martes, 9 de febrero de 2010

¿Contratar a Jesucristo?

No son pocas las veces en las que existe la sensación de que somos exagerados en las expectativas que depositamos en nuestros proyectos y/o en los demás. Una de esas ocasiones la percibo en los intentos de algunas instituciones eclesiásticas por evangelizar en y desde sus diferentes entidades: colegios, universidades, clínicas, residencias, etc. En concreto, me refiero a las propuestas laborales en las que se piensa que un cambio de rumbo drástico o la contratación o asignación de una persona presuntamente competente puede reconectar el proyecto con unos orígenes y unos ideales de los que, quizás, nunca debió distanciarse. ¡Se llega a pensar que una persona o lo que significa puede erigirse en el salvador de ese proyecto o institución! Habría acaso que preguntarse si quienes así proceden pueden llegar a sentirse, inmersos en su ceguera maquiavélica, tan poderosos e importantes como para plantearse contratar a Jesucristo para que trabaje para ellos.

Sin embargo, las cosas no son tan sencillas. El evangelio del pasado domingo nos ofrece a este respecto una preciosa clave de interpretación. En el relato de "la pesca milagrosa" (Lc 5, 1-11), los discípulos –y entre ellos Pedro, ocupando un papel protagonista- se desesperan porque después de estar bregando toda la noche, no habían pescado nada. Pero Jesús, lejos de recurrir a palabras vacías, les pide un esfuerzo extra (“Boga mar adentro”) y sobre todo que confíen en la fecundidad de su palabra. Ante la fuerza de la palabra de Jesús que posibilita el éxito de su acción, los discípulos toman conciencia de su vocación (la voz que suscita, anima y sustenta nuestra acción vital). Su misión es seguir a Jesús para llegar a ser pescadores de hombres.

El seguidor de Jesús sabe que su cometido es rastrear y seguir sus huellas. Sabe que media un abismo entre seguir al Mesías y pretender que sea éste quien se amolde a sus pretensiones. Es la distancia que nos pone en la senda de la gracia o nos hunde en la trampa del pecado. Y es que no es lo mismo ser contratado por Dios, el dueño de la viña, que pretender contratar a Dios, pues aunque los discípulos suben a Jesús en su barca, se les escapa que Él ya estaba allí antes de que ellos repararan en la fuerza de su presencia salvadora.

Vivir la vida desde la gracia implica recordar que la salvación, tanto propia como ajena, hay que procurarla y merecerla como si dependiera de uno mismo, pero sin olvidarse de que depende totalmente de Dios. Cuando acometemos proyectos personales o comunitarios debemos salir de nuestras ambiciones egoístas y recordar que vayamos donde vayamos y hagamos lo que hagamos, Dios ya estaba allí antes que nosotros.

1 comentario:

  1. Es así Miguel... Cuando una va a llegar a la meta de alguno de sus proyectos, Dios ya se adelantó a preparar la carpa, la llegada, la megafonía y el beso.

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