Un titular de prensa pone al lector en alerta acerca de una noticia de presunto interés informativo.
Sin embargo, más allá de la realidad lo cierto es que quizás
debería plantear el asunto como unas declaraciones (además en redes
sociales) de un político célebre por su actividad extrapolítica,
sobre un tema polémico (la violencia de género) que es demasiado
importante como para reducirlo a inagotable combustible polémico, y
en un contexto y unas formas que no coinciden ni por asomo con lo
que, ¿hipócrita o sutilmente?, se suele llamar “lo políticamente
correcto”.
Sólo este simple vistazo debería
servir para reflejar el fondo, las formas y los aderezos con los que
la sociedad maneja determinadas problemáticas y situaciones. Del
fondo, vuelve a quedar puesto de manifiesto que si quieres ser
“aniquilado mediática o socialmente” sólo tienes que intentar
procurar hacer el mas mínimo intento de argumentación sobre un tema
candente y el resto lo hará la marabunta. Desde ese momento, la verdad (si es que alguna vez importó) se echa a la cuneta para dejar el camino expedito a la forma. Una forma en la que cualquier
táctica que no contemple ni lo racional, ni lo razonable, ni mucho
menos lo respetuoso, no tiene la más mínima opción de sobrevivir ante
la exitosa opción del grito, la interrupción, el aplauso postizo y
la demagogia que apela a teclas demasiado fáciles de pulsar.
De los aderezos, sólo con pensar que
una frase, una mueca o una mala idea de alguien (incluso de uno
mismo) puede ser la indispensable carnaza para que las pirañas y los
leones anónimos de la masa que opina en lugar de meditar, que juzga
en lugar de escuchar y que pulsa botones en lugar de buenos
sentimientos, pueden ser más que suficientes para que lo amarillo
(nótese que no he optado por otros colores más “simbólicos”)
pueda ser verde y no ser verde a la vez y viceversa.
Andemos con cuidado en este mundo
aparente empeñado en alabar cada día la advertencia del mito de la
caverna de Platón, porque los peligros que afrontamos son sólo los
reales. El problema es si son más reales los peligros que considero
como tales u otros más sutiles y lesivos que, con perdón por la
“tibieza”, podemos denominar los peligros presuntos aparentes.
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