viernes, 27 de abril de 2012

Aires de grandeza

La eliminación, para muchos sorprendente, de dos de los clubes más poderosos de Europa, económicamente hablando, pone sobre la mesa un tema profundamente humano y que, como tal, está genialmente recogido en la Biblia, y que no es otro que el exceso de vanidad que pretende rebelarse contra la realidad, olvidando incluso que se vuelve contra los demás e incluso contra uno mismo. Abusar y dejarse llevar por excesivos aires de grandeza es la forma vanidosa de adentrarse en el fangoso terreno de las mentiras que tienen repercusión práctica en nuestras vidas.

Como ya he dicho, esta realidad se recoge de modo paradigmático en los devaneos económicos y políticos que el pueblo de Israel mantuvo en el periodo posterior a la monarquía de David y Salomón. Lejos de contentarse con dividirse en el reino del Norte y en el reino del Sur, ambos territorios optaron por implicarse en aventuras políticas que conllevaban excesivos aires de grandeza. Así, en el 721 a.C., el reino del Norte se vio deportado por los asirios y, lejos de escarmentar en cabeza ajena, el reino del Sur fue desterrado a Babilonia en el 586 a.C.

Es la vida, es la condición humana, es la vanidad... son los excesivos aires de grandeza. Por eso, para el creyente, es doblemente importante saber estar existencialmente, no sólo porque su error sería tan grave como el de cualquier mortal, sino porque sería aún mayor al incidir en un error magnificado por el simple hecho de haber omitido la omnipresente presencia de Dios.

En esta semana futbolera, mi sensación es que algunos clubes y personajes relacionados con ellos han llegado a sentir la engañosa sensación del control y la omnipotencia de la atmósfera futbolística. Horas después, unos y otros, derribados por el mismo error, han sucumbido al duro trago de afrontar que su grandeza no sólo no es la que ellos deciden, sino que no es ni mayor ni menor de lo que les corresponde. Eso es duro de aceptar incluso cuando se intuye o se tiene un mínimo de sabiduría para asumirlo y ante la poca conciencia sobre ello, quizás eso explique la decepción masiva, el esperpéntico espectáculo de retahíla de excusas cutres y los ídolos del fútbol abochornados mientras caían de rodillas implorando una fuerza que, en el fondo, nunca dejaron de creer que no controlaran por ellos mismos.

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