martes, 18 de agosto de 2009

Fiestorro en el cielo

El IDYM – siglas en inglés del Movimiento Juvenil Dominicano Internacional- acaba de celebrar su encuentro internacional en el santuario portugués de Fátima. Como suele ser habitual, la fuerza del carisma dominicano y la vitalidad de los jóvenes han propiciado que el evento sea algo memorable, tanto por lo que se nos cuenta como por lo que no se puede contar.

De hecho, incluso los noticieros de la farándula dominicana se han hecho eco de ello. Uno de sus blogs más mediáticos habla de modo “carismático” de lo allí vivido y se une a las voces que anima a potenciar esto como si se nos animase a surcar por primera vez el Mediterráneo a quienes ya sabemos –y si es preciso se canta- que sirve, como mínimo, “para pintar de azul vuestras largas noches de invierno”.

¡Quién nos ha visto y quién nos ve! El autor de ese blog y otros que animan a potenciar este movimiento que no hace mucho tiempo vilipendiaban, ridiculizaban y obstaculizaban su desarrollo habrán de admitir –por el afecto que nos tenemos, la fraternidad que nos une y la razón que me asiste- que han sufrido una conversión que deja “turulato” al mismísimo San Pablo (ya que la otra posibilidad -la de unirse al “enemigo”- sería demasiado triste aunque sólo fuera para considerarla).

El MJD, el nacional, el internacional o el megaplanetario, es (si no me lo han cambiado mucho los vaivenes propiciados por sus excesivos gurús improvisados) una invitación a vivir en familia, como pueblo de Dios, la demanda profesada de la misericordia de Dios y de los hermanos. Apelando a esa misericordia, me fijo en los nuevos conversos al MJD a partir de la espectacular triada de parábolas que Jesucristo nos brinda en Lc 15, aprovechando así la suerte de que los dominicos (los de contrato fijo y los de empleo precario) presumimos de ser “cristocéntricos”.

Esa triada parabólica nos habla de la misericordia, vinculando su vivencia total a la celebración de una gran fiesta en el cielo. En primer lugar, se nos habla de la oveja perdida en comparación con las otras noventa y nueve. Los neo-conversos del MJD han sabido dar el primer paso: atreverse a confesar que sienten una inmensa alegría por haber descubierto este oasis dominicano, paradójicamente (y parabólicamente) repleto de “parias” laicos y jóvenes.

Un segundo momento nos viene presentado por la parábola de la moneda perdida. Este relato nos marca dos actitudes: la de reparar en algo que ya teníamos y a lo que no habíamos concedido la importancia que debíamos; y la de proclamar a viva voz (y por lo que se ve, también a vivo blog) la alegría por el inesperado descubrimiento. A este respecto, sólo diré que a buen entendedor pocas palabras (nombres en este caso) bastan. Sólo citar los nombres de Munio de Zamora, Catalina de Siena o Yves Congar, entre otros muchos, deberían provocarnos una inmensa alegría y la inquietante pregunta sobre si tendremos la suficiente lucidez y el “coraje de futuro” de conocer a fondo sus historias y contárselas a esos jóvenes para poder saborearlas y revivirlas juntos.

Con poner en práctica estas dos parábolas, como se nos dice en el evangelio, ya tendríamos organizado todo un fiestorro en el cielo. Pero hete aquí que nos queda lo mejor, la tercera parábola, la conocida por el título de “El hijo pródigo” que los teólogos hoy nos piden que rebauticemos como “El padre misericordioso”, pues en contra de lo que piensa nuestro ego humano, el protagonista de la parábola es Dios, que es al fin y al cabo el que tiene una misericordia infinita.

Será por eso que los neoconversos “emejotaderos” nos revelan que la grandeza de este movimiento y sus encuentros no radica en que haya existido y exista gente que ha vivido esa dimensión durante años (quizá siglos), ni tampoco en que nos lo digan ellos. La grandeza de esto está en que es Dios mismo (¡alabado sea el Señor!, que rezarían los carismáticos) el que se está manifestando detrás de todo esto. Sí, tras este encuentro y otros similares, ya podemos proclamar que el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres.

Todo es tan maravilloso que casi se me olvida mencionar un pequeño inconveniente. Dios, que no es un Dios lejano o distante, no podría organizar un fiestorro en el cielo sin que antes esa fiesta tuviera su primera manifestación en la tierra. Y mirando de nuevo a la parábola me parece que podemos encontrar una pista -¿tardarán mucho los neoconversos y sus epígonos en pillarla?- para salvar esta situación. No se trata de que ahora todos se hagan del MJD –que alguno con tal de pillar un cargo o un honor distintivo va derechito al lodazal-, sino que se trata de algo aún más divertido y digno de Dios. Lo que se nos pide es algo tan sencillo como matar al novillo cebado, que está tan cebado que esto de matarlo suena a designio “nietzscheano”. Es decir, sin matar el novillo de la vanidad y la soberbia dominicanas, no habrá “fiestorro en la tierra”.

Moraleja: No hay auténtica vida cristiana y por ende dominicana, sin un espíritu de humilde conversión y sin cantidades industriales de misericordia. He visto películas como esta del encuentro de Fátima y tengo la tentación de pensar que puede acabar igual que las anteriores. Por eso, me aplico el cuento a mí el primero y en señal de conversión dejaré a un lado la bolsa de palomitas que me estaba zampando mientras contemplaba el show de las conversiones súbitas y trataré de estar listo para poder compartir con todos la inminente fiesta en la tierra, la única que permite obtener una invitación directa y personal para el “fiestorro en el cielo”.

1 comentario:

  1. Bueno, Miguel, la cosa es como es y parece que todos los MJD y los demás está muyyyy contentos, pues ¡Gloria Dios! y a rezar para alcanzar toda esa humildad que nos falta y las cantidades industriales de misericordia. Todo se andará, Dios todo lo puede (no lo olvides).

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