jueves, 11 de junio de 2009

El ascensor maleducado


Había una vez una comunidad de vecinos que vivían en distintos bloques del edificio por lo que su principal punto de encuentro eran dos viejos ascensores, situados en el vestíbulo uno a la vuelta de la esquina del otro. Uno de los más ilustres vecinos de la comunidad era un gran maestro espiritual y eminente teólogo. La gente le admiraba por sus escritos y por la elocuencia de sus predicaciones. ¡Sabía tanto aquel hombre!

También vivía en aquella comunidad una pequeña niña, muy inquieta y curiosa. Ella, a pesar de sus pocos años, ya se había dado cuenta de que vivía en un edificio un poco extraño. En primer lugar le llamaba la atención que la división entre los bloques fuera tan marcada y tan estricta. ¡Acaso no eran todos ellos vecinos de la misma comunidad? Otra cosa que le llamaba la atención es que muchos vecinos actuaban de una forma un poco extraña y lo que era más llamativo, ¡también el maestro espiritual lo hacía!

Un día, mientras esperaba al ascensor junto a su madre notó que todo el mundo que iba hacia el otro ascensor situado a la vuelta de la esquina, se volvía de modo disimulado e incomprensible. Así ocurrió muchas veces durante varios días. Así que un día la niña, con cierta picardía, convenció a su madre para que cediesen su puesto en su ascensor y ellas subieran por el ascensor misterioso. De repente, nada más doblar la esquina vio que el maestro espiritual estaba terminando de entrar en el ascensor. Madre e hija se apresuraron y lograron entrar, no sin esfuerzo, en el ascensor. La madre sonrió y saludó educadamente, pero el maestro ni pudo ver su sonrisa ni la de su hija, ni tampoco contestó al saludo porque se había girado dando la espalda a la puerta del ascensor. Tras un incómodo silencio, el ascensor llegó a la planta en la que se bajaban la madre y la niña. La madre volvió a saludar pero de nuevo el silencio reinó en el interior del ascensor hasta que el ruido de su motor destensó la situación.

Mientras avanzaban por el pasillo hasta su vivienda, la niña no pudo aguantar más y le preguntó a su madre por qué nadie había contestado a sus saludos. La madre, con gran misericordia y astucia, le replicó a su hija: “Porque el ascensor es un maleducado”. La niña se quedó maravillada por la respuesta de su madre. ¡Cómo no se le había ocurrido: su madre le había hecho ver que quién era un maleducado no era el maestro sino el ascensor!

Pasados unos días, el maestro espiritual reunió a todos los vecinos para decirles algo importante. Les dirigió un elaborado y sentido sermón sobre el amor a Dios, al prójimo y a los pobres y acto seguido les pidió su colaboración para sacar adelante un proyecto para dar de comer a unos niños. Horrorizado se dio cuenta de que nadie decía nada y de que todos se habían dado la vuelta según acababa el sermón. Sólo quedaba mirándole aquella niña inquieta. Su sonrisa aumentaba aún más la incomodidad del experto teólogo.

- “¿Por qué sonríes, niña?” – le preguntó con cierto malestar.
- “Porque sé que piensas que estos vecinos son unos maleducados, pero no es así” – contestó la niña mientras se acercaba a él y le tomaba la mano.
- “Y entonces, ¿por qué nadie contesta a mis peticiones?” – replicó indignado.
- “Porque Dios es un maleducado” – le espetó la niña y, sin darle tiempo a reaccionar, se marchó corriendo a jugar.

El maestro se quedó asombrado por la respuesta y cuando estaba a punto de llorar, notó que alguien le cogía su mano y en ella depositaba un sobre con dinero para su proyecto solidario. Así, uno tras otro, todos los vecinos hicieron lo mismo y se despidieron de él con mucha simpatía y educación. Antes de que se marchara la última vecina, la madre de la niña, el teólogo le preguntó: “¿Por qué han cambiado ustedes de actitud conmigo?”. Y la madre, sonriendo dulcemente le dijo: “Porque ya nos estaba haciendo daño a nosotros y a usted que no estuviéramos a la altura de las circunstancias, pero lo que no hemos podido soportar es que nuestra falta de humanidad y de autenticidad, escandalizara y confundiera a mi hija y a los más pequeños de la comunidad”.

La madre se marchó y el maestro quedó tan impresionado por aquella lección que no sólo decidió ser mucho más cariñoso y efusivo con sus vecinos desde aquel día, sino que apartó una pequeña parte del dinero recaudado para comprar unas chucherías a los niños de la comunidad. En el fondo, se había dado cuenta de que su teología y su profundidad espiritual no eran nada o no decían nada si no se encarnaba en su vida cotidiana.

Hoy jueves (y el domingo) los católicos celebramos la festividad del Corpus Christi. Proclamamos la presencia real de Cristo en la Eucaristía y enfatizamos la importancia de este sacramento. Recordando lo que hizo Jesús en la Última Cena, renovamos nuestro compromiso de vida basado en el amor a Dios y al prójimo, empezando por los más cercanos y llegando incluso a los que nos odian o son nuestros enemigos. Vivir la fe cristiana en clave eucarística es importante porque nos ayuda a amar a los demás y a dejarnos amar por ellos. Por eso Jesús nos lo recomendó como distintivo que mide la credibilidad de nuestra fe y por el que nos reconocerán como sus discípulos. Vivir eucarísticamente es importante porque nos hace bien a nosotros, a nuestro prójimo y, ¡no lo olvidemos!, a los más pequeños y frágiles de nuestro mundo: los niños y los pobres.

1 comentario:

  1. Cuando le explico a un adolescente qué significa que Jesús hablaba con autoridad, le pregunto que qué pensaría de alguien que defiende, recomienda y alaba la amistad pero que no tiene amigos.
    Hablar con autoridad significa vestir tus acciones con palabras. Que tus acciones tengan un sentido y que tus palabras tengan un contenido.
    Alguna vez yo misma “he subido en ascensor” con alguna gran “autoridad”y, la verdad, me he preguntado de qué Dios ma ha estado hablando en sus homilías, libros y conferencias.
    Y no es que dude de la experiencia de fe ni de los años de estudio de esta “autoridad”; pero es que ingenuamente una piensa que, como a Jesús, a alguien que dice conocer de esa manera a Dios se le tiene que notar, ¿no?

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