En esta semana se ha celebrado la
fiesta de la Virgen de la Providencia y pensando una forma de
expresar a los alumnos del colegio en qué consiste la Providencia se
nos ocurrió la siguiente frase: “Providencia es saber y sentir que
siempre hay alguien que vela por nosotros”.
Con este lema, quizás largo para ser
un lema, se expresa la relación profunda, sincera, honesta y
confiada del creyente con Dios, que es a su vez reflejo de cómo
deber ser la relación de uno con los demás seres humanos.
Es decir, por un lado, la Providencia
de Dios nos hace caer en la cuenta de que nuestra vida está en el
fondo sujeta en sus manos y en sus designios amorosos. Esas manos y
esos designios se valen de personas, instituciones y circunstancias
que nos deberían recordar lo afortunados que somos de contar con
personas que velan (y se desvelan) por nosotros. Cada cual que haga
su lista y actúe en conciencia y consecuencia con ella.
Por otra parte, la Providencia de Dios
nos exhorta a vivir nuestra fe de forma adulta y madura y esto se
traduce en tomar conciencia de que nosotros también somos personas
que velan o deberían velar por las demás personas. ¿Lo hacemos?
¿Es ajustada nuestra entrega a los demás en relación a la
esperanza y confianza que tienen en nosotros?
Ser cristiano es una manera apasionante
de vivir la vida con plenitud y sentido. Saber y sentir que Dios y
muchas personas están incondicionalmente a nuestro lado es una
suerte y un don. Pero todo eso será incompleto si no somos capaces
de transformar la gratitud en dinámica de gracia que da gratis lo
que también ha recibido gratis.
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