jueves, 24 de diciembre de 2009

En la muerte de fray Edward Schillebeeckx OP



Una de las razones obvias para descartar que Moisés hubiera sido el redactor del libro del Deuteronomio es que en él se narra su muerte. Hoy, nada más enterarme del fallecimiento del teólogo dominico flamenco Edward Schillebeeckx he recordado su fascinación por la capacidad y la necesidad humana de contar historias. Él, como Moisés, tampoco podrá contar este último capítulo de su vida, aunque sí podrá hacernos recordar algunos de los más célebres adagios de su extensa y brillante obra teológica: “Los hombres somos las palabras con las que Dios narra su historia”.


De Edward Schillebeeckx (Amberes 1914 - Nimega 2009) se han escrito y dicho tantas cosas que es difícil añadir algo novedoso. ¡Además él se encargó de contar algunos episodios de su biografía de modo personal! Pero quizás no esté de más añadir algunas cosas sobre él y para ello quisiera servirme de su vinculación a la figura de Santo Tomás de Aquino, a quien conoció profundamente sin que ello le condujera a un discurso neotomista o neoescolástico, sino a una búsqueda sincera y crítica de la verdad.


En primer lugar, la trayectoria histórica de la Iglesia nos recuerda que “los heterodoxos de hoy serán los ortodoxos de mañana”. Cuando Tomás de Aquino descubrió las obras de Aristóteles de la mano de su maestro San Alberto Magno, se sumergió en un mundo inexplorado pero en el que atisbó la posibilidad de fundamentar filosóficamente las verdades de la doctrina cristiana, consolidando así los cimientos de su riquísimo pensamiento teológico. Análogamente, Schillebeeckx encontró en la teoría crítica, en la hermenéutica de la experiencia y en otras fuentes y metodologías filosóficas y teológicas una manera de hablar de Dios de un modo más apropiado para el hombre de hoy. Tanto Tomás de Aquino como Schillebeeckx vivieron en sus días la incomprensión de quienes les acusaban de estar torpedeando la fe de la Iglesia, pero el tiempo le dio la razón al Aquinate y, en opinión de muchos, se la acabará dando al teólogo flamenco. En cualquier caso, si bien Schillebeeckx ha tenido una trayectoria teológica no exenta de tensiones con el Magisterio de la Iglesia, lo que sí es seguro es que ninguna de sus proposiciones teológicas fue nunca formalmente condenada y el papa Benedicto XVI, entonces cardenal Joseph Ratzinger, personalmente implicado en dichas investigaciones, podrá dar fe de ello.

En segundo lugar, no me gustaría que la osadía, el coraje y la valentía de Schillebeeckx para hacer teología eclipsaran la auténtica dimensión de su persona y su obra: la humildad. Fray Edward fue una persona bastante consciente de sus logros y de sus limitaciones y supo valorarlas en su justa medida. En cierta ocasión manifestó de modo autocrítico que la cristología que le hubiera gustado escribir era la del jesuita Roger Haight: Christ, symbol of God, obra no menos polémica que los volúmenes cristológicos de nuestro protagonista. Por lo demás, Schillebeeckx pudo aprender mucho, tanto en lo teológico como en lo humano, de grandes maestros y compañeros como De Peeters, Chenu y Congar, quienes tuvieron que unir a la calidad de su obra teológica, un plus de amor y fidelidad a la Iglesia probados en desagradables incidentes eclesiásticos y personales. Con ellos y de nuevo como Tomás de Aquino, comprobó Schillebeeckx, como todo buen teólogo, que la última palabra de su pensamiento teológico quedaba en manos de Dios.

Finalmente, Edward Schillebeeckx pasará a la historia como un buen teólogo. Su obra Jesús, la historia de un viviente, es sólo el ejemplo más conocido de una larga lista de libros y artículos de alta calidad. Su aportación merece ser reconocida en los campos de la cristología, la mariología, la eclesiología, la dogmática, sin olvidar otros. Y todo ello desde la hermenéutica de la encarnación –Schillebeeckx escribe teológicamente sobre el Deus humanissimus- que se refleja en la experiencia de Dios y de fe y que se manifiesta en la vida y obras del propio creyente. En este sentido, no se puede entender a Schillebeeckx fuera del contexto del concilio Vaticano II y lo que éste ha supuesto y ha de seguir suponiendo en la peregrinación de la Iglesia como heraldo de Dios en el mundo. En la teología de Schillebeeckx va incluida su fe y su contexto personal y por ello quienes quieran conocerle o criticarle con profundidad habrán de considerar estas claves y las suyas propias.


En este momento de tristeza por su fallecimiento, estoy convencido de que Schillebeeckx apelaría a la gracia para expresar teológicamente lo que supone un acontecimiento como este. Paradójicamente, y de nuevo igual que se nos cuenta de Santo Tomás de Aquino, Schillebeeckx preguntó a una edad muy temprana por Dios y lo hizo al contemplar la figura del Niño Dios en el belén de su hogar familiar. En este día de Nochebuena, fray Edward puede contemplar a Dios de una forma más perfecta y en mis oraciones por él, quisiera incluir mi deseo y mi esperanza de que tanto la Iglesia como la Orden Dominicana sepan estar a la altura de hacer justa memoria de este predicador dominico que se autodescribió a sí mismo como “un teólogo feliz”.


Con toda mi admiración y mi gratitud a fray Edward Schillebeeckx, descanse en paz. Amén.

2 comentarios:

  1. "...teólogo feliz"... que nos ha hecho felices descubriendo más a Dios.

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  2. Mi agradecimiento sincero a tus palabras, tan llenas de gracia. Es una lástima, gracias a su vocación de predicador podremos seguir disfrutando y, sobre todo, haciendo realidad su pensamiento.

    Un abrazo muy grande.

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