miércoles, 20 de abril de 2011

Semana Santa: salvación en tres actos

Aunque la Semana Santa comienza el Domingo de Ramos y no el Jueves Santo, me referiré aquí a la Semana Santa como equivalente al Triduo Pascual. Este esquema litúrgico expresado en tres días repletos de simbolismo puede explicarse a partir del mensaje central de cada uno de los días y actos y lo que ello suponen para nuestra vida y, por extensión, para nuestra salvación. Lo explicaré en virtud de tres aspectos o postulados (parecidos a los que propone Kant en la Crítica de la Razón Práctica) esenciales para el sentido de la vida humana: el amor, la muerte y la eternidad.

Jueves Santo: vivir en, desde y para el Amor

Pese a la insistencia en convertirlo en el día del sacerdocio, el Jueves Santo es esencialmente el día del amor fraterno. El simbolismo y las palabras utilizadas por Jesús en la Última Cena así nos lo hacen entender. El lavatorio de los pies, la fracción del pan, la misericordia con el hermano, o la fidelidad a Dios y a su proyecto son algunos ejemplos de lo que en ella se nos quiere transmitir.

Hablar de amor fraterno nos refiere a la presencia de hermanos y a la existencia de un vínculo común que es la filiación con nuestro Padre. Podemos entender el amor fraterno desde nuestra propia óptica personal o desde la óptica humana, pero siendo ésta una reflexión teológica lo meritorio y enriquecedor es que se haga desde la perspectiva de Dios. El amor fraterno visto desde una posición teológica es el centro del sueño de Dios para los hombres. Esto es evidente como lo es el hecho de que una de las cosas que más feliz hace a un padre es ver a sus hijos convivir de modo dichoso y armonioso. Sin embargo, pese a que esa convivencia esté basada en el servicio y en el cariño, no puede ni debe descuidar otro detalle importante: el amor fraterno debe estar alimentado desde el amor propio. Sólo desde el amor por uno mismo podremos entender qué implica realmente el amor fraterno y cuál es la dimensión total de lo que Dios quiere para cada uno de nosotros.

Viernes Santo: la cruz y la muerte como prueba del Amor

El Viernes Santo es un contraste directo con el Jueves Santo. Es la evidencia de que el amor que se pregona en el Jueves Santo es un amor humano que, aunque está destinado a llegar hasta Dios, en ningún caso es un amor angelical ni idealizado. La presencia de la cruz en nuestras vidas cuestiona a las ansias de felicidad que anidan en el corazón humano. Pero de nuevo la resolución de este cuestionamiento depende de la óptica desde la que se mire. Visto desde Jesús, no podemos olvidar que la cruz en su vida es consecuencia de su modo de vivir y de relacionarse con los demás. Cuando somos capaces de apostar por un estilo de vida que verdaderamente nos llena y nos hace felices, todas las cruces del camino quedan redefinidas e iluminadas por el compromiso que empieza con uno mismo, se manifiesta en la relación con los demás y nos orienta de modo definitivo hacia Dios.

No podemos olvidar que entre las cruces de la vida se encuentra la propia muerte. Es, sin duda, una prueba fuerte para nuestra fe, para nuestra manera de concebir la vida y, en definitiva, para ese Amor que hemos percibido en el Jueves Santo. Al igual que con el amor, si miramos la cruz y la muerte solamente desde nosotros mismos obtendremos una visión limitada y empobrecedora. En cambio, si la miramos desde la totalidad, desde Dios, es la muerte la que queda limitada y empequeñecida porque se convierte en puerta que nos permite accede a otra dimensión de la existencia. ¡Y esto que afirmo, sirve no sólo para la muerte física, sino para todas las pequeñas muertes que experimentamos en nuestras vidas! En definitiva, la muerte queda redefinida en virtud de Dios y la totalidad, como ocurre con una dura subida a un monte en comparación con la vista y la experiencia de poder contemplar todo el paisaje vital desde su cima. Desde esa cima podremos gritar con mayor sentido, el adagio paulino: “¿Dónde está muerte tu victoria? ¿Dónde está muerte tu aguijón?” (1 Cor 15, 54-55).

Vigilia Pascual y Domingo de Resurrección: experimentar la salvación

Uno de los principales errores del Triduo Pascual es vivirlo de modo sesgado. Hay gente que va a las celebraciones del Jueves y/o del Viernes pero no va el día de la Resurrección o viceversa. Este error es tan abultado como el que convierte a la teología en pura teoría autojustificante y alejada de la realidad de las personas. La teología de la resurrección debe desembocar en una praxis de fe vivida desde el corazón y concretada en acciones y aspectos cotidianos de nuestra vida. Una fe que no se vive y que no sirve para vivir, ni es fe ni sirve para nada.

Conclusión: Vivir la vida en, desde y para el Amor es una invitación a disfrutar de la vida con todas sus dimensiones y consecuencias. Entre ellas nos encontramos con las adversidades en forma de cruces y que en última instancia nos sitúan ante la experiencia límite de la muerte. Sin embargo, ese límite mortal no está en nuestras vidas para empequeñecernos sino para abrirnos de modo trascendente a la totalidad de la vida, que para el creyente es Dios, aspirando así a un sentido vital eterno que nos plenifica y nos permite expresar, de palabra y de obra, la verdad fundamental de nuestra fe: “Es cierto: Jesús resucitó”.

1 comentario:

  1. Muy buena reflexión, Miguel. Estoy de acuerdo contigo en lo que expones. De algún modo el triduo Pascual se presenta como metáfora de la vida.

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