulos de relevancia tanto en su propia orden religiosa como en instituciones sociales y eclesiásticas, se retiró a su celda para dejar que la vida de su comunidad no se viera afectada por su declive. Cuando los frailes le llevaban la comida a la celda y tocaban la puerta para que les abriera, San Alberto contestaba diciendo: “El hermano Alberto ya no vive aquí”.


Vivir y morir son un arte que requiere sabiduría. Nuestra vertiente griega de la sabiduría nos ayuda a afrontar la despedida de la vida con sentido del humor y con filosofía, dejando resueltos todos los asuntos pendientes. Nuestra vertiente cristiana de la sabiduría nos recuerda que nuestra muerte no sólo no es el final sino una puerta de acceso para poder vivir con todos y en medio de todos para siempre. Morir en cristiano no es quitarse de en medio, sino comprometerse más a fondo con el resto, haciéndoles notar entre otras cosas que la despedida es la última muestra del amor que siempre te ligará a las personas a las que quieres. Quien muere se despide dejando su espacio vacío, pero animando a sus seres queridos a seguir sin su presencia física pero fortalecidos por la certeza de que su presencia espiritual formará parte de ellos para siempre. Por eso esta verdad existencial cristiana quedó perfectamente expresada en la célebre cita de Gabriel Marcel: “Amar a alguien es decirle: tú nunca morirás”.

martes, 1 de diciembre de 2009

Adviento, ¿espiritualidad o comercio?

Ya estamos en Adviento, así que ¡Feliz Año Litúrgico nuevo a todos! La repentina llegada de este tiempo litúrgico –o del decorado navideño- nos hace pasar del lamento por lo largas que se hacen las semanas al desconcierto porque, sin saber muy bien cómo, el año “se nos ha pasado volando”.

Quizás este Adviento nos venga bien para ponerle un poco más de espíritu a las cosas, de modo que ni se nos hagan muy pesadas ni se nos pasen sin que nos dé tiempo a saborearlas. Precisamente, si hoy el Adviento tiene un sentido para la gente, éste no es otro que el de aprender y prepararnos para saborear lo importante, lo sagrado de nuestra vida.

Casualmente hoy en clase explicaba a unos alumnos de 2º de la ESO (13 años) la diferencia entre lo sagrado y lo profano. Les comentaba que entre lo sagrado para las grandes religiones monoteístas estaban sus días festivos: el viernes para los musulmanes, el sábado para los judíos y el domingo para los cristianos. Después de bromear sobre lo que les gustaría a ellos que el día sagrado para los cristianos fuera el viernes para hacer puente cada semana, les he incordiado con algunas preguntas molestas: ¿a qué dedicamos los domingos?, ¿es positivo que mucha gente dedique sus domingos –todos o algunos- a trabajar?

Como buenos hijos de la sociedad de consumo, ellos han defendido la libertad de mercado y de los trabajadores-consumidores para dedicar el domingo a trabajar o consumir. Como hemos podido, finalmente hemos llegado al acuerdo de que trabajar en domingo es positivo siempre y cuando la motivación que lleva a una persona a tener que sacrificar otras cosas importantes por ese trabajo no se produjera por una causa impositiva o enajenadora de su libertad individual.

Y, hete aquí que cuando llego a casa y reviso las noticias por internet, me encuentro con la siguiente: Berlín cerrará sus tiendas los domingos porque no respetan el “recogimiento espiritual”. Se trata de una curiosa propuesta de las Iglesias católica y evangélica alemanas que ha sido amparada por el Tribunal Constitucional alemán.


Tras hacer un esfuerzo extra por evitar la pregunta de qué pasaría si esta propuesta se plantease en España (cada cual que se ponga el casco y piense lo que quiera), se me ocurre que lo sagrado y lo profano no se imponen por leyes, sino que se manifiestan vinculados al propio desarrollo de la existencia humana. Así, cada cual puede entrever qué es lo profano y qué es lo sagrado en su vida, ya sea como individuo aislado o como miembro de un colectivo (sociedad, iglesias, etc.).

Si lo sagrado es lo que ocupa lo más profundo y sincero de nuestro corazón, lo mejor es que eso se corresponda con algo que merezca la condición de sagrado: ¿es el trabajo? ¿es mi familia? ¿es Dios? ¿es …? Para contestar, como pautas de reflexión, ofrezco humildemente una de índole económica y otra espiritual.

La económica la tomo de J.K.Galbraith quien en su libro La sociedad opulenta, nos advierte de que es distinto decirle a la tentación que no puede entrar en nuestro corazón, que tener que pedirle que se marche después de haberla autorizado a entrar. La espiritual es de Jesús de Nazaret y nos dice que “el sábado se ha hecho para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2,27). Con la evidente aplicación al domingo, se entiende que no hay conexión auténtica con lo sagrado sin un uso maduro de la libertad y la responsabilidad.

Llegados a este Adviento, la pregunta es clara para el creyente: ¿a quién consagro yo mi corazón en Navidad? Tenemos cuatro semanas para prepararnos para contestar. Quizás podríamos hablar de las respuestas en febrero cuando haya culminado la Navidad litúrgica católica. Hasta entonces, no nos olvidemos de que “donde está tu tesoro, allí está también tu corazón” (Mt 6,21).