martes, 15 de diciembre de 2009

Mosquitos en diciembre


Hace unos días, en pleno diciembre, tuve que capturar algunos mosquitos que no me dejaban dormir. A la incomodidad que supone su molesto aleteo, se unía en este caso la de tener que afrontar una situación que no se considera como normal (en el sentido de habitual). Sin embargo, lo único cierto es que los mosquitos estaban ahí y yo quería dormir.

Esta sencilla situación me trajo a la mente cómo los seres humanos hemos reflexionado acerca de lo que es normal, habitual y natural. Durante siglos hemos apelado con soltura al concepto de naturaleza para definir la esencia de las cosas. Hasta que tuvimos que asumir que eso de las esencias es tan perfecto que no admite las limitaciones de lo humano, y es tan humano que nos limita en nuestro anhelo de lograr un conocimiento perfecto de la realidad o del mundo.

Las esencias y lo natural pueden llegar a ser útiles en la explicación o clasificación de las cosas pero su debilidad radica en querer ofrecer como objetivo un conocimiento que siempre lleva algo de subjetivo (mediado por la presencia de sujetos que conocen). Así, cuando los temas son irrelevantes el concepto natural puede ser tan aséptico como diferenciar un tipo de yogurt –el natural- de otro –el de sabores-. Pero cuando el tema tiene muchísima relevancia, el concepto natural puede ser manipulado para tergiversar la realidad y tratar de someterla a nuestros intereses. Es aquí cuando, por ejemplo, aparecen las clásicas apelaciones a si lo natural es la conducta homosexual o la heterosexual, que puede llevar a etiquetar y a juzgar de modo injusto y sesgado a las personas que desarrollan dichas conductas.


Estas limitaciones han deteriorado mucho el valor del concepto “naturaleza”, hasta tal punto de que ha sido tildado de trasnochado, superado y ultraconservador. Sin embargo, a mí este concepto me sigue incordiando y quitando de cuando en cuando el sueño como los mosquitos, ya sea en una cálida noche estival o en una fría noche otoñal.


El mismo concepto de “naturaleza” que puede servir para marginar a las personas puede erigirse al mismo tiempo en el máximo defensor de su libertad, como nos recuerda el concepto de “ley natural” que tanto ha influido en los actuales derechos humanos. Por eso entiendo que quizás el problema no radique sólo en este concepto sino en el sentido y, especialmente, en la utilidad que le hemos querido dar.



Mientras reflexiono sobre ello, resulta que se ha celebrado una decisiva cumbre del clima en Copenhague en la que se nos avisa de que, en caso de no reaccionar ante el maltrato al que sometemos a la naturaleza, ésta puede llegar a cambiar de tal forma que ponga en riesgo la viabilidad de la vida humana, ya sea en su parcialidad o en su totalidad. De nuevo aparece el concepto “naturaleza”, pero ahora lo hace diciéndonos que lo que habíamos dado por trasnochado ¡puede ser la llave para un futuro y un desarrollo sostenible!


El problema del concepto “naturaleza” es que, por mucho que nos hayamos afanado en manipularlo ideológicamente, nos habla de cosas que tienen gran importancia para la humanidad. Es decir, apela a cosas que existen por una profunda –y a veces misteriosa- razón de ser, sin dejar que la realidad se deje acorralar por nuestra presuntuosa intención de tratar de someter todo lo que ocurre al designio de nuestra manera de ver la vida.


No se trata de un tema secundario. La prueba de ello es que, como ocurre con el cambio climático y con los mosquitos en diciembre, son problemas que no terminan de preocuparnos en exceso, pero sí tienen la suficiente entidad como para, en mayor o menor medida, quitarnos el sueño.

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