jueves, 15 de enero de 2009

La palabra de Dios: la gracia en forma de nieve


¡Qué delicia ver Madrid bajo la nieve y poder así disfrutarla de otra manera! La imagen de la Cibeles aterida por el frío me recuerda que la ciudad y sus monumentos no entienden de ideologías ni grupúsculos, sino que perseveran en el divino gesto de abrazar y dejarse abrazar por todos los que realmente quieran conocerla y acercarse a ella. Y el Retiro, mudando el verde en un blanco de paños menores sorprendidos por el descaro de la naturaleza, me habla de una villa bella -y también coqueta- que se insinúa recordándonos que es un privilegio vivir en ella.

Cae la nieve sobre la ciudad y, sin esperarlo, donde debería reinar el jolgorio sobreviene el colapso. En medio de la multitud me fijo en los rostros de lo personal, de lo humano. Y he de reconocer que he visto más bien tribulación que esperanza confiada. A veces resulta excesivamente preocupante que ni siquiera lo espectacularmente excepcional pueda tener suficiente potencia como para sacarnos de nuestras cegueras rutinarias.

Miedos artificiales y quizás autogenerados, frustraciones del orgullo humano ante la supremacía de la naturaleza, y malos augurios de los medios de comunicación que logran tornar en oscuridad lo que en principio es la blancura absoluta de una nevada antológica. Y frente a esta ceguera, el rayito de luz me lo ofrecen un grupo de niños jugando con la nieve, la frescura de la naturaleza en su estado más puro y la valentía de una enamorada cruzando la meseta nevada para encontrarse con su amado.

Pues ni los miedos, ni las frustraciones ni los malos augurios pueden acallar la voz de la auténtica vida. Y hoy esa voz vuelve a coincidir con la voz del profeta Isaías que grita: “Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que se haya realizado y se haya cumplido aquello a que la envié” (Is 55, 10-11).

La gracia nos permite escuchar con mayor nitidez la palabra de Dios en nuestras vidas; una palabra que desciende a nosotros como la nieve fecundando nuestra esperanza y potenciando la alegría, la frescura y la valentía. La alegría de disfrutar de la vida, conscientes de que “el que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Mt 18, 3). La frescura de una creación que nos invita a disfrutar al máximo, con los pies en la tierra, pero siempre con la mirada puesta en el cielo pues “no sabéis ni el día ni la hora” (Mt 25, 13). Y la valentía de que el amor verdadero ha de vivirse en clave de entrega y servicio, pues “nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15, 13).

La Palabra de Dios es vida y es proclamada a favor de la vida. Como hemos visto, es una palabra fértil y performativa (que hace lo que dice). Con Jesús hemos terminado de comprender en qué consiste la promesa de Vida que Dios hace a los hombres: “he venido para que tengáis vida y vida en abundancia” (Jn 10, 10). Nuestra esperanza queda así arraigada a su promesa de salvación que se manifiesta en lo más cotidiano y en lo más excepcional. Mientras tanto, sería una lástima que cada día de nuestra vida se malgastaran confundidos por creer que nuestro arraigo a Dios depende solamente de nuestros aciertos y nuestros errores. Ante esto, volvamos a recordar, sin ánimo de ser cansinos y con ayuda de la poesía arraigada de Luis Rosales, que nuestra salvación depende de la gracia de Dios, que se alegra con nuestras dichas y que, incluso si las cosas no salen como esperamos, en su infinita misericordia es capaz de transformar el dolor en gozo.

Somos hombres, Señor, y lo viviente
ya no puede servirnos de semilla;
entre un mar y otro mar no existe orilla;
la misma voz con que te canto miente.
La culpa es culpa y oscurece el bien;
sólo queda la nieve blanca y fría,
y andar, andar, andar hasta que un día
lleguemos, sin saberlo, hasta Belén.
La nieve borra los caminos; ella
nos llevará hacia Ti que nunca duermes;
su luz alumbrará los pies inermes,
su resplandor nos servirá de estrella.
Llegaremos de noche, y el helor
de nuestra propia sangre Te daremos.
Éste es nuestro regalo: no tenemos
más que dolor, dolor, dolor, dolor.
Luis Rosales

2 comentarios:

  1. Pienso que dbe ser mucho belo ver Madrid debajo de nieve...
    :)

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  2. Miguel,
    A próposito de esta entrada y de la anterior, dejo aquí unos versos de Alexandre O´Neill. Pertenecen al poema "Há palavras que nos beijam", interpretado por Mariza en su disco "Transparente".

    "Há palavras que nos beijam
    como se tivessem boca.
    Palavras de amor, de esperança,
    de imenso amor, de esperança louca".

    Gracias por hacernos aun más cercanas las palabras del Dios de la Vida.

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