lunes, 25 de febrero de 2013

Toni Cantó y lo políticamente correcto

Un titular de prensa pone al lector en alerta acerca de una noticia de presunto interés informativo. Sin embargo, más allá de la realidad lo cierto es que quizás debería plantear el asunto como unas declaraciones (además en redes sociales) de un político célebre por su actividad extrapolítica, sobre un tema polémico (la violencia de género) que es demasiado importante como para reducirlo a inagotable combustible polémico, y en un contexto y unas formas que no coinciden ni por asomo con lo que, ¿hipócrita o sutilmente?, se suele llamar “lo políticamente correcto”.

Sólo este simple vistazo debería servir para reflejar el fondo, las formas y los aderezos con los que la sociedad maneja determinadas problemáticas y situaciones. Del fondo, vuelve a quedar puesto de manifiesto que si quieres ser “aniquilado mediática o socialmente” sólo tienes que intentar procurar hacer el mas mínimo intento de argumentación sobre un tema candente y el resto lo hará la marabunta. Desde ese momento, la verdad (si es que alguna vez importó) se echa a la cuneta para dejar el camino expedito a la forma. Una forma en la que cualquier táctica que no contemple ni lo racional, ni lo razonable, ni mucho menos lo respetuoso, no tiene la más mínima opción de sobrevivir ante la exitosa opción del grito, la interrupción, el aplauso postizo y la demagogia que apela a teclas demasiado fáciles de pulsar.

De los aderezos, sólo con pensar que una frase, una mueca o una mala idea de alguien (incluso de uno mismo) puede ser la indispensable carnaza para que las pirañas y los leones anónimos de la masa que opina en lugar de meditar, que juzga en lugar de escuchar y que pulsa botones en lugar de buenos sentimientos, pueden ser más que suficientes para que lo amarillo (nótese que no he optado por otros colores más “simbólicos”) pueda ser verde y no ser verde a la vez y viceversa.

Andemos con cuidado en este mundo aparente empeñado en alabar cada día la advertencia del mito de la caverna de Platón, porque los peligros que afrontamos son sólo los reales. El problema es si son más reales los peligros que considero como tales u otros más sutiles y lesivos que, con perdón por la “tibieza”, podemos denominar los peligros presuntos aparentes.

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