domingo, 9 de enero de 2011

De Belén a Nazaret (o rastrear las huellas del Dios que es Amor)

En estos días de Navidad he incidido en la idea de seguir la estrella de Belén, la estrella de Dios que nos guía hasta él. Esta idea está presente en los relatos del nacimiento y la infancia de Jesús que se nos narran en este ciclo litúrgico A, es decir tomados del Evangelio de Mateo. No en vano se trata de un evangelio que presenta como una de sus características más notorias la insistencia en superar los mandatos de la ley, incluso trasgrediéndolos, en virtud del mandamiento supremo que nos legó Jesús de Nazaret, el mandamiento del amor. Por ello, podemos preguntarnos en qué manera el tránsito de la Sagrada Familia de Belén a Nazaret pasando por Egipto es un esquema de un posible itinerario vital y teologal para rastrear las huellas de Dios que es Amor.

1) Como ya se ha señalado, rastrear las huellas del Dios que es Amor, implica aceptar a Dios como lo más importante y, por consiguiente, adoptar el amor como criterio fundamental y principal en la toma de decisiones. En el caso del relato elegido, esto se detecta en el inmenso amor que José sentía por María pues sabemos que, más allá de sentirse traicionado, primaba en él su deseo de lograr el bien y la felicidad para ella. Cuando José se entera de que María espera un niño que no es suyo, no reacciona con rencor ni con afán de venganza, sino que aunque decide reorientar su relación de otra manera, determina hacerlo sin perjudicar a María, es decir, repudiándola en secreto. Sabemos que ante un caso como éste, la ley judía exigía a José que denunciara a María y posteriormente la repudiara con las consecuencias personales y sociales que esa decisión tendría para ella: ser marginada y anulada socialmente durante el resto de su vida.

2) Esta opción fundamental por el mandato y el criterio del amor afecta a las entrañas más profundas de nuestra fe. Vivir desde el amor sería mera filantropía si no asumimos con sinceridad la posibilidad de que Dios irrumpa con estrépito y sin avisar en nuestras vidas. Este estrépito y este sobresalto puede hacernos pensar que lo que nos ocurre es injusto o, simplemente, algo sin sentido. Sin embargo, cuando somos capaces de hacer lecturas de la realidad que tienen en cuenta a Dios, con frecuencia (por no decir siempre), nos vemos obligados a reconocer que sus irrupciones son provocaciones para ponernos en camino y afrontar proyectos y aventuras vitales y espirituales que, de otro modo, se hubieran quedado sin realizar por culpa de la comodidad, de la inercia o, peor aún, del miedo. Vivir desde el amor presupone creer que la vida y todo lo que en ella acontece tiene un sentido que, aunque no lo veamos o entendamos ahora, acabará revelándose como algo bueno para nosotros y cargado de hondo contenido profético. José se entera de lo que Dios le pide a través de su sueño con el ángel, pero sobre todo entiende que lo que va a hacer no es un gesto de generosidad hacia María sino un gesto que otorga sentido a su existencia y en el que confluyen lo que Dios quiere, lo que María necesita y lo que él estaba esperando.

3) La fe y el amor requieren con frecuencia del apoyo de la esperanza. En ocasiones nos apresuramos a proclamar nuestra fe y a prometer amor de palabra sin cerciorarnos de lo que realmente supone vivir lo que estamos diciendo. Cuando José cree en el plan de Dios y acepta amar a María acogiéndola de corazón, ni siquiera sospecha que aún le quedaba mucho por vivir y encajar en su proyecto de vida. Vivir desde la fe y desde el amor requiere de la chispa de la esperanza que no radica sólo en confiar sino también en ir descifrando los fundamentos de dicha esperanza. Puede que en ocasiones nos lleve mucho tiempo hallarlos pero, tarde o temprano, acabarán apareciendo, aunque como en el caso de José nos lleve a salir de nuestra propia tierra o tengamos que esperar a que, como Herodes, desaparezcan personas que ahora son un obstáculo en nuestro caminar.

4) Y, por último, no podemos olvidar que amor, fe y esperanza no se pueden vivir sin experimentar una libertad radical. Seguir las huellas de Dios conlleva desprenderse de tantas cosas que es casi mejor no hacer una lista de todas ellas. En el caso de José, esta libertad profunda y radical se simboliza con la huida a Egipto, lugar propio del Éxodo y que evoca las ansias de libertad que se canalizan en forma de amor, fe y esperanza capaces de superar la tentación de llegar a pensar que Dios y lo que significa para nuestra vida es falso. Es entonces cuando experimentamos no sólo la auténtica libertad sino también la satisfacción de haber sido capaces de haber llegado desde Belén a Nazaret, sorteando múltiples obstáculos, y cuando nos parecía que nunca lo conseguiríamos. Y entonces nos sentimos llenos porque es ahí es donde podemos intuir con mayor frescura la presencia del Dios que es Amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario