¿Quién puede domesticar la energía
de unos niños de tres o cuatro años? Quizás sólo quien es capaz
de vivir desde la sencillez absoluta y adentrarse cómplicemente en
su mundo de juegos y de risas y así poder tocar de lleno su corazón
y enseñarles cuatro o cinco cosas claves para afrontar el resto de
su vida.
Algo parecido a esto reflexionaba yo
mientras un pequeñajo ponía a prueba la paciencia y la pedagogía
de su madre y de un servidor, medio acorralados en un rincón del
vestíbulo del colegio. Y, de repente, la presencia silenciosa pero
majestuosamente ejemplar de Loli hizo acto de presencia en aquel
vestíbulo enloquecido. Entonces el niño se paró y empezó a gritar
apasionadamente el nombre de su señorita: ¡Loli, Loli! Todo tiene
su arte y está claro que la señorita Loli ejercía magistralmente,
nunca mejor dicho, el suyo.
Hoy, en uno de esos relámpagos
existenciales con que nos sorprende la vida, se ha marchado Loli. Y
de nuevo lo ha hecho a su manera, de forma sencilla, tranquila y
silenciosa, como si se acabara de apurar su último cigarrillo. Sin
embargo, nos deja llorosos a mucha gente que la vamos a echar
muchísimo de menos, especialmente sus niños de Infantil.
En medio de esta desolación, me surge
tras el relámpago el trueno existencial en forma de pregunta cuando
se nos mueren esas personas que son buenas hasta decir basta: “Señor,
¿por qué te has llevado a Loli si nosotros la necesitábamos mucho
más que tú?” No sé si hay respuesta, pero es posible que esta
tenga que ver con que nosotros tengamos que aprender a hacer las
cosas igual de bien sin su valiosa labor. Posiblemente tal respuesta
no sea muy consoladora, pero quizás sí nos servirá para reforzar
la fe que nos permita levantarnos mañana y empezar un nuevo día
pero ya sin ella (o mejor dicho junto a ella pero de una forma más
espiritual).
¡Hasta la vista, Loli! Yo, como tú,
sólo soy un humilde creyente que confía en la fuerza de la
resurrección, ese misterio de amor por el cual la muerte nos conduce
para siempre a la vida. Y confío en ello no sólo porque Jesús de
Nazaret nos lo prometió, sino porque he aprendido de ti, junto a los
niños de Infantil, el secreto de otro misterio de la vida: cómo
hacer brotar la alegría y las risas de los niños desde la sencillez
y el silencio.
Descansa en paz, Loli. Te prometo que
cuidaremos bien de tus niños.
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