Paseando por la calle Játiva en
Valencia, me sorprendió la figura de una mujer que hablaba por
teléfono intentando contactar con un centro deportivo donde
presuntamente daba algún tipo de clinic o campamento para niños y
jóvenes. Sin embargo, más aún me sorprendió su manera de
presentarse o identificarse: “Soy Amaya, la chica del baloncesto”.
En ese momento reconocí su voz y supe que se trataba de la mejor
jugadora española de baloncesto de todos los tiempos (ganadora en
varias ocasiones de la WNBA) que con la misma sencillez con la que
paseaba entre la multitud por la calle, se presentaba ante un
desconocido por teléfono, como mostrando a quien quiera, pueda o
sepa verlo, que la sencillez es antesala de la gloria, cosa que no
está garantizado que ocurra al revés.
El final del año 2013 nos ha dejado la
noticia de que Amaya Valdemoro se retira del baloncesto. Parece ser que a
la triste noticia para este juego se contrapone la
alegre noticia de que seguirá vinculada al baloncesto a través de
los medios de comunicación. Si hoy traigo aquí su historia no es
por su palmarés deportivo sino por esta humilde enseñanza que sirve
para abrirse a la gracia: la sencillez es la puerta a la salvación.
¡Ahí va esa pelota! Y quien no la coja a la primera, que procuré
estar muy atento al rebote.
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