lunes, 7 de diciembre de 2009

Despedirse en vida


A veces tenemos tan asumido que lo nuestro es vivir que se nos olvida que tan importante como eso es saber vivir, el cómo vivir. Dentro de ese arte de saber vivir, una de las principales manifestaciones es la de aceptar y asumir la muerte como parte del proceso vital. Nadie puede escapar a ella. La muerte está presente en nuestras vidas y sólo podemos inclinarnos a pensar o bien que es la que tiene la última palabra o bien que hay algo más fuerte que ella, como, por ejemplo, la vida eterna en la que creemos los cristianos.


Vivir es un arte y, por tanto, morir también lo es. Igual que en todo aprendizaje en la vida existen momentos de expansión, crecimiento rápido, asimilación de nuevas técnicas y pautas, pero llega un momento en el que uno percibe que poco a poco se acerca el momento de replegar las velas. Incluso todos hemos conocido a personas que han tenido la sabiduría suficiente para reconocer el último momento que habrían de compartir con alguien muy importante para ellas.


Como miembros de la tradición griega y de la cristiana, no podemos entender la vida separada de la sabiduría. La experiencia de la vida -propia o ajena-, los conocimientos atesorados -como individuo o como colectivo o especie humana- y la realidad de una vida que es temporal y que camina incesantemente hacia su fin, nos ponen sobreaviso de la importancia de saber-hacer, saber-estar y saber-actuar en cada momento.


Y entre esos momentos se encuentra la despedida. Es curioso que sean las despedidas y la muerte, dos de los temas más escurridizos en la mentalidad actual. Abunda la gente que rehuye de las despedidas y de la muerte. Sin embargo, la sabiduría humana nos dice que huir de la despedida sería renegar de todo lo bueno vivido con anterioridad a ese momento difícil y que, precisamente por ser tan bueno, causa tanto dolor y desasosiego en nuestros corazones. Igualmente huir de la muerte sería como renegar o desmarcarse de todo lo bueno que nos ha regalado una vida que, nos pongamos como nos pongamos, merece la pena ser vivida. Llegado ese momento es la hora de decir “confieso que he amado” o “confieso que he vivido”.


La historia nos ofrece momentos y reacciones geniales ante la muerte. Ahora mismo recuerdo dos que, por cierto, no suelen ser tan cursis como las despedidas del cine “hollywoodiense”. La primera, narrada por Platón en su diálogo Fedón, es la despedida de Sócrates en el momento previo de beberse el vaso de cicuta, al haber sido injustamente condenado a muerte por impío con los dioses y por instigador de los jóvenes atenienses. En esa escena Sócrates hace una defensa filosófica de la importancia de morir dignamente como resultado de haber llevado una vida de calidad (filosófica, para él) y por tanto merecedora de tener algún tipo de continuidad acorde a lo experimentado (inmortalidad del alma y reunirse con los dioses). Todo ello aderezado con unas gotas de humor irónico -especialidad socrática- pues mientras agonizaba logró reunir sus últimas fuerzas para pedirle a uno de sus amigos que no se olvidara de entregar un gallo a Asclepio, como pago de un deuda pendiente entre ellos.

La segunda despedida es la de San Alberto Magno, hombre sabio y fraile dominico del siglo XIII. Llegado a los últimos días de su vida, muy longeva para tratarse de un hombre medieval, y tras vivir innumerables sucesos y capítulos de relevancia tanto en su propia orden religiosa como en instituciones sociales y eclesiásticas, se retiró a su celda para dejar que la vida de su comunidad no se viera afectada por su declive. Cuando los frailes le llevaban la comida a la celda y tocaban la puerta para que les abriera, San Alberto contestaba diciendo: “El hermano Alberto ya no vive aquí”.


Vivir y morir son un arte que requiere sabiduría. Nuestra vertiente griega de la sabiduría nos ayuda a afrontar la despedida de la vida con sentido del humor y con filosofía, dejando resueltos todos los asuntos pendientes. Nuestra vertiente cristiana de la sabiduría nos recuerda que nuestra muerte no sólo no es el final sino una puerta de acceso para poder vivir con todos y en medio de todos para siempre. Morir en cristiano no es quitarse de en medio, sino comprometerse más a fondo con el resto, haciéndoles notar entre otras cosas que la despedida es la última muestra del amor que siempre te ligará a las personas a las que quieres. Quien muere se despide dejando su espacio vacío, pero animando a sus seres queridos a seguir sin su presencia física pero fortalecidos por la certeza de que su presencia espiritual formará parte de ellos para siempre. Por eso esta verdad existencial cristiana quedó perfectamente expresada en la célebre cita de Gabriel Marcel: “Amar a alguien es decirle: tú nunca morirás”.

2 comentarios:

  1. Amar a alguien es saber reconocer todo lo bueno que te ha regalado.
    Gracias Miguel, de nuevo, por este encuentro que después de leerte ya vuelve a ser despedida.
    Un abrazo

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  2. Por razonamientos como estos "de mayor quiero ser mayor". Ahora sólo veo de lejos estas ideas, pero nunca he deparado a pensar en ellas. Ahora sólo me doy cuenta que hay modos de vivir diferentes. Y que es cada uno el que elige cómo quiere vivirlo.
    Espero que no hayas perdido a nadie.
    Un placer leerte, como siempre.
    Ani.

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