Se suele a apelar al capitán Araña,
cuando uno se refiere a alguien que convence o manipula a otras
personas para embarcarlas en un proyecto y luego dejarlas abandonadas
a su suerte. Y el caso es que no puede dejar de recordar esta imagen
cuando pienso en algunas ideologías, instituciones y planteamientos
que tienen bajo su responsabilidad moral la opción de arruinar no
sólo sus ideales sino también las vidas de las personas con nombre
y apellidos que pueden verse arrastradas por las aristas de la
estupidez y del egoísmo humanos.
Por no ser tan críptico y aprovechando
la actualidad me referiré al esperpéntico tema del nacionalismo,
pero lo que trato de decir sirve para grupos escolares, partidos
políticos, sindicatos, parroquias, movimientos religiosos, etc.
Dejando a un lado la toxicidad
mediática que rodea al tema del nacionalismo en la polémica
artificial que llena minutos de telediario, es importante hacerse dos
reflexiones clarificadoras: ¿a dónde conducirá la reinvindicación?
(es decir, cuál es el presumible resultado del fin que se persigue),
y ¿cuál es el precio a pagar por intentar sacarla adelante? (a
saber, medios humanos y materiales que hay que emplear).
Sobre lo primero, basta con decir que
ni el éxito ni el fracaso del fin planteado en muchas apuestas
nacionalistas tiene visos de ser una opción deseable. Si se logra el
fin, en principio parece que sería la antesala a un estado de mayor
aislamiento y debilidad pues el gusto a corto plazo de liberarse de
algo molesto puede convertirse en un grave error a medio y/o largo
plazo. Y esto vale no sólo para lo económico, sino también para lo
cultural y otros ámbitos.
Respecto a lo segundo, todo individuo
que se presta a invertir, gastar o arriesgar su vida por una
ideología debería hacer como mínimo una estimación de las
consecuencias personales de su apuesta. Este ejercicio introspectivo
debería tener el objetivo de revisar si uno está siendo manipulado
o instrumentalizado en pro de objetivos que son los del capitán
Araña y ni siquiera de la presunta misión para la que reclutó a su
tripulación de valientes o incautos (según se vea). Por ejemplo,
esto serviría para manifestantes independentistas, militantes de
bandas terroristas y reclutas de fuerzas armadas nacionales (ahora
que recordamos el desastre de Annual).
Es por todo esto, por lo que quizás
los medios de comunicación, en lugar de ser altavoces de majaderías
y barbaridades con afán de alterar el universo mediático, podrían
hacer un noble servicio previniendo y avisando a todas las personas
que pueden estar en riesgo de ser traicionados por la propia causa a
la que desean servir. Si no lo hacen los medios, quizás podríamos
confiar en los intelectuales. Pero yo la opción que prefiero es la
de que cada cual luche por tener tal nivel de formación que
cualquier tipo de manipulación encuentre el serio obstáculo de la
libertad y la inteligencia.
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