martes, 1 de febrero de 2011

La verdad de un libro

Años después de los siniestros Syllabus o índices de libros prohibidos, parece que la actualidad nos trae la noticia de que el libro Jesús del teólogo vasco José Antonio Pagola va a ser investigado por presuntas afirmaciones contrarias a la fe católica. Pero como no conozco detalles sobre este asunto ni está entre mis intereses tratarlo aquí y ahora, me escabulliré por el resquicio que me ofrece el paradójico hecho de que el afán por dificultar la edición y publicación de este libro se haya convertido en una de sus principales fuentes de promoción.

El pasado verano tuve la oportunidad de preguntar a una mujer que leía el libro en cuestión, si sabía de la situación en la que se encontraba el texto. Su respuesta fue tan curiosa como sincera. El morbo de la prohibición del mismo unido a la oportunidad de encontrar uno de los dos o tres últimos ejemplares que quedaban en una librería religiosa le habían incitado a lanzarse a su lectura. Para colmo, pese a su avanzada edad, la mujer reconocía que, en el punto de la lectura en el que se encontraba, aún no se había topado con ninguna afirmación aparentemente peligrosa o escandalosa.

Sin embargo, no todo es bueno para el autor del libro. Si bien sus censores o fiscales le han ahorrado mucho trabajo en la difusión del libro, lo cierto es que por otra parte siempre le quedará la duda de si es leído por la calidad de su reflexión teológica o por el mero morbo de acceder a “lo prohibido”. En el trasfondo de lo accidental, el morbo y la sospecha, queda lo sustancial: la verdad de un libro.

Sin olvidarme de que es difícil no resbalar en las reflexiones sobre el denominado misterio de Dios –la Trinidad-, pero que tampoco son tantas las verdades dogmáticas que delimitan el quehacer teológico católico, me pregunto por las actitudes que dificultan la lectura de libros que permitan a los creyentes poder comprender o fortalecer los argumentos y los fundamentos de su creencia.

Miedo, morbo, audacia, teología y mucha o poca fe no son ingredientes nuevos en la composición-redacción-aceptación e interpretación de la verdad de un libro religioso. La propia Escritura, empezando por los evangelios, no escapa a esta posibilidad que aún existiendo no es ni más amenazante ni menos inocua de lo que realmente es. Como tampoco el autor y sus censores son más listos de lo que son, ni los potenciales lectores son más ingenuos de lo que son.

Hace años que Joan Manuel Serrat cantaba que “nunca es triste la verdad; lo que no tiene es remedio”. Muchos años antes, en el seno de una disputa teológica narrada en los Hechos de los Apóstoles, y que escandalizaba a unos y no les parecía para tanto a otros, alguien (Gamaliel) sugirió un criterio que no ha dejado de perder vigencia: “Si este plan o esta obra es cosa de los hombres, fracasará; pero si es de Dios, no conseguiréis destruirlos. No sea que os encontréis luchando contra Dios” (Hch 5, 38-39).

1 comentario:

  1. Hola, soy nuevo en esta plaza y no termino de captar tu forma de expresarte.

    Te cuento que a mí me quisieron meter el libro de mala manera, diciéndome que era buenísimo, lo último de lo último. A Pagola le conocía de oídas y de haber leído algunas cosillas suyas. En mi ignorancia no le consideraba sino un buen profesor, cercano a su alumnado y buen disertador. Lo compré, lo empecé y se lo regalé a un amigo que se iba.

    Tiempo después, en un grupo de reflexión que tengo en la parroquia, después de leer comunitariamente, -y por lo tanto con calma, comentando, discutiendo y orando-, Hechos, sugerí que en lugar de entrar directamente en uno de los evangelios como alguno proponía, podíamos intentar leer juntos el “Jesús, aproximación histórica”.

    Yo me lo leí antes, pero al tiempo también empecé a leer el “Judío marginal” de Meier. Juntos se me aclararon muchas cosas, y empecé entonces a valorar el trabajo de Pagola.

    La novedad está en que pone al alcance de cualquiera lo que de otra forma estaría vetado. Es cercano, entendible, bien escrito y se lee con cariño. Resulta amable.

    Sólo detecto un fallo: me parece que ofrece un evangelio edulcorado, facilón y una pizca sentimental.

    Corrígeme si estoy equivocado. Un saludo.

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