miércoles, 10 de marzo de 2010

Conversión y conversiones

Sabemos que no hay vida cristiana sin un cierto espíritu de conversión. Para algunos creyentes y teólogos, la cosa va más allá y consideran que el cristianismo es un proceso de conversión permanente. Sea así o no, aprovechando este tiempo de cuaresma en el que se nos exhorta de modo más enfático a la conversión, quizás no estaría de más plantearse en qué consiste la auténtica conversión. En otras palabras: convertirse sí, pero ¿convertirse en qué?

Si nos fijamos en la dinámica de conversión que propone Jesús de Nazaret, lo importante no son los signos externos sino, ante todo, la conversión del corazón. De algún modo, esta propuesta nos advierte de que una manera de maquillar la auténtica conversión con luces y brillos falsos es tratar de cambiar muchas cosas para que en el fondo no cambie nada de lo sustancial. Por eso la conversión exige humildad y reconocimiento de la propia realidad.

Esta humildad es la antesala de un llamamiento que se expresa y se traduce como confianza total en la promesa salvadora de Jesús. No se trata de un aspecto poco importante pues esa confianza se ramifica en tres dimensiones: la confianza en la propia persona de Jesús, la confianza en que la vida de uno puede ser mejor de lo que es en el momento presente, y la confianza en que este compromiso salvífico afecta a todos los hombres y mujeres de la historia, tanto a los que amo con todo mi corazón como a los que debería amar mucho más. Desde aquí puede entenderse la insistencia de Jesús en la mayor alegría que habrá por un pecador que se convierta en relación con noventa y nueve justos.

Para Jesús, la conversión cristiana no tiene otro referente que la construcción del Reino de Dios y, por tanto, erigirse en un integrante activo, pleno y radiante de esa realidad divina y teologal.

“Con-versión” no puede ser una mera variación de actitudes y presentaciones de nuestra persona. Más que nada, “con-versión” es embarcarse en un viaje vital y espiritual en el que la única brújula es la providencia que nos provoca para tratar de encontrar siempre la forma de ofrecer siempre nuestra mejor versión. En ello estamos. Se trata de una tarea tan ardua como apasionante, pero posible y deseable ya que contamos con la inestimable ayuda de la gracia de Dios.

1 comentario:

  1. Me siento muy identificado con tu post, yo soy una de esas personas en constante conversión, de hecho en mi vida hay un antes y un después, durante muchos años he vivido alejado de Dios hasta que cuando estaba apunto de lanzar mi vida por un precipicio llega la conversión y mi vuelta a nacer. De esto hace unos tres años y desde entonces mi vida ha sido un continuo camino de conversión.

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