miércoles, 11 de abril de 2012

Resurrección y seres queridos

Ante todo, ¡Feliz Pascua a todos! Junto a mi deseo de que la vida que emana de la experiencia de creer en Jesús resucitado inunde la existencia de todo el mundo.

Pensar, experimentar y creer en la resurrección me hace recordar una preciosa anécdota que cuenta el filósofo Rafael Larrañeta en su ingenioso libro Lecciones para la clase de Utopía. La anécdota habla por sí misma y es la siguiente: En un pueblecito de Westfalia, mi amigo Bernhard, campesino, me llevaba paseando por el verde entorno del lugar hasta que llegamos al cementerio. (…) Deteniéndose en uno de aquellos singulares rincones mi acompañante me dijo. “Aquí descansa mi madre. ¿Crees tú que algún día resucitará? No me contestes con discursos. Yo pienso que no. Sus carcomidos huesos jamás volverán a tener vida. No puedo creer tal cosa”. Desconcertado por tan súbita interpelación, respondí vacilante: “Es difícil creerlo, desde luego. Pero en ese caso el entierro de los nuestros es como el de cualquier resto orgánico. Muere, estorba, hacemos un hoyo y ¡ya! Ése es mi dilema, Berhnard, que si lo uno me resulta difícil creerlo, lo otro me es casi imposible aceptarlo. Si es ardua la espera en la resurrección, más cuesta arriba se me hace conformarme con que la vida humana finalice como la de un hermoso animal”.

Para mí, y esto es un motivo de gratitud y orgullo, pensar, experimentar y creer en la Resurrección de Jesús no habría sido y no es posible sin la transmisión de la fe por parte de seres queridos -familiares y amigos- que con su testimonio de vida lo hicieron viable. Algunos de ellos duermen ya el sueño de la vida en la esperanza de la resurrección en la que yo también confío y no sólo porque albergo la ilusión de volver a reunirme de un modo más intenso con ellos sino también porque confío en que sus catequesis y sus ejemplos de vida han sido en gran medida las mejores expresiones imaginables de lo que es y puede ser la vida eterna.

En estos días de Semana Santa he podido y querido rezar especialmente por aquellos familiares y amigos que han fallecido en este último año. Ahora, junto con esta reflexión, rezo con mayor énfasis por todos y cada uno de ellos unidos en la fe en la promesa de vida que Jesucristo nos hizo a todos.

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