lunes, 5 de noviembre de 2012

¿Más filosofía y menos teología?

A gritos y, sobre todo, a empuje de ignorancia y falta de respeto, un grupo de personas asaltó hace unos días un colegio de salesianos en Mérida, proclamando su gran propuesta epistemológica: “más filosofía y menos teología”. Más allá de la majadería del acto, me parece útil plantearse qué actitudes vitales y mentales pueden desprenderse de las relaciones entre filosofía y teología.

La primera es, sin duda, la más inmediata: hay quienes consideran que la filosofía es capaz de desactivar a la teología. Tal opción adopta una postura materialista que impide la exploración de ciertos temas que pertenecen por ley la metafísica y que abren la puerta a una visión religiosa y sobrenatural. Un ejemplo de esta posición es el ateísmo filosófico, si bien el paso del tiempo ha puesto de manifiesto tanto algunos de sus logros críticos como sus rotundos fracasos en mostrar el carácter falso y nocivo de la fe y de la religión.

Una segunda postura es la que propaga la postura opuesta: más teología y menos filosofía. Se trata de una postura no poco frecuente en trabajos e instituciones que se tildan de teológicas. Sin embargo, en cuanto atajo o apaño epistemológico está condenado de por sí al fracaso y como señaló en su momento el teólogo protestante Karl Barth puede hacer incurrir al teólogo en el mayor de los ridículos, pues proporcional a su talla epistemológica es el riesgo que asume en su quehacer.

Finalmente, otra actitud es la de quienes consideran que la filosofía es una importantísima base crítica de cualquier tipo de teología que pretenda considerarse como tal. Ésta es, sin duda, la opción más interesante pues en el diálogo razón-fe la aportación de la filosofía es decisiva para evitar desvaríos fideístas y excesos racionalistas. Cuando la filosofía y la teología se armonizan en su vuelo para otear de modo veraz la realidad se erigen, en palabras de Juan Pablo II, en dos alas sobre las cuales apoyar el vuelo hacia la verdad.

Nótese que la primera y la segunda postura coinciden en una ceguera epistemológica que dificulta el proyecto de conocimiento de la verdad, más allá de que por debajo puedan existir otras intenciones menos admisibles. Es por esto que el buen filósofo y el buen teólogo, como cualquier hombre de bien, no se arredra ante patrañas y proclamas panfletarias, como las del otro día en Mérida, que no resisten el más mínimo envite de un criterio epistemológico medianamente serio.

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