sábado, 4 de abril de 2009

Misericordia para Judas, misericordia para todos

No se puede vivir sin misericordia. Yo, al menos, no podría. Mucho de este sentimiento profundamente humano se lo debo a los dominicos y entre ellos a fray Javier Espinosa OP, buen hermano, profesor y amigo (por orden cronológico) hasta tal punto de ser uno de los “PredicaSeguidores de la Gracia” (lo cual supone un inmenso honor y gozo para mí). Con su aspecto bonachón, su gran corazón y su misericordia evangelizadora, él, en sintonía con sus hermanos de comunidad, tuvo el acierto de predicarnos a sus alumnos la importancia de la misericordia tanto en el plano práctico como en el teórico.

Lo de la práctica lo dejo para quien tenga la suerte de conocerle. Lo de la teoría nos lo explicó varias veces en sus clases de Religión. En una de ellas nos dijo, provocadoramente pero con mucha carga teológica, que Judas fue el mejor discípulo de Jesús. Ante nuestro escándalo adolescente por sus palabras, nos aclaró que lo que nos quería dar a entender es que Judas fue el discípulo que tuvo más conciencia de lo que Jesús había venido a hacer en este mundo.

Y esa fue la causa de su reacción. Los planes de Judas no coincidían con lo que él esperaba porque él ya había entendido muy bien qué era eso del Reino de Dios. Y su decepción se tradujo en traición. A veces los sentimientos de enfado o decepción nos empujan hacia decisiones o acciones estúpidas que buscando dar salida a nuestro despecho, lo que consigue es orientarlo con mayor fuerza en nuestra propia contra. Sin embargo, en última instancia, la vida y el amor hacen que en la traición, el traicionado salga reforzado y el traidor cuestionado.

Precisamente san Lucas, el evangelista de la misericordia, nos lo cuenta muy bien: “Entonces Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que era del número de los Doce” (Lc 22, 3). Satanás significa “quién como yo” y esa exacerbación del ego hasta la máxima potencia es lo que conocemos por infierno, esto es, vivir de tal manera que nuestras acciones nos alejan no sólo de nuestro auténtico yo sino también de todo lo que amamos, llegando incluso al extremo de no dejarnos amar.

Por su parte, Jesús simboliza todo lo contrario y lo manifiesta en la misma escena: la Última Cena. Ante el “quién como yo” de Satanás, Jesús opone el “quién como aquél que tiene tanto amor como para dar la vida por los demás”. Y no se trata de un gesto torero o heroico, sino de un gesto humilde de ponerse en manos de Dios porque muchas veces preferiríamos que aparte de nosotros este cáliz (Lc 22, 42). Eso es lo que denominamos “la voluntad de Dios”.

Creyentes y no creyentes solemos excusarnos en que no sabemos bien qué es eso de la voluntad de Dios. Pero el mandamiento del amor es la mejor clave para purificar falsas excusas y descifrar en qué consiste. Los cristianos creemos que el amor lo puede todo, incluso hacer de un acto tan triste como una traición, un símbolo de redención, de salvación y también de misericordia.

Llega la Semana Santa, un tiempo especialmente propicio para fortalecer y celebrar nuestra fe y nuestra esperanza. Pero sabemos por San Pablo que sin amor esas grandes virtudes no son nada. Y entre las mayores pruebas de amor está la misericordia, que es foco de bienaventuranza, porque el que sea misericordioso será bienaventurado, entre otras cosas porque recibirá misericordia (Mt 5, 7).

1 comentario:

  1. Hay tantos Judas en la historia y de tantas clases. la misericordia no es fácil, y quien diga lo contrario no sabe lo que dice. Por eso es necesario tener "los sentimientos de Cristo" para ser de verdad misericordiosos. Meter en nuestro corazón la miseria del otro, su pecado, su traición, su desamor, es algo casi imposible. Lo del casi es para dar cabida a que el Espíritu de Jesús lo haga en nosotros.
    Santa Semana.
    María

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