domingo, 18 de octubre de 2009

A un metro de ti

Voy a hacer un ejercicio de autocomplacencia madrileña, aprovechando el 90º aniversario del Metro de Madrid. Porque al fin y al cabo el metro es reflejo de la profundidad de nuestra existencia. Es por eso que me molesta –y mucho- la crítica facilona del metro como un lugar triste y deshumanizador que no es sino reflejo de la ciudad que lo sepulta junto a sus miserias. ¿No nos permitirá el metro ver nuestra realidad con otros ojos? ¿Viajará la gracia en metro? Yo creo que sí.



90 años de historia son suficientes como para incluir en ellos muchas historias concretas. En este sentido el metro es un lugar de coexistencia de contrarios. Es causa de enfados y alegrías, escenario esporádico de muertes y de nacimientos, pasillo hacia encuentros y desencuentros, signo de cercanía y de distancia hasta el hogar, el trabajo o los lugares cotidianos, etc. De todas esas situaciones generales, quiero quedarme con unas dimensiones muy concretas: el Metro como lugar de acogida y encuentro, como ámbito armonizador de lo tradicional con el progreso, y como espacio de recogimiento.


¿Qué tiene el Metro de Madrid –o cualquier metro- de acogedor? Dejando a un lado discusiones sobre la calidad o los niveles de acogida, quienes han vivido y vivimos en Madrid sabemos que el Metro ha sido tradicionalmente refugio de los desfavorecidos y techo de algunos sin techo. Salvando las distancias, me pregunto que al igual que Kant dijo que “no es un buen pueblo quien hace una buena constitución, sino que es una buena constitución quien hace un buen pueblo”, si no podría decirse lo mismo del Metro. Dar refugio a la población en la guerra o cobijo a los indigentes en las frías noches del invierno madrileño debería hablar no sólo de cómo es el Metro sino también de cómo es el pueblo de Madrid.


Está bien que Madrid y su Metro tengan fama de acogedores, pero ¿es esto suficiente? Es indudable que el Metro es punto de encuentro entre muchas y muy diversas personas, pero no vale conformarse o, peor aún, resignarse a la coexistencia, renunciando a la auténtica convivencia. El metro está repleto de personas y personajes que encuentran entre los pasajeros a un montón de buenos samaritanos, pero también de comodones y escurridizos levitas y sacerdotes. Sin ánimo de caer en demagogias, creo que el propio Metro nos ofrece una buena pauta de reflexión que a mí me viene inspirada por los músicos que a veces encontramos por sus pasillos o en los vagones. Dando se recibe y siendo un buen receptor se es más proclive a poder dar más de uno mismo. La escena de los músicos en el vagón es una buena imagen de una auténtica interacción dar-recibir por todas las partes. ¿Nos sentimos acogidos en el metro? ¿Procuramos que los demás se sientan acogidos? ¿Metro suena más a gueto o a enclave socializador?


En segundo lugar, el metro es ámbito de armonía entre lo tradicional y el progreso. Aunque una empresa como el Metro está y debe estar siempre abierta a la innovación, también sabe que buena parte de su fuerza está en su tradición. Sus simbologías, sus normas o su ingeniería son ejemplos de esa tradición que ha permanecido siendo capaz de posibilitar nuevos avances en la gestión, en las instalaciones y en las maquinarias. Queda mucho por hacer, pero saber que uno tiene una tradición que lo sostiene ayuda a afrontar las dificultades del futuro. ¿Es el metro un transporte tradicionalista o progresista?


Por último, como ya he dicho en alguna ocasión, el metro es lugar de recogimiento, casi una capilla con raíles. Quienes vivimos en grandes ciudades, hemos tenido que aprender a dar otra dimensión a las grandes distancias y a los tiempos que conlleva superarlas. En ese tiempo, las actividades de la contemplación, la lectura y la oración o introspección personal reivindican su protagonismo. ¿Es el metro una excusa para no realizar esas actividades en sus sitios más habituales o, por el contrario, es una oportunidad para que la razón de que no dediquemos suficiente tiempo a esas actividades no siga siendo una excusa?

90 años son una cantidad importante de vida. Para mí, el metro ha sido y sigue siendo un lugar teológico. Discernir las chispas espirituales y humanas que me encuentro en él me ayudan a recordar que Dios, muchas personas y mi propia realidad están ahí, a un metro de mí. Dar el paso para estar más cercano y comprometido con ellas depende de cada uno. Afortunadamente, el lunes volveré a viajar en Metro.



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