domingo, 23 de septiembre de 2012

Aprendiendo con Loli

¿Quién puede domesticar la energía de unos niños de tres o cuatro años? Quizás sólo quien es capaz de vivir desde la sencillez absoluta y adentrarse cómplicemente en su mundo de juegos y de risas y así poder tocar de lleno su corazón y enseñarles cuatro o cinco cosas claves para afrontar el resto de su vida.

Algo parecido a esto reflexionaba yo mientras un pequeñajo ponía a prueba la paciencia y la pedagogía de su madre y de un servidor, medio acorralados en un rincón del vestíbulo del colegio. Y, de repente, la presencia silenciosa pero majestuosamente ejemplar de Loli hizo acto de presencia en aquel vestíbulo enloquecido. Entonces el niño se paró y empezó a gritar apasionadamente el nombre de su señorita: ¡Loli, Loli! Todo tiene su arte y está claro que la señorita Loli ejercía magistralmente, nunca mejor dicho, el suyo.

Hoy, en uno de esos relámpagos existenciales con que nos sorprende la vida, se ha marchado Loli. Y de nuevo lo ha hecho a su manera, de forma sencilla, tranquila y silenciosa, como si se acabara de apurar su último cigarrillo. Sin embargo, nos deja llorosos a mucha gente que la vamos a echar muchísimo de menos, especialmente sus niños de Infantil.

En medio de esta desolación, me surge tras el relámpago el trueno existencial en forma de pregunta cuando se nos mueren esas personas que son buenas hasta decir basta: “Señor, ¿por qué te has llevado a Loli si nosotros la necesitábamos mucho más que tú?” No sé si hay respuesta, pero es posible que esta tenga que ver con que nosotros tengamos que aprender a hacer las cosas igual de bien sin su valiosa labor. Posiblemente tal respuesta no sea muy consoladora, pero quizás sí nos servirá para reforzar la fe que nos permita levantarnos mañana y empezar un nuevo día pero ya sin ella (o mejor dicho junto a ella pero de una forma más espiritual).

¡Hasta la vista, Loli! Yo, como tú, sólo soy un humilde creyente que confía en la fuerza de la resurrección, ese misterio de amor por el cual la muerte nos conduce para siempre a la vida. Y confío en ello no sólo porque Jesús de Nazaret nos lo prometió, sino porque he aprendido de ti, junto a los niños de Infantil, el secreto de otro misterio de la vida: cómo hacer brotar la alegría y las risas de los niños desde la sencillez y el silencio.

Descansa en paz, Loli. Te prometo que cuidaremos bien de tus niños.

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