miércoles, 20 de enero de 2010

La pelea de los abuelos

Una vez más, el mes de enero nos propone la Semana de oración por la Unidad de los cristianos (del 18 al 25), que este año 2010 llega con el lema: “Vosotros sois testigos de todas estas cosas” (Lc 24, 48).


El ecumenismo, en su sentido estricto de diálogo para la unidad de los cristianos, es un asunto que en España, como en otros países de mayoría católica, nos queda un poco distante, aunque cada vez menos. Sin embargo, este aspecto, que no facilita la sensibilización por esta cuestión, nos abre una ventana a otra realidad que no es otra que el conocimiento o desconocimiento tanto de las causas de la división entre los cristianos como de su gestión histórica a lo largo de los siglos.

¿Qué sabemos del ecumenismo? ¿Y de las causas de la escandalosa división de los cristianos? ¿Cuáles son las repercusiones doctrinales, teológicas y prácticas de esta división? Sí, sabemos poco, y en ocasiones lo poco o mucho que sabemos es gracias a lo que nos han contado otros como cuando nos cuentan las historias de los viejos tiempos.


En cierta medida, el problema ecuménico me recuerda a esas historias de dos familias de un mismo pueblo que están distanciadas, porque los abuelos se pelearon hace muchos años, y que son capaces de transmitir la semilla de la división a sus descendientes, de modo que la separación y la incomprensión siguen presentes y quienes las sufren no terminan de comprender muy bien en dónde radica la causa del conflicto.

Como los descendientes de aquellos abuelos que discutieron y se pelearon hace muchos años, los cristianos de las diferentes Iglesias sufrimos el desasosiego de una división que impera donde debería reinar la unión fraterna. Y no por ello olvidamos o ignoramos que muchas de las razones por las que discutieron nuestros abuelos siguen siendo motivo de tensión y de conflicto, si bien también son motivo de diálogo y búsqueda de puntos de encuentro en los que poder sentar las bases para restaurar la unidad que nunca debió perderse.


Apostar por el ecumenismo es, en el fondo, apostar por la verdad de una unidad que se basa en el mandato evangélico de Jesús (“amaos los unos a los otros como yo os he amado”) y en su oración en pro del testimonio de este mandato (“que todos sean uno”). Vivir, sentir, pensar y orar en clave ecuménica es la pauta para hacer honor a la vigencia del evangelio de Jesús de Nazaret, a la vocación de la Iglesia para ser pueblo de Dios, y a la memoria de aquellos abuelos que no se pelearon para que sus descendientes vivieran peor sino para defender una verdad que no será plena hasta que nosotros, sus sucesores, no seamos capaces de revertir la vergüenza de su disputa haciendo realidad la verdad y la autenticidad de conseguir que “Dios sea todo en todos” (1 Cor 15, 28).

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