lunes, 10 de mayo de 2010

La belleza de la gracia

Partiendo de la entrada anterior podría interpretarse que lo macarra abunda en la viña del Señor. No es así. En ella, como en la vida, predomina la belleza y la estética, pese a que a veces nuestros ojos se confundan al prestar más atención a la provocación llamativa pero poco edificante de “lo feo”. Por poner otro ejemplo, en este caso de belleza comunicativa, en internet sugiero este vídeo sobre el pintor dominico Juan Bautista Maíno, realizado por otro dominico, fray Iván Calvo, quien por humildad innata omite su autoría pero no su buen hacer.

Hace unos días, fray Iván me regalaba una separata que podrán disfrutar los lectores del boletín cuatrimestral de la Familia Dominicana. Se titula La belleza de la gracia y se trata de una presentación, basada sustancialmente en el trabajo de fray Venturino Alce titulado Homilías del Beato Angélico, en la que se muestra la obra que probablemente mejor transmita el mensaje de gracia que anunció Fra Angélico (o el Beato Juan de Fiésole) a través de su pintura: el retablo del convento dominicano de Fiésole.

En este pintor renacentista se funden la belleza artística con la belleza teológica y su resultado no puede ser otro que la interacción genial con el espectador que se siente identificado con el autor, su obra y, especialmente, con su mensaje predicador.

En un triple retablo o en un retablo dividido en tres partes, el pintor italiano expresa su teología en otros tres episodios: la puerta de la Redención, la gracia encarnada y la meta y la corona de la Redención. Así, la redención está mediada y posibilitada por la gracia y exige un compromiso de encarnación para llevarse a su feliz cumplimiento. La importancia de la Encarnación en la historia de la salvación expresada como una puerta abierta -¿o quizás deberíamos decir reabierta?- nos proyecta a una meta redentora que nos orienta hacia Dios. Se abre así una vidriera renacentista donde el artista es consciente del nuevo estatus adquirido por el ser humano en comparación con la Edad Media: ahora el hombre se acerca al centro de comprensión de la realidad pero sin que ello suponga un descentramiento o desplazamiento de Dios de ese centro.

Por último, el pintor afronta una compleja aspiración que no es otra que lograr que su arte le trascienda (a la vez que sea vehículo de trascendencia no sólo propia sino también del espectador) y sirva al propósito predicador que es lo que en el fondo ha inspirado su plasmación pictórica. Y todo ello sin renunciar a expresar en segundo término su identidad y su huella personal en su obra, que en este caso se corresponde con la tradición dominicana representada en una historia que contar, una liturgia que celebrar y una perspectiva teológica que desarrollar.

Sin querer, Fra Angélico puede estar ofreciendo una manera de expresar la belleza de la gracia que sirva también para los medios artísticos y comunicativos cristianos en la actualidad: la identificación con Dios que es quien envía a cualquier predicador a predicar; la clave de la Encarnación recuerda que no sólo todo tiene que llegar a un feliz cumplimiento sino que su desarrollo personal tiene que ser compatible con el de los demás seres humanos; y, finalmente, la estética debe conectar con la ética, con la mística y con la metafísica que nos invita a profundizar en lo eterno, en el misterio y en la fuerza que transmite, incluso varios siglos después como en el Beato Angélico, la alegría de portar, en uno mismo y para los demás, una Buena Noticia.

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