martes, 24 de mayo de 2011

Santo Domingo, el yo y sus circunstancias

Leyendo una entrevista al director de cine, Roland Joffé (con motivo de la promoción de su última película Encontrarás dragones), me encontré con una sugerencia que no me gustaría que pasara desapercibida en lo que se refiere al conocimiento y aprovechamiento del ejemplo de los santos. Dice Joffé: “Si hacemos que el santo sea el centro de la película, entonces podemos perder de vista el mundo que le rodea, que es el lugar donde expresaba su santidad”.

Hoy en la fiesta de la Traslación de Santo Domingo, al releer esta sugerente idea, me viene a la mente el ejemplo de los grandes santos de la Iglesia que, más allá de las exageraciones literarias de las hagiografías, han logrado trascender la falsa apariencia de su hornacina y su aureola mediática para dejarnos en herencia una forma peculiar y original de seguir a Jesucristo.

Tomando como ejemplo al propio Domingo de Guzmán (aunque bien podríamos fijarnos en otros santos ilustres como Francisco de Asís), se puede ver hasta qué punto esta intuición de Joffé resulta decisiva, pues en la vida de los santos lo importante nunca fue su ego sino la compasión y la insistencia por entregarse al mundo que les rodeaba.

Así pues, al igual que el santo no es nada sin sus circunstancias y, sobre todo, sin quien es la única Circunstancia eterna de su vida, los miembros y los integrantes de las familias religiosas fundadas por santos tienen en este consejo una pista por la que guiar sus huellas al estilo de sus fundadores sin perder de vista la única referencia válida por sí misma y capaz de dar sentido al mundo que les rodea: Jesucristo y su Evangelio.

Resulta curioso como años y siglos después, por encima de campañas de marketing y desvelos y disputas alejadas del espíritu evangélico, la mejor manera de vivir el seguimiento de Jesús desde la fidelidad a un carisma sigue radicando en desprenderse de lo prescindible (incluyendo el propio ego) para darse uno mismo y darlo todo a los demás, aspirando así al noble ideal de perderlo todo a cambio de la Nada que es capaz de saciar las ansias de plenitud y felicidad del ser humano.

Hoy, igual que en los orígenes del cristianismo, ser santo significa ser feliz. Y no hay otra forma de ser feliz que haciendo felices a los demás. Mirando el ejemplo de Domingo de Guzmán me resulta más fácil aplicarlo a mi propia vida. ¡Ojalá sea así para todos!

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