En una felicitación navideña que
entregaba a los alumnos de mi tutoría de Bachiller, incluía la
siguiente frase: “Hay dos tipos de Navidad: las que tienen en
cuenta a Dios y las que lo excluyen”. Sirva este punto de partida
para realizar un acercamiento a la Navidad que no se deslice por los
derroteros de la ñoñería o lo espiritualmente correcto.
Llama la atención la frecuente
dificultad que muchos hombres y mujeres contemporáneos
tienen/tenemos para gestionar la Navidad. Cierto es que mucho de esto
tiene que ver con el consumismo, con las complejas relaciones
familiares, con la adicción al trabajo y otros muchos factores, pero
todos ellos son, en mi opinión, secundarios y accidentales, respecto
al único factor decisivo de la Navidad que no es otro que el
espiritual y su conexión con el Absoluto, esto es, con Dios. Y esta
situación conlleva tal profundidad que no sólo afecta a los
creyentes sino que tampoco excluye a los ateos e increyentes, y de
ahí la magnitud de este malestar.
Espiritualidad y Navidad, o
espiritualidad navideña, como toda espiritualidad auténtica no es
lo que a uno le gustaría que fuese sino lo que realmente es /lo
cual, por cierto, no es fácil de discernir). Y es ahí donde aparece
Dios o, mejor dicho, es a partir de ahí desde donde tenemos que
empezar a rastrear las huellas de Dios en nuestras vidas. Visto o
leído así, no es extraño que el hombre contemporáneo experimente
tanta dificultad para vivir la Navidad. Es por ello que me parece
urgente la recuperación de una propuesta navideña que sea
contextual.
Y, ¿en qué puede radicar dicho
contexto? Se me ocurren algunos enfoques pero, sin duda, el más
universal es el antropológico, entendiendo por tal, el que es capaz
de hacer que cada persona pueda verse reflejada en el espejo
experiencial que se le ofrece en la propuesta navideña original.
Dicha propuesta nos remite a la antropología bíblica y a
situaciones tan humanas como los sueños, el conflicto entre los
planes personales y los planes comunitarios, la riqueza de la
sencillez, la importancia de las promesas y del sentido, la adoración
como consecuencia del reconocimiento de algo grandioso, etc.
En esta Navidad 2014, mi reflexión y
mi ejercicio espiritual es profundizar, rezar y vivir desde esta
clave contextual del misterio navideño. Ojalá que los frutos de la
misma sean como la estrella que guía los pasos hacia el objetivo
último de la Navidad que es conectar con el otro gran misterio
cristiano: la Pascua.
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