domingo, 25 de enero de 2009

Obama y la conversión de San Pablo

Visto lo visto, supongo que si uno pretende que su Blog sea algo actual no debería dejar pasar estos días sin decir algo sobre Barak Obama. Más aún si tuvieran razón aquellos que dicen ver un cierto parecido físico entre ese señor tan importante y este humilde bloguero (similitud que yo no comparto y sirva de argumento la prueba gráfica anexa).

Es significativo el largo plazo de tiempo que transcurre entre la elección y el nombramiento del presidente de los Estados Unidos, pero más significativo me parece que nuestro hermano Obama parezca haber adelantado algunas semanas la Cuaresma al impregnar el discurso de toma de posesión de su cargo con un cierto talante de conversión.

Sí, porque Mr. Obama es profundamente religioso (o eso afirman él y sus palabras) y ha cargado de un inequívoco tinte teológico (y teleológico) su discurso, en el que –¡oh, my blog!- también ha apelado a la gracia de Dios que actúa en los hombres (aunque él la aplica con cierto tono exclusivista a los estadounidenses).

Me pregunto cómo habrán reaccionado muchas personas al comprobar que el hombre más “poderoso” de la Tierra emplea una terminología y una convicción eminentemente religiosas y no necesariamente idénticas al recurso demagógico de George W. Bush al apoyo de Dios, o del dólar al “In God we trust”, o al eficaz y endogámico “God bless América”.


Es probable que la divinidad en la que creen los presidentes estadounidenses siga estando más cerca de lo que es la "idea de Dios" que de lo que verdaderamente es la "existencia de Dios", y un Dios encarnado e implicado con sus criaturas, que es en el que creemos los cristianos. Sin embargo, creo (o quiero) ver en el discurso de Obama una línea que acaba implorando la gracia divina pero que parte de la autocrítica y de una honesta e irrenunciable actitud de conversión. Algunos periódicos han resumido el discurso presidencial es la siguiente sentencia: “El mundo ha cambiado, y nosotros tenemos que cambiar con él”.

Leyendo por encima el discurso, ya se puede comprobar que este talante de conversión condena el cinismo de quienes cegados por su ambición y su egoísmo se niegan a admitir el cambio del contexto y el fin de su esterilidad personal (y de todo tipo) con la que han castigado y tratan de seguir castigando a tanta gente de bien. También se trata de una conversión que adquiere conciencia de la relevancia del bien común. O que desafía a quienes se aferran al poder mediante la corrupción y el engaño y reprimiendo la disidencia. Y no hace falta que imaginemos caras o nombres con los que identificar estas descripciones pues es, finalmente, una conversión que tiene muy presente el horizonte irrenunciable del entendimiento, el diálogo y la reconciliación (“os tenderemos la mano su estáis dispuestos a abrir el puño”). Es decir, es una conversión que para ser eficaz ha de empezar por uno mismo.

Celebramos hoy, 25 de enero, la fiesta de la Conversión de San Pablo, y me viene a la mente que hace casi dos mil años el apóstol de los gentiles no sólo experimentó su propia conversión, contrastada por la asunción de que un tiempo nuevo había llegado y de que su propia vida y la de los que le rodeaban iba a dar un vuelco total. Sus alegatos a favor del auténtico amor (1 Co 13) y del bien común (Flp 2, 1-5), su firmeza a la hora de corregir fraternalmente (2 Cor 6, 11), su vigor para poner a la gente en marcha (Rom 10, 14-15) o su desconfianza por aquellos que se hacían llamar o se consideraban “súper apóstoles” (2 Cor 11, 5), fueron indicios de una forma de estar en medio como el que sirve que si no se ve reflejada en el discurso de Obama, no estaría de más que lo considerara.

La transformación de Saulo de Tarso en San Pablo es el símbolo de una conversión que nos saca de nuestras comodidades y seguridades poniendo la vida en manos de Dios y en el aliento de su gracia. Es la fuerza de la llamada que empuja a vivir la apasionante aventura de la fe. Y en eso, de nuevo, Mr. Obama y san Pablo vuelven a coincidir. Ambos parecen saber que Dios siempre va por delante, que siempre lleva la iniciativa, y que ante los cambios del mundo y de la vida, ellos tienen (y nosotros tenemos) que cambiar con él.

Las palabras de San Pablo y las de Obama pueden quedar en el aire si quienes pueden aprovechar algo de ellas (cristianos, gentiles, estadounidenses, etc.) no somos/son capaces de aterrizarlas en la vida diaria. Mientras eso ocurre, tengamos confianza y hagamos nuestras algunas palabras de San Pablo: “sé de quien me he fiado” (2 Tim 1, 12): y de Obama: “ésta es la fuente de nuestra confianza: el saber que Dios nos llama a dar forma a un destino incierto”.

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