lunes, 12 de octubre de 2009

Canonízale tú, que yo no puedo


El acontecimiento católico oficial de la semana ha sido la canonización celebrada este pasado domingo en Roma. El papa Benedicto XVI incluyó en la lista, tras superar el consiguiente proceso, a dos españoles: el hermano Rafael, monje trapense; y el padre Coll, fraile dominico. Pues alabado sea el Señor y cantemos eso de “santos y humildes de corazón, bendecid al Señor”.

Sin embargo, quisiera aprovechar la coyuntura de este acontecimiento para cerciorarme de que sabemos lo que nos traemos entre manos. Es decir, ¿a quién se está canonizando realmente? O dicho de otra forma, ¿qué lecturas teológicas y, sobre todo, teologales se están sacando de este tipo de actos y sus circunstancias?

Si no estoy equivocado, la palabra “canonización” procede de “canon”, que significa “norma, regla”. Así, consideramos canónico aquello que es válido y tiene autoridad para orientar y dinamizar nuestra vida. Esto vale para algo tan espiritual y de inspiración divina como la lista de los libros que componen la Sagrada Escritura como para algo tan jurídico y de inspiración humanoide como el código de Derecho Canónico. Lo canónico es lo que vale, ya sea porque se hace valer (tiene autoridad) o bien porque alguien lo hace valer (normalmente una potestad).

Entonces, ¿debemos considerar que estos nuevos santos –como todos los santos y santas de Dios- son un ejemplo y una norma de vida para todos los católicos? A preguntas con trampa, respuestas audaces. Claro que los santos son ejemplo y norma de vida, pero sólo lo son en cuanto que están referidos al único absoluto que puede ser norma de vida para un católico: Dios.

Si hasta el propio Jesús de Nazaret, el Dios hecho hombre, se aplicó esto a sí mismo, tal y como hemos heredado del judaísmo (sólo Dios es santo, tres veces santo), ¿cómo no vamos a hacerlo con los santos antiguos, con los nuevos e incluso con los que, sin ni siquiera sospecharlo, están viviendo ahora entre nosotros?

Sin conocer en detalle la vida de estos nuevos santos, creo que no me equivocaría mucho si –como en el ejemplo de todos o de la mayoría de los santos- deduzco que su testimonio de vida ha sido más fecundo y evangelizador cuando expusieron su vida en referencia a la única norma que la sostenía y animaba: la presencia vivificante y trinitaria del Dios cristiano.

Por el contrario, haberse canonizado a sí mismos hubiese sido un anti-testimonio y un error en el que, ¡paradojas de la vida!, podrían estar incurriendo quienes les han promovido con su devoción y sus bienes hasta los altares. Más aún, si siendo el nuevo santo un ejemplo en cierto aspecto de la evangelización, los devotos herederos de sus órdenes, congregaciones o diócesis no hicieran una lectura actualizada de lo que Dios, norma absoluta, les está pidiendo a través del santo o santa X, norma circunstancial, estarían tomando la parte por el todo y en honor a la verdad tendríamos que decirles: “canonízale tú, que yo no puedo”.

Llegados a este punto, alguien podría acusarme de “protestante”. Mas lejos de defenderme de nada, me adelanto enfatizando la intencionalidad profundamente católica de mi lectura teológica. Y esa lectura no es otra que abogar por la comunión de los santos como forma de interpretación que evite que la canonización de ayer degenere en mera idolatría.

Si al testimonio de íntimidad espiritual con Dios de Rafael Arnaiz, le añadimos la evangelización en la intemperie y en la frontera de Francisco Coll, el compromiso con los más pobres de Damián de Molokai -el apóstol de los leprosos- y de María de la Cruz Jugan -fundadora de las Hermanitas de los pobres- y la vivencia de la jerarquía en clave de servicio y caridad de monseñor Felinski, arzobispo de Cracovia, seguro que todos recibiremos una onda más clara de lo que esta canonización nos puede transmitir desde la clave de Dios como norma de vida. Amén.

1 comentario:

  1. Sin duda alguna, dos claros ejemplos de un saber estar en el mundo y de un ser en Dios. ¿Dos referentes para la juventud?... creo que sí, y que pueden ofrecer una propuesta de hondura a la juventud que busca con tanta ansia algo "fuerte", "profundo" y "distinto" pero en caminos que no dejan de ser superficiales.
    Ojalá sean testimonio de un modo de vivir concreto y actualizado para ellos... y, claro está, también para los "hermanos mayores" de la parábola.

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