Durante el quijotesco episodio de la última entrada del blog y mientras se dirimía y se aclaraba si lo expuesto eran molinos de viento o gigantes en movimiento, se dispararon las visitas a esta página. Alguien podría preguntarse si tanto interés se debía al morbo o a la búsqueda de fundamentos. Sin embargo, esta dualidad no es tan inmediata pues en ella inciden diversos elementos comunicativos: la intencionalidad del emisor, las reacciones de los receptores, la accesibilidad y gran alcance del cauce comunicativo, la interpretación del mensaje emitido, y la peculiaridad del código utilizado.
Morbo y fundamento coexisten, pero difícilmente conviven porque uno demanda la desaparición del otro para imponerse definitivamente. Sin embargo, desde ciertos planteamientos aceptables por todos, podemos convenir que el único que está llamado a imponerse definitivamente, aunque a veces le lleve mucho tiempo para conseguirlo, es el fundamento.
Sí, mientras que el fundamento es el sustento de una realidad que se está dando a conocer y por ello no tiene tanta prisa como afán, auxiliado por la transparencia, por exponer su razón de ser; el morbo se corresponde con el autoengaño y como tal posee una gran potencia convincente a corto plazo pero una fecha de caducidad ineludible en el medio y largo plazo. Pero, dada la complejidad del asunto, me remitiré simplemente en este caso a la actitud del receptor de una información. ¿Cómo ahuyentar el morbo y lo que conlleva?
En primer lugar, podemos considerar la fuente de información. Hay gente que en su trayectoria se caracteriza por, como se dice popularmente, no dar puntada sin hilo, mientras que en otros casos lo característico de la fuente informativa es pinchar por pinchar con su aguja más allá de que tenga o no hilo enhebrado. Sin embargo, dada la fragilidad de la deontología comunicativa, se trata de un buen criterio discriminador pero obviamente insuficiente para lograr un acercamiento adecuado al tema en cuestión.
Otro elemento es la reacción ponderada y en conciencia del receptor de la información. Sólo él sabe en última instancia qué es lo que andaba buscando cuando se encontró o persiguió la información. Una profunda actitud crítica resulta fundamental en este caso para no dejarse arrastrar por las apariencias ni tampoco atar por las evidencias. El morbo puede contribuir a la manipulación del informado, pero para ello ha de contar con el consentimiento del mismo. Dicho de otra forma, tarde o temprano, se hará presente de forma nítida la diferencia entre lo que ofrece el morbo y lo que ofrece el fundamento, dejando el paso libre a la voluntad y a la libertad de quien realmente quiere conocer la verdad de las cosas o quien prefiere darse la vuelta para no ver lo que tiene delante.
Finalmente, nos queda la relación que existe entre el morbo y el fundamento. En cierta manera, y siguiendo una inspiración agustiniana, el morbo no existe como tal sino que es más bien la ausencia de fundamento. El morbo puede, de esta manera, constituirse como precursor y cómplice del fundamento, siempre y cuando el receptor del mismo se asegure de forma honrada de revisar y verificar los datos que éste le ofrece, ya sea para aceptarlos, ya sea para desecharlos.
La literatura nos brinda un ejemplo de esto, genialmente expresado por Delibes en su novela El camino. Hablando sobre el cura del pueblo, don José, que por lo visto era un gran santo, describe cómo sus detractores asistían a sus sermones para jugarse el dinero a pares o nones sobre las veces que el cura decía su más típica coletilla: “en realidad”. Una de las vecinas consideraba que “don José decía “en realidad” adrede y que ya sabía que los hombres tenían por costumbre jugarse el dinero durante los sermones a pares o nones, pero que lo prefería así, pues siquiera de esta manera le escuchaban y entre “en realidad” y “en realidad” algo de fundamento les quedaría”.
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