lunes, 5 de octubre de 2009

Camboya, tierra de esperanza

Los planes improvisados suelen traer consigo la suerte de regalarte un premio que saboreas el doble: por premio y por inesperado. Visitando en la mejor compañía las exposiciones del CaixaForum nos topamos con una inquietante exposición fotográfica sobre la realidad camboyana y titulada “Camboya, tierra de esperanza”.

En un breve recorrido por la sala, un puñado de fotografías de gran calidad realizadas por el reciente premio de periodismo Rey de España, Gervasio Sánchez –al parecer marginado por haber denunciado con coraje y mucha libertad algunas de las miserias de nuestro mundo- y un breve documental de Oriol Gispert hablan a las claras de un país, Camboya, que parece empeñado en superar las calamidades y atrocidades con que su historia reciente le ha golpeado.

En un país machacado por la guerra y la dictadura, los hombres y mujeres de paz han decidido combatir con las armas de las sonrisas y la esperanza. En un país en constante batalla contra el hambre, las mejores recetas de la tradición y la artesanía (en pesca, agricultura, etc.) ofrecen su fuerza constructiva a quienes no tienen ni tiempo para rendirse. En un país que demanda estabilidad y prosperidad en cantidades industriales, su juventud constituye su mejor y más prometedor activo (el 38% de la población es menor de 15 años). Y, barriendo un poco para casa, en un país donde la espiritualidad y su sabiduría rezuman por todas partes, la presencia comprometida y silenciosa (a veces tristemente silenciada) de la Iglesia católica –con obispos y misioneros al frente- hacen justicia a la palabra evangelio y me hacen sentir orgulloso de mis hermanos y consciente de que yo también he de hacer lo propio en mi realidad cotidiana.

De la exposición me quedo con tres cosas. Primero, con la expresividad de su título. Camboya es, por lo que se nos cuenta, un paradigma de esperanza y un aliciente para optimistas y filántropos. En segundo lugar, me quedo con el brillo de los cristianos camboyanos, con su prefecto apostólico al frente –el jesuita asturiano Kike Figaredo, conocido como el obispo de las sillas de ruedas- que elevan la luz evangélica por encima del celemín mediático de quienes no tienen reparo en poner el distintivo de católico a las malas noticias de la Iglesia, pero lo diluyen intencionadamente en lo que a las buenas se refiere. Y, finalmente, y esta es quizás la razón por la que escribo esto en el blog, me quedo con el testimonio de una misionera católica –inserto en el documental- que enfatizó el hecho de que la sed espiritual de los camboyanos está haciendo posible no sólo que se puedan afrontar los vacíos materialistas sino que se esté experimentando ya que la gracia vuelve a triunfar holgadamente sobre el pecado.

A quienes viven en Madrid o a quienes tengan intención de pasar por ella les sugiero de todo corazón que vayan a ver esta exposición. A quienes no puedan ir y a quienes ya hemos ido, me atrevo a pedirnos que no dejemos caer en mala tierra los buenos sentimientos y las semillas de esperanza que un testimonio así u otros similares hayan podido hacer germinar en nuestras entrañas.

2 comentarios:

  1. A muchos que nos sentimos Iglesia no nos vendría mal hacer el ejercicio de desvincular ideas profundamente asociadas. Es el caso de la palabra jerarca y sus múltiples connotacines: abuso de poder, comodidad, supremacía moral... A mí, personalmente, me cuesta; por eso me alegra encontrarme figuras como la de Kike Figaredo (y tantas otras que, perdonadme la ignorancia, me quedan por descubrir). Teniendo presentes a estos “testimonios de esperanza” (como tú dices) quizá dejemos de contribuir con ese silenciamiento que comentas.
    Sobre el reportaje-denuncia, te doy toda la razón. Totalmente recomendable. Realidades como la de Camboya tienen que conmovernos ( en el sentido de movernos con firmeza) hacia la acción; hacia la construcción del Reino de Dios en esta tierra, a veces, tan maltratada e ignorada.

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