martes, 2 de marzo de 2010

La responsabilidad de la transmisión

Leyendo el extracto de una amplia entrevista al novelista y académico Arturo Pérez Reverte, me quedo con una píldora reflexiva que dice lo siguiente: “El problema es que España es un país inculto, España es un país gozosamente inculto, es un país deliberadamente inculto, que disfruta siendo inculto, que hace ya mucho tiempo que alardea de ser inculto, y con gente así, esa Ley de Memoria Histórica es ponerle una pistola en la mano. No estamos preparados para leyes como ésas”.

Es evidente que la frase responde a un contexto y a un tema concreto, pero yo quiero traerla aquí como provocación acerca de la responsabilidad en la transmisión de valores, formación e información. Y ello porque considero que este problema de la incultura y su efecto siamés de ridiculizar aquello que no se conoce tiene en España ámbitos de gran alcance como los idiomas o la música (de los que los sufridos docentes de estas materias podrían escribir interminables conferencias) pero que se extiende a otros aún más trascendentes como son los valores morales, las artes en general y, cómo no, la religión.

Quiero especificar que no me estoy refiriendo aquí tanto al fondo o contenido de lo transmitido (que tiene mucha relevancia) sino especialmente a los agentes y a la metodología de transmisión de cuestiones que considero fundamentales para el desarrollo de cualquier individuo y, por extensión, de la sociedad en la que conviven.

En el campo de la fe, de la religión y de la teología, la responsabilidad de transmitir lo importante parece haber sido dejada de lado, minusvalorando lo que realmente nos jugamos en ello. En lo que al aprendizaje formal (educación institucionalizada) se refiere, ofrecer una cultura religiosa de calidad es un desafío irrenunciable para las sociedades contemporáneas, más allá de su nivel de creencia. Será en el aprendizaje no formal (instituciones paralelas a las del aprendizaje formal, como las parroquias) donde podrá explicitarse una pura formación religiosa creyente, esto es, la catequesis, que tampoco puede darse de cualquier forma ni confiarse a cualquier persona, aunque a veces la necesidad obligue.

Sin embargo, en el núcleo de esta transmisión está el aprendizaje informal (complemento natural de la vida cotidiana), que tiene su símbolo fundamental en la familia, vínculo privilegiado para legar la herencia de valores y creencias que puedan ayudar a sus miembros a desarrollarse como personas con raíces personales y sociales.

A veces, cuando tengo la oportunidad de pararme a contemplar y analizar las relaciones entre los adultos con los jóvenes y los niños, me da la sensación de que hemos perdido bastantes de la dimensión artesana y sabia que conlleva transmitir algo importante para la vida. Dichas transmisiones requieren mucha dedicación, grandes dosis de paciencia y empatía, y sobre todo el compromiso de quien sabe que no tiene muchas cosas más importantes que hacer que testar a sus seres queridos o allegados todo aquello que le ha servido para desenvolverse en la vida y, en última instancia, para ser feliz.

Ya dije que la denuncia de Pérez Reverte era genéricamente epistemológica y estaba particularmente ceñida a la memoria histórica de España, pero dejando a un lado eso, me parece importante que ampliemos esa denuncia también a lo experiencial (en lo genérico) y a lo religioso-teológico y a la realidad de la Iglesia en el mundo de hoy en lo concreto. Esto que quiero decir, lo expresa mucho mejor San Pablo con su alegato a favor de la predicación por la palabra de Cristo: "¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados?" (Rom 10, 14-15).

1 comentario:

  1. Sin duda alguna, tenemos un problema con la formación en distintas areas que conforman a la persona en cuestión. Esto se ha convertido, en muchas ocasiones, en algo que no se ha valorado lo suficiente y a lo que no se le ha dado la importancia que merece. Si observamos a los jóvenes que están en las Universidad, entre otros foros de formación, vemos como el hecho de estudiar o formarse no deja de ser sino un ir aprobando materias sin importar lo que verdaderamente éstas pueden estar aportando y, menos aún, el conocimiento que brindan de cara al futuro. Hay una dejadez pasmosa que hace que la formación en sí sea algo superficial y no tenga la verdadera importancia que debiera.
    Cuando pienso y rumio en mí esta situación se me genera un macroproblema mental del que no soy capaz de buscar un hilo del que tirar para deshacer la madeja. Necesitamos, ahora más que nunca, verdaderos profesionales en todos los campos pero, más aún, en todos los relacionados con las ciencias humanas.

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